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“Luxemburgo”, le anunció José, y Marian no pudo salir de su asombro. Apenas sí sabía de la existencia de aquel diminuto país perdido entre las grandes naciones europeas. ¿Cómo eran los colores de su bandera? No lo sabía. ¿Qué idioma hablaban? Tampoco. ¿Y dónde es que quedaba exactamente? Sin dudas debía investigar aquel dato y tantos otros detalles más, porque lo cierto es que sus conocimientos al respecto eran prácticamente nulos y comprendía que los prejuicios, la incertidumbre y los miedos solían crecer en proporción a la ignorancia.
Hacía un largo tiempo que el matrimonio acarreaba consigo unas enormes ganas de vivir una experiencia distinta que los despegara de su mundo conocido, pero la rutina distractora provocaba que los días pasaran sin considerar a conciencia los caminos que los llevaran hacia el anhelado cambio. Y entonces, en el día menos pensado, llegó Luxemburgo, un destino absolutamente inesperado.
«La posibilidad se presentó por una propuesta laboral que le hicieron a mi pareja y la noticia fue impactante», rememora Marian, «Al principio tuvimos un sinfín de dudas e inquietudes, pero creo que nunca se nos cruzó por la cabeza no aceptarlo. Nuestro sueño se había concretado en un lugar un tanto insólito y sabíamos que debíamos tomar coraje y animarnos a transitar esta inaudita aventura».
Para la joven, sin embargo, existía un único requisito incuestionable: Frida, su perra, y Mecha, su gata, también debían viajar. En su corazón no le cabía ninguna duda, ellas eran familia, aunque con el paso del tiempo comprendió que significaban mucho más: representaban hogar.
El apoyo por parte de la familia y los amigos fue incondicional, ¿cómo no alentarlos? Ante ellos había surgido una propuesta singular, del tipo que solo se presenta una sola vez en la vida. Por otro lado, al tratarse de Europa, fueron varios los que comenzaron a organizar planes de visita incluso antes de su partida: «Fueron semanas de mucha emoción, aunque por supuesto que tenía mis temores y me daba tristeza alejarme de mi entorno, pero sentía que era posible permanecer unidos a pesar de la distancia. Nunca lo viví como un adiós».
A pesar del entusiasmo los trámites previos a la despedida final fueron una verdadera locura. No solo debían gestionar los papeles para ellos, también debían hacerlo para sus mascotas, algo un tanto engorroso, aunque no imposible. «Es sólo cuestión de organizarse, buscar toda la información y preguntar, hay mucha gente que pasó por lo mismo dispuesta a ayudar, orientar y dar una mano», asegura Marian, «En perspectiva, hoy estoy convencida de que llevarme conmigo a Frida y Mecha facilitó mi experiencia de destierro. Ellas resultaron ser una mágica llave para mi integración: sacarlas a pasear, buscar un veterinario, ir al parque, me hizo conocer muchísima gente. De hecho, mi primera amiga luxemburguesa es su actual veterinaria».
Fue así que, en un inolvidable día de octubre, y acompañados por una inmensa sensación de esperanza y extrañeza, Marian, José, Frida y Mecha aterrizaron en un rincón del mundo enigmático que jamás habían imaginado conocer y, menos aún, llamar hogar.
Marian todavía recuerda las primeras conversaciones con sus seres queridos, sedientos por escuchar acerca de una tierra tan ajena a su universo acostumbrado. Todo le impactaba – les decía- absolutamente todo, por empezar la capital, Luxemburgo, tan pequeña, pintoresca, majestuosa y sumamente tranquila. Había estudiado acerca de su nuevo país durante los meses previos y había aprendido que se trataba de un territorio con una monarquía parlamentaria de poco más de medio millón de habitantes distribuidos en un área de 2586 km2, que hablaban luxemburgués, alemán y francés, y que Bélgica, Alemania y Francia lo rodeaban y, aun así, no pudo evitar impresionarse cuando finalmente estuvo ante El Gran Ducado.
«El centro de la ciudad es muy típicamente europeo, con un casco histórico que parece salido de un cuento. Allí se ubica el Palacio del Gran Duque y se encuentran los locales de ropa característicos de estas ciudades», describe, «Salvo por la naturaleza y algunas construcciones antiguas e imponentes, acá no hay nada muy conocido a nivel mundial -como una Torre Eiffel-, pero tiene paisajes muy lindos para caminar y recorrer. Los barrios residenciales son preciosos y sumamente calmos, nosotros vivimos a diez minutos del centro y, pese a que hay edificios bajitos, sentimos que estamos en el medio del campo. Este fue uno de los mayores cambios: pasar de vivir en Palermo, Capital Federal, a Luxemburgo Capital: en la esquina de nuestra casa tenemos un bosque enorme, un río, e incluso zorros y ciervos», continúa.
Como suele ocurrir en varias naciones de la región y del mundo, para el matrimonio los hábitos complejos de asimilar arribaron de la mano de los horarios, completamente diferentes a los que se manejan en la Argentina. Pronto descubrieron que distraerse en casa antes de la cena y con una heladera vacía podía implicar quedarse sin comer, ya que los comercios cierran sus puertas alrededor de las seis de la tarde, y las familias comen en ese mismo horario, sobre todo en invierno. «Se acuestan temprano y los domingos está todo -literalmente todo- cerrado porque la gente descansa, disfruta mucho de la naturaleza, y lo mejor es que te dejan ir con tu perro a todas partes: restaurantes, comercios, medios de transporte, exceptuando supermercados», revela Marian feliz.
«Sinceramente, y aunque ya lo haya escuchado de países similares antes de mi llegada, en la vida diaria me siguen impactando varias cuestiones en relación a las normas, al respeto que hay entre las personas, ya sea en la calle, en un comercio o manejando un auto, y hacia al peatón por sobre todo ¡es sagrado! Me sigue pasando que freno cerca de una senda peatonal sin querer – capaz para mirar un mensaje del celular- y hay una fila de autos esperando que cruce».
Tal vez fuera por los buenos compañeros laborales, por su propia predisposición, por Frida y Mecha, o por todo aquello junto que, entre locales y extranjeros viviendo por esas latitudes, las nuevas amistades no tardaron en llegar. Aun así, algunas disparidades entre ellos y los nativos aparecieron nítidas, algo que pudieron constatar cuando se hicieron muy amigos de una pareja de luxemburgueses que los instó a incorporar un nuevo nivel de organización e incluso llevar agenda.
«Fue de los mayores impactos. Acá coordinan reuniones entre amigos con meses de anticipación y, como sucede en otras culturas similares, no existe el `nos juntamos a la noche a comer algo´, ¡la espontaneidad argentina les resulta muy simpática!, es nuestra marca registrada. Pero, más allá de eso, nuestros amigos son sumamente cálidos y siempre les decimos que nos sentimos como en casa con ellos porque hacen chistes, son relajados, y hablan de todo. Nada que ver con el prototipo europeo frío o distante que uno imagina, solo que son muy organizados», ríe con ganas.
Por otro lado, como fanática de los perros e involucrada en el tema, Marian enseguida se dispuso a averiguar si había refugios y organizaciones que trabajasen con aquellos animales que se encontraran deambulando a la intemperie, pero tras unos cuantos días de aguda observación cayó en la cuenta de que no había perros de la calle. «Entonces empecé a investigar y supe que las pocas organizaciones independientes traían perros de otros países para darlos en adopción ya que acá no hay», asegura la joven, quien a su vez maneja una comunidad dirigida a la gente que viaja con sus perros, a fin de ayudarla con los trámites de traslado (@fridathetravelingdog), «Los refugios son municipales y el de la ciudad parece un hotel cinco estrellas. ¡Es increíble! Las instalaciones están impecables, los perros y sus adopciones pasan por un proceso de selección bastante riguroso (buscan la familia ideal para cada uno), y hay un programa de voluntariado para ir a pasearlos el fin de semana. No salgo de mi asombro con ese lugar».
Marian y José habían tenido la fortuna de arribar a su nuevo hogar con un buen empleo y sabiendo que aquel país se encontraba en el podio del continente en relación a la calidad de vida, según los informes de la Unión Europea. Con el salario mínimo más alto de Europa, comprobaron que una pareja podía permitirse vivir bien sin endeudarse. «Y, por otro lado, no se ve una gran desigualdad y uno puede moverse de noche sin ningún problema; para el año próximo están planificando que todos los medios de transporte públicos sean gratuitos, entre algunas particularidades».
«Mi experiencia es que se vive muy bien. Sé que `vivir muy bien´ es subjetivo o amplio y depende del alto de la vara de cada uno, pero básicamente para mí implica trabajar y que esa plata alcance para llegar a fin de mes sin la soga al cuello. Acá descubrimos que se puede tener un pasar sin deudas, ahorrar, hacer algún viajecito de fin de semana, incluso pensar en ingresar en un crédito para comprar una vivienda (en Luxemburgo las propiedades son muy caras, pero hay bastante facilidad para acceder a una primera casa), todo eso con trabajos estándares. Lo que más se dificulta a la hora de conseguir empleo es el idioma, pero en líneas generales hay bastantes oportunidades, acá el desempleo es bajo y la mayor parte de la sociedad se encuentra en una situación de bienestar».
Las tradiciones, tan respetadas y celebradas, pasaron a ser uno de los mayores placeres del matrimonio, entre ellas, disfrutar de la feria de verano (Schueberfouer), el día Nacional (en homenaje al cumpleaños del Gran Duque), la carrera de patos de plástico (Duck Race), o festejar alrededor de la gran fogata para despedir el invierno (Buergbrennen).
Marian nunca había sido muy fanática de la Navidad, tampoco es que la odiaba, pero para ella era un sinónimo de comer en demasía y morirse de calor. Entre una atmósfera de ensueño y un clima acorde, inesperadamente vivir en Luxemburgo le transformó su sentimiento y su mirada.
«Desde que estoy acá amo la Navidad, es mágica. Los preparativos, la decoración, el espíritu, y vivirla con frío y nieve te hace sentir en una película (aunque el frío es un problema a veces, porque suele hacer mucho y capaz no vemos el sol por semanas). Acá hay varios mercados navideños que son hermosos. Básicamente son pequeñas ferias en el centro de la ciudad – tenemos tres- con juegos, pistas de patinaje sobre hielo, una decoración e iluminación hermosa que se extiende a toda la ciudad; y luego está la comida típica: vino caliente, que en invierno se toma mucho, y el Gromperekichelcher, que es una comida típica a base de papas, salchichas; de postre churros con Nutella».
Con cada reencuentro y despedida, Marian llora lágrimas de alegría y congoja. Siente una emoción plena ante lo irreemplazable del contacto físico y la inmensidad de aquel abrazo tan ansiado. Y, ante su mirada enriquecida por la experiencia, Buenos Aires amanece familiar y peculiar, aunque invariablemente amada.
«Siempre es hermoso volver», dice conmovida, «Por suerte hoy en día con los medios de comunicación siento una cercanía enorme, aunque uno se pierde de eventos importantes como nacimientos, reuniones, o momentos duros en donde uno quisiera compartir, pero así es la vida, no se puede estar en todas partes al mismo tiempo, la clave es disfrutar al máximo el presente sea donde sea. Por otro lado, recibimos muchas visitas, me ha pasado darle la bienvenida a personas que no eran muy cercanas en Argentina, y gracias a eso conocerlas mejor y pasar a tener nuevos grandes amigos».
«Lo que no cambia nunca es el amor que siento por mi tierra, aunque en este momento no estamos viviendo allá. Uno desconoce las vueltas de la vida, pero lo que sí sé es que no deja de ser mi país, el lugar que me vio nacer y crecer, y en donde viven una gran parte de mis afectos».
Cinco años atrás, Marian Mónaco se encontró ante una situación que jamás hubiera imaginado: absorta estudiando un mapa para ubicar un pequeño fragmento coloreado correspondiente a un país que apenas sí había escuchado nombrar, el Gran Ducado de Luxemburgo. ¿Cómo sería vivir allí?, se preguntó sin poder conjeturar absolutamente nada de su destino inesperado. Fue así que durante esos días decidió que aprender sobre aquella tierra enigmática sería fundamental para aplacar los temores y emprender con fortuna la aventura junto a su pareja, dispuesta a disfrutarla y recibir las futuras enseñanzas con los brazos abiertos.
“Y hoy puedo decir que es un país hermoso, con gente que te hace sentir sumamente bienvenido, y al que le tengo un cariño inmenso”, expresa con profunda emoción, “Uno de mis mayores aprendizajes fue el de entender que las distancias no son como uno se las imagina. Me daba más miedo alejarme de algunos amigos, que emigrar del país en sí e irme de mi trabajo, aunque suene raro, porque todo el mundo te dice que las verdaderas amistades perduran, pero una cosa es decirlo y otra es tomarte un avión e irte a vivir a 11.303 kilómetros, a otro huso horario y nuevas rutinas. Pero sucedió todo lo contrario, en este presente estamos más conectados que nunca y cuando nos vemos es como si el tiempo no hubiera pasado”.
«También entendí que hay otras formas de relacionarse, de hacer amigos, de conocer gente y a sus culturas, y que no hay correctos o incorrectos. Asimismo, mi experiencia me abrió la cabeza en relación a qué hacer con el tiempo libre: ir al lago en verano, una caminata en el bosque, explorar la fauna y la flora. Menos encierro y tecnología, y más naturaleza«, continúa.
Para Marian, sin embargo, una de sus grandes enseñanzas llegó de la mano de su perra, Frida, y su gata, Mecha. Antes de su partida ellas solían ocupar un lugar especial, pero luego se transformaron en seres portadores de un mayor aprendizaje, con un mensaje acerca de la paciencia, el amor, el respeto, la armonía, el compañerismo incondicional, la empatía y las relaciones humanas.
«En los momentos duros, Mecha no se me despega, se me acuesta encima y ronronea; Frida tiene la capacidad de sacarme de casa haya sol, lluvia, nieve o frío, me transmite paz, seguridad y una alegría indescriptible. Gracias a ellas conocí lugares y personas increíbles que de otra forma no hubiera conocido. Sin ellas no había mudanza y no me equivoqué, creo que este proceso sin Frida y Mecha hubiera sido muy solitario. Al haber sido mi pareja quien vino con trabajo a mí me tocó acomodarme, encontrar mi rutina, mi espacio, y tenerlas a ellas fue un gran incentivo. A los que eligen o les toca el destierro y los une el amor por los animales, les aseguro que este afecto no conoce de aviones, kilómetros ni fronteras. Lo sé porque llegar y que me reciban las dos en la puerta me hace sentir que cualquier parte del mundo pueda llamarse hogar», concluye con una gran sonrisa.
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Destinos Inesperados es una sección que invita a explorar diversos rincones del planeta para ampliar nuestra mirada sobre las culturas en el mundo. Propone ahondar en los motivos, sentimientos y las emociones de aquellos que deciden elegir un nuevo camino. Si querés compartir tu experiencia viviendo en tierras lejanas podés escribir a destinos.inesperados2019@gmail.com . Este correo NO brinda información turística, laboral, ni consular. Los testimonios narrados para esta sección son crónicas de vida que reflejan percepciones personales.
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