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Uno de cada cuatro brasileños es una mujer mestiza o negra. Pero cualquiera que se asome a los plenos del Congreso en Brasilia tendrá que escrutar bien para encontrar una entre tantos varones blancos de traje y corbata. Talíria Petrone, de 37 años, es diputada y una rareza en el templo de la soberanía popular. Por su color y por su género. Tres años y medio después de aquel día de 2019 en que una guarda de seguridad de la Cámara de los Diputados casi le impide entrar a su propia toma de posesión, su mera presencia todavía choca. Son muchos siglos de monopolio blanco del poder. “Aquella mujer no entendía. Aunque le enseñé la credencial, me costó convencerla. Luego, me pidió disculpas”, recuerda la parlamentaria izquierdista en su despacho oficial. Camarada y amiga de la asesinada Marielle Franco, Petrone hace balance de su experiencia en el primer nivel de la política brasileña. No es la primera ni la única negra en el Parlamento. Ellas son aquí el 2%, mientras negros y mestizos suponen el 51% de los brasileños.

El Congreso brasileño vivió un auténtico desembarco de novatos, incluida Petrone, en las últimas elecciones, pero mantuvo sus señas de identidad. Tres de cada cuatro parlamentarios se declaran blancos, los empresarios (133 de 513) no están tan lejos de ser el doble de las mujeres (77). Así describe ella su lugar de trabajo: “Basta echar un vistazo. Todos de traje, casi todos blancos, representantes de sectores de la burguesía brasileña, del agronegocio. Hay un señor que lleva un sombrero enorme, tenemos un Orleans y Bragança, pariente de la princesa Isabel… Es un Congreso nacional que no representa la fotografía de la población brasileña. Es totalmente diferente”.

A estas alturas, Petrone se orienta con destreza por los pasillos modernistas diseñados por el arquitecto Oscar Niemeyer, como toda Brasilia. Va y viene veloz, de una reunión del grupo parlamentario a otra con indigenistas tras el asesinato de Bruno Pereira y Dom Phillips, come con otra diputada para tratar asuntos urgentes. Llega al hemiciclo para conversar con la única parlamentaria indígena, Joenia Wapichana, para un discurso en protesta por la política de precios de Petrobras… Por el camino, charla amigablemente con diversos colegas y algún admirador le pide un selfie. Sus elaboradas trenzas o sus coloridos vestidos llaman la atención en un ambiente marcado por el gris de los trajes de chaqueta.

Petrone, una mujer alta y pecosa, no siempre se sintió negra, fue un proceso. “Me sentía mulata, morenita color jambo… No tenía la piel retinta, pero siempre supe que no era parte de los blancos”, recuerda. De pequeña se lamía el pelo para alisarlo.

Durante su primer año de mandato la paraban constantemente —en la entrada del Congreso, el ascensor, el hemiciclo— pese a llevar el pin que identifica a sus señorías. Dejó de ocurrir cuando le pusieron escolta después de que la policía descubriera un plan de un grupo supremacista blanco para matarla. Ya no da un paso sola, tampoco dentro de la Cámara. Una mujer de zapato plano, melena rubia y un discreto traje pantalón oscuro es su sombra por los interminables pasillos de estos edificios modernistas. Se mueve en coche blindado. Tres meses después del nacimiento de su hija, en plena pandemia, la llamó el jefe de la policía legislativa. “Me dijo: ‘Hemos recibido información sobre una reunión de milicianos (policías retirados o en activo convertidos en criminales) en Río de Janeiro exigiendo su ejecución. Me recomendaron que saliera del Estado de Río de Janeiro”.

Dos policías militares, acusados de matar a su colega de partido Marielle Franco —”una ejecución política’—, llevan tres años encarcelados a la espera de juicio.

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También está harta “de la violencia simbólica”. “Porque ¿qué es si no que te interrumpan, que te llamen loca o idiota en una comisión, que diputados que no logran hilar un argumento con el siguiente te digan: ‘No entiendo de qué está hablando’, que ridiculicen tu pelo o tu ropa”.

Petrone, diputada del izquierdista PSOL, durante la entrevista en su despacho de la Cámara, el pasado día 14.
Petrone, diputada del izquierdista PSOL, durante la entrevista en su despacho de la Cámara, el pasado día 14. Paula Cinquetti

Petrone es parte de un movimiento que se ha propuesto impulsar candidaturas de personas negras para las próximas elecciones generales. Ahora ni siquiera está claro cuántos parlamentarios son mestizos o negros. Oficialmente, rondan el 20%, pero el diario Folha de S. Paulo constató recientemente que la cifra está inflada. El asunto es tan fluido que, de una elección para otra, miles de candidatos cambian de raza, se blanquean o ennegrecen en busca de apoyo político o fondos públicos vía cuotas.

La llegada de las mujeres a los espacios de poder monopolizados por los hombres ha implicado en Brasil cuestiones prácticas como construir servicios para señoras junto a los de los varones, pero sobre todo temas novedosos en el debate político.

“Tenemos que estar ahí para defender los permisos parentales, la maternidad, para hablar de las matanzas que victimizan a las madres de jóvenes negros asesinados, para decir que el hambre es negra y femenina…”, declara. Considera que amamantar a su hija en el hemiciclo es inevitable además de una declaración política. Las sesiones acaban a menudo a las tantas. “Entonces miro a mi alrededor y me pregunto, ¿dónde están los hijos de estos 500 diputados? ¿Nadie tiene hijos? El tema es que siempre hay una mujer cuidando a esos niños, sea una esposa, una abuela o una empleada doméstica”.

Aunque Brasil tuvo una presidenta de la República y tiene cuotas para candidatas hace 15 años, suponen solo el 15% en el Parlamento y los ayuntamientos. Los 27 estados suman una gobernadora. Números lamentables, según Petrone. En su grupo parlamentario (del Partido Socialismo y Libertad, PSOL) los hombres son minoría, tres frente a seis. Pero es una excepción fruto de una sistemática batalla interna dada por ellas y otras. El día que Luiz Inácio da Silva presentó la candidatura junto a su vicepresidente en la foto del grupo no había un solo negro. Una de las dos mujeres era la presidenta del Partido de los Trabajadores, la otra, la entonces novia de Lula.

La diputada Talíria Petrone se fotografía con un seguidor ante la puerta de su despacho. El lema dice: ¿Quién ordenó matar a Marielle?, en referencia a su compañera y amiga, la concejala de Río asesinada en 2018.
La diputada Talíria Petrone se fotografía con un seguidor ante la puerta de su despacho. El lema dice: ¿Quién ordenó matar a Marielle?, en referencia a su compañera y amiga, la concejala de Río asesinada en 2018.Paula Cinquetti

Considera muy importante tener una bancada parlamentaria femenina como parte de la estructura de la institución. Pero añade que el margen de maniobra no es grande con un presidente de la Cámara, Arthur Lira, que representa “a la vieja política patriarcal, sexista, misógina, elitista y está alineando al Jair Bolsonaro”.

Al tiempo que se felicita por la bancada femenina, lamenta que “no exista ninguna estructura oficial de la Cámara que se ocupe de la cuestión racial”. Tema muy espinoso. El legado más palpable de tres siglos de esclavitud es una desigualdad entre las mayores del mundo que coloca a los brasileños negros a la cabeza de los índices de hambre, pobreza, desempleo, muertes violentas. También viven menos que sus compatriotas blancos.

En breve, el Congreso hará un receso para que sus señorías se embarquen en la campaña para los comicios de octubre para elegir al presidente —Lula es claro favorito—, el Congreso, el Senado y a los gobernadores. Petrone, que con su partido apoya a Lula, espera ser reelegida diputada por Río de Janeiro.

Llegó a la Cámara de Diputados tras una breve etapa como concejala en Río de Janeiro y una década como profesora de historia en la favela carioca de Maré. Durante la carrera en la universidad, fue televendedora para ayudar a su madre a pagar las cuentas. “Para mí el aula es como una trinchera de combate. Cuando decidí movilizar mi malestar con el mundo, elegí el aula como instrumento”. Con el tiempo se afilió al PSOL, una escisión a la izquierda del Partido de los Trabajadores, el mismo de Marielle Franco, asesinada en 2018. Ellas y otras activistas de izquierdas entraron en las instituciones como concejalas, parlamentarias estatales o federales durante los años de efervescencia política que culminaron en la abrupta salida del poder del PT (con el impeachment de Dilma Rousseff) y la inesperada entrada de la ultraderecha encarnada en el ultraderechista Jair Bolsonaro.

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