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Lo que estaba previsto: pocas cosas podían ser más insulsas que la comparecencia televisada entre dos improvisados que tenían como objetivo principal no hacer olas. Convencidos del cuento forjado por las nuevas tendencias de la asesoría política, que sostiene que a ningún candidato le conviene el enfrentamiento porque corre el riesgo de perder votos, ambos eludieron los temas de fondo, esos que configuran un debate propiamente dicho. Bastaba aprenderse de memoria unas cuantas respuestas sobre los temas previamente establecidos para salir del trance. Con robots o con cualquier medio de inteligencia artificial seguramente se habrían logrado mejores resultados. Fue tan penosa la actuación que, con la malicia propia de las redes sociales, se llegó a sospechar de la utilización de medios sofisticados para dictarles en tiempo real los textos adecuados para las respuestas y sobre todo para las preguntas que debían hacer al contrincante.
Candidatos presidenciales citaron a Fernando Villavicencio en el eje de seguridad del debate
Se dijo que la comparecencia anterior (que tampoco podía llamarse debate) fue uno de los factores que, junto con el asesinato de Fernando Villavicencio, alteraron la tendencia que presentaban las encuestas y colocó a Daniel Noboa en el segundo lugar. Suponiendo que así haya sido, cabe preguntarse por los efectos que tendrá la del domingo pasado, en la que, si bien ambos estuvieron a distancia sideral de lo que se espera de un presidenciable, Noboa llevó la peor parte. Según las encuestas divulgadas hasta el jueves, el último día en que se lo podía hacer, la distancia entre ambos se acortó y si se mantiene la tendencia, en pocos días se llegará al empate técnico. Más allá de las causas que la hayan provocado, lo cierto es que una situación como esa es lo que menos le conviene al país. Un resultado estrecho levantará las dudas acerca de la limpieza de la elección y el problema quedará en manos del Consejo Nacional Electoral, que podría encontrar una solución similar a la de saltarse la ley para repetir la elección de asambleístas en el exterior. Solo un resultado contundente evitaría las sospechas de fraude y manipulación.
(…) el debate fue para reconfirmar que estamos nuevamente ante la disyuntiva del mal menor.
Si para algo sirvió el debate fue para reconfirmar que estamos nuevamente ante la disyuntiva del mal menor. Pero en esta ocasión resulta casi imposible tomar esa decisión a menos que se vuelva a la contradicción que ambos quisieron evitar, la del correísmo-anticorreísmo que ha venido marcando a todas las elecciones desde que el pastor de los borregos entró en escena. Ninguno de los dos presentó propuestas claras y viables sobre los temas que preocupan a las personas de a pie, como la inseguridad, la economía, el sistema de salud o el futuro de la seguridad social. Ambos trataron de convertir a las generalidades en píldoras de consumo inmediato, como la reducción de un problema transnacional y multidimensional, como es el narcotráfico, al equipamiento de los policías y al control de las cárceles, o una política de dimensión estatal y de largo plazo, como es la educación en todos sus niveles, al examen de ingreso a las universidades.
El mal llamado debate, televisado y radiodifundido con alcance nacional, fue un monólogo de robots. Si alguien soportó las largas dos horas porque buscaba elementos para definir su voto, será mejor que comprenda que la disyuntiva entre los dos autómatas solamente se definirá por la contradicción que ha predominado por más de quince años. (O)
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