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Lacan definía el amor como dar algo que no tienes a alguien que no lo quiere. Un doble giro negativo de lo que comúnmente se considera la fuerza más positiva del mundo donde la plenitud y la generosidad infinita se basa en el vacío y la falta, en la pérdida mutua. El amor como una promesa convertida en maldición convertida de nuevo en una promesa. Masa de sustancia irritable que no está lejos de lo viral. Al fin y al cabo, el amor consiste en mezclar genes y gérmenes, en compartir bacterias y virus de todo tipo. Un exigente mix de caridad, sexo, ternura, confianza, lujuria, economía, genética y cibernética, donde la sobreinformación y el empobrecimiento de las relaciones humanas también parecen haberse enamorado. A veces, quedan en Facebook: un horizonte distante a través de un paisaje plano que convierte el trabajo en amor y este de nuevo en trabajo, donde todo lo que es capital se funde en amor.

Nada de esto es nuevo. De hecho, es increíblemente viejo. La problemática del afecto se ha ido enredando en una rica constelación de perspectivas desde diversos ámbitos, entre ellos el artístico. Un marco de estudios que engloba ideas muy diversas, no siempre armónicas, y que, a menudo, rozan el desencuentro. Llevamos varias décadas hablando del “giro afectivo” en el campo de las humanidades, el proyecto intelectual que busca problematizar el rol que cumplen los afectos y las emociones en el ámbito de la vida pública y su operatividad en las estructuras de poder que organizan las relaciones sociales. La idea es desmantelar cualquier jerarquía entre razón y emoción y volver a darle a lo afectivo un valor más allá de un mero estado emocional. Un cuerpo indeterminado y político, libre de estigmas y capaz de revolucionarlo todo. En tiempos de acuciante desapego político, la gestión del amor se ha vuelto cada vez más salvaje y reivindica su capacidad de aparecer en el lugar más inesperado.

Igual que las humanidades, el arte vive un giro afectivo que invalida la jerarquía entre razón y emoción

En el trabajo de Dora García (Valladolid, 1965), la mirada a Lacan es literal. En sus teorías psicoanalíticas apoya su concepción del cuerpo en términos de afectos, como espacio y en relación con otros cuerpos y con su entorno. Su último proyecto, Amor rojo (2020), tiene mucho que ver con todo ello. Un proyecto que la ha llevado a su primera exposición individual en Estados Unidos, Love with Obstacles, que se inauguró en el Rose Art Museum, en Massachusetts, justo antes del confinamiento. La muestra viene acompañada de una nueva película con el mismo título, centrada en el legado de la diplomática y feminista soviética Alexandra Kollontai (1872-1952), quien abogó por la emancipación sexual de las mujeres y la igualdad. No se limitó a incluir a la mujer en la revolución socialista, sino que indagó en el tipo de revolución que la mujer necesitaba. Una que pasara por una revolución de la vida cotidiana y de las costumbres. Una que forjara una nueva concepción del mundo y otra relación entre los sexos. La testarudez del amor de las abejas obreras, título de una de sus obras.

Sobre la política del deseo centra también Ingo Niermann (Bielefeld, Alemania, 1969) su Army of Love, un colectivo de activistas creado para ofrecer amor sensual en toda su extensión a todos aquellos que lo necesiten, al margen de cánones convencionales del deseo o la funcionalidad física o mental. Seguramente la respuesta más radical ante el neoliberalismo y el capitalismo amoroso que ahora se sumerge en las profundidades marinas buscando un alma gemela con la biodiversidad de Sea Lovers (2020), pelícu­la incluida en la exposición Countryside. The Future, en el Guggenheim de Nueva York. También tiene una contrarréplica en formato libro, Solution 295-304: Mare Amoris (Sternberg Press, 2020), donde Niermann propone nuevos escenarios metafísicos de cómo enamorarse del mar y hacer que la cosa sea recíproca.

'Sea Lovers' (2020), de Ingo Niermann. 
‘Sea Lovers’ (2020), de Ingo Niermann. 

El dilema también llega a lo queer, donde se extienden los reveses y las contrariedades. Desde el Institute of Queer Ecology, donde el colectivo artístico DIS acaba de lanzar el proyecto Metamorphosis, hablan de un nuevo término, la queerness, una estrategia tan importante como la imaginación, dicen, con la que establecer mundos alternativos de apoyo y cuidado mutuo. José Esteban Muñoz dice en Utopía queer (Caja Negra, 2020) que todo es una idealidad, que aún no somos queer, pero que el futuro pasa por ahí: lo queer como un modo estructurante e inteligente de desear que nos permite ver y sentir más allá del atolladero del presente.

Barbara Hammer hace mucho que hablaba ya de esa futurabilidad antinormativa. Lo vemos en su Sisters!, la retrospectiva que le dedica La Virreina en Barcelona. Y sobre la idea de confort basada en el futuro piensa también Mel, el nombre que utiliza Melanie Bonajo (Heerlen, Holanda, 1978) para esquivar cualquier identidad de género. En 2012 inició Genital International, un evento colectivo feminista sobre la participación y la igualdad, y de 2015 es su trabajo más conocido, Economy of Love, una investigación sobre la intimidad y el empoderamiento de grupo de trabajadores del sexo en Brooklyn. Expectantes estamos con su representación de los Países Bajos en la próxima Bienal de Venecia de 2022, que ya anuncia que será fuera del pabellón de los Giardini, en la Chiesetta della Misericordia, una iglesia del siglo XIII donde sacará el cuerpo de las garras del capitalismo en lo que llama Nuevo Movimiento de la Intimidad.

Con un sentir abiertamente queer discurre también el trabajo de Francesc Ruiz (Barcelona, 1971). Las historias que genera desde el cómic como sustrato estético generan un sinfín de sucesos posibles que revelan los engranajes a través de los que se construyen identidades individuales y sociales, la identidad sexual o también la identidad de la urbe. Por ahí discurre Panal, su exposición en el CA2M: una amplia circulación de contenidos y cuerpos (disidentes o no) en el espacio y las redes llenas de temáticas interconectadas, del urbanismo a la psicogeografía, de la homosexualidad a la clase social. Un paisaje de lo íntimo, lo lúdico y lo político del placer que el artista amplifica desde el Instituto de Estudios del Porno, creado junto a Ona Bros y Lucía Egaña con el fin de analizar críticamente la representación explícita de la sexualidad en las múltiples posibilidades en las que esta se presenta. O lo que es lo mismo: ¿por qué durar es mejor que arder?

Love with Obstacles. Dora García. Rose Art Museum. Waltham (Massachusetts). Hasta finales de 2020.

Sisters! Barbara Hammer. La Virreina. Barcelona. Hasta el 27 de septiembre.

Panal. Francesc Ruiz. CA2M. Móstoles, Madrid. Hasta el 2 de octubre.

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