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Manel Barriere Figueroa | El documental es un género escurridizo que obliga a afrontar el dilema ético de contar una historia sin caer en los desvíos de la estrategia cinematográfica, un proceso que consiste en seleccionar y organizar material filmado del mundo material para construir un discurso con un punto de vista subjetivo. La integridad debería ser uno de los principales atributos de quienes se dedican a la práctica del documental, y más teniendo en cuenta las posibilidades del género en el terreno de la política, ya sea a través de la denuncia de situaciones de injusticia o de la recuperación de la memoria de quienes se enfrentaron a ella en el pasado, por poner dos de los ejemplos más trillados.    

Es el caso de The Janes, una película documental realizada por Tia Lessin, habitual colaboradora de Michael Moore, que cuenta la historia de un grupo de mujeres de Chicago que se organizaron a principios de los setenta para llevar a cabo abortos clandestinos, en una clínica itinerante donde atendían a decenas de mujeres cada semana. A partir de sus propias experiencias, obligadas a abortar poniendo su vida en manos de la mafia, deciden asesorar y apoyar a otras mujeres que como ellas sufrían las consecuencias de la negación de uno de sus derechos fundamentales.

The Janes opta por dar voz a las protagonistas, entrevistadas por separado para luego fragmentar y reordenar, hilando un relato colectivo que desgrana paso a paso algo más que los hechos concretos. Las reflexiones personales, las motivaciones, los miedos, las circunstancias familiares y vitales forman parte de un tapiz tejido en primera persona del plural. La soledad y la indefensión, como los riesgos médicos en sus carnes, las empuja a un acto de solidaridad transformador. El desarrollo de la conciencia, no solo de las diferencias de clase o del color de piel, también de la propia capacidad para auto organizarse y empoderarse, ahonda en el sentido político de ese primer acto preñado de humanidad y ternura.     

El foco recae siempre sobre las mujeres activistas, vacunándose la directora de cualquiera de las acusaciones que suelen recibir los documentales de corte político, la de ser demagógicos o panfletarios, sino directamente manipuladores. Si bien Michael Moore se mueve a veces en un terreno pantanoso al intervenir él directamente sobre la realidad que filma, Tia Lessin articula un discurso aparentemente más emocional que ideológico, más experiencial que analítico. Precisamente por eso contiene una profunda carga de reivindicación y celebración de las luchas de una generación que marcaron las vidas de las generaciones posteriores hasta nuestros días.

Pero si hay un elemento que condiciona todo documental es el tiempo, y puede ocurrir que una vez terminado el proceso de realización, una vez estrenado incluso, la perspectiva cambie en tanto evolucionan las circunstancias históricas a su alrededor. Con The Janes nos enfrentamos a lo que se podría llamar una broma macabra del destino (si se cree en el destino), un retorno en forma de tragedia que supone también una disrupción de los principios y valores encarnados por la película. Su fecha de producción es el año actual, 2022, y la historia contada termina en 1973, cuando el Tribunal Supremo de Estados Unidos dictó una sentencia que legalizaba el aborto en todo el país. Algunas de las Janes habían sido detenidas y se encontraban en espera de un juicio que podría haberles acarreado hasta 110 años de cárcel. La sentencia del Supremo tuvo dos consecuencias para ellas: el fiscal retiró todos los cargos y The Janes fue disuelta, pues su actividad ya no era necesaria, con una sensación de victoria y alivio que aún en el momento de la filmación despertaba sonrisas de júbilo en las protagonistas.

Nos hacemos entonces una doble pregunta. ¿Cómo terminaría hoy Tia Lessing su documental y cómo recuerdan ahora su victoria las Janes, después de la sentencia del Supremo actual que ha anulado esa anterior sentencia de 1973 derogando el derecho al aborto para todo el país y dejándolo en manos de los estados? No lo sabemos. Tal vez haría falta una segunda parte, o volver a empezar a rodar con un enfoque distinto. Pero también podemos mirar y escuchar desde otro lugar, desde una posición más incómoda, más activa, porque nada de lo que ocurre hoy desmerece la experiencia de ese grupo de mujeres que arriesgó su libertad y dedicó horas de su vida a defender y garantizar un derecho que tenían negado. Hoy se les vuelve a negar, y pese al nudo en el estómago al ver las sonrisas que intuimos truncadas al final de una historia que ha vuelto a empezar, la experiencia de activismo altruista nos sigue llegando como una inspiración, un mensaje alto y claro. Los rostros avejentados de esas mujeres junto a las imágenes en blanco y negro de su juventud, son eslabones de una cadena de memoria perpetuada en el movimiento feminista actual, la fuerza del cual hace frente a la ofensiva reaccionaria que se alza como un monstruo en todo el mundo. No hay victoria final dicen, solo esa sonrisa empujándonos hacia adelante.

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