Un samurái ante el abismo de la historia

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La isla de Tsushima se encuentra a medio camino entre el archipiélago japonés y la península coreana. A finales del siglo XIII se convirtió en el primer lugar de contacto entre el shogunato de Kamakura y las fuerzas de Kublai Kan durante la primera invasión del imperio mongol. El 4 de noviembre de 1274 las fuerzas de la dinastía Yuan atracaron en la playa de Komoda donde So Sukekuni, el gobernador de la isla, les recibió con ochenta samuráis a caballo. El ejército autóctono se vio absolutamente sobrepasado por el gran número de invasores, una armada constituida por quince mil soldados entre mongoles, chinos han y yurchen; ocho mil soldados coreanos y siete mil marineros también de la península al otro lado del estrecho. Después de someter la isla, las fuerzas imperiales atacaron Iki, y de ahí se embarcaron para la bahía de Hakata, muy cerca de Daifuze, la antigua capital administrativa de Kyushu (la isla meridional de las cuatro grandes que componen el grueso del archipiélago de Japón).

El imperio mongol

Estas batallas supusieron la primera vez que los samuráis tuvieron que hacer frente a un enemigo exterior. Acostumbrados a pelear entre ellos siguiendo sus rigurosos códigos de honor, tanto las tácticas como las armas de los mongoles les dejaron perplejos. El combate samurái de la época se basaba en el combate singular, duelos uno contra uno donde se ponía a prueba la habilidad con la espada y donde imperaban por encima de todo las convenciones protocolarias y el decoro. El ejército mongol se reía de las costumbres teatrales de los japoneses, avanzando en unidades compactas, con muros de escudos superpuestos que no dejaban una sola abertura al enemigo. Al mismo tiempo lanzaban bombas con perdigones de hierro cuyo principal objetivo era aterrar con su sonido tanto a caballos como a hombres, rompiendo la formación de los flancos y desbaratando los planteamientos tácticos de los generales. Las espadas de los samuráis de entonces, el tachi y el chokuto, se revelaban inútiles contra las armaduras de cuero hervido de los mongoles. Sus arqueros lanzaban auténticas nubes de flechas que buscaban acabar con el enemigo en masa, de manera indiscriminada.

El imperio mongol fue el de mayor extensión contigua de la historia de la humanidad, abarcando una superficie de veinticuatro millones de kilómetros cuadrados en su apogeo. Kublai Kan, nieto del gran unificador de las tribus de la estepa, Gengis Kan, reinó de 1260 a 1294, año de su muerte. Teniendo en cuenta la horda dorada y el Ilkhanato persa, su influencia llegaba desde el Mar de Japón hasta el Mar Negro, de Siberia al actual estado de Afganistán. El kanato se preciaba de instaurar la pax mongolica, una estabilización geopolítica a lo largo de Eurasia que facilitó un gran intercambio cultural y comercial entre sus vastos dominios. Los mongoles se caracterizaban por ofrecer la oportunidad a todos los países de convertirse en reinos vasallos y participar de sus beneficios. Sin embargo, los desafíos militares y todo lo que no fuera la rendición incondicional era recibido con una brutalidad despiadada. En la rara ocasión en la que perdían una contienda militar, volvían cuanto antes para tomarse la revancha con una fuerza muy superior y uno de sus mejores generales al mando.

Jin Sakai, el protagonista de Ghost of Tsushima, forma parte de la fuerza inicial de ochenta samuráis que recibieron a las fuerzas de Kublai Kan en la playa de Komoda. Al experimentar de primera mano la brutalidad de los mongoles y las tácticas eficientes de su principal general al mando se ve obligado a desarrollar un nuevo estilo de lucha, basado en el subterfugio y el sigilo, convirtiéndose en un espíritu vengativo que extiende el terror entre las tropas invasoras con sus ataques relámpago. Al dejar las tradiciones ancestrales a un lado para sobrevivir, sufre un profundo conflicto interno que le lleva a discutir la moralidad de sus acciones.

Sucker Punch, el estudio afincado en Bellevue (Estados Unidos), lleva seis años trabajando en la producción más ambiciosa de su larga trayectoria, un juego de mundo abierto con una fuerte identidad visual sustentada a partes iguales por el colorido espectáculo de los parajes nipones y por el lenguaje cinematográfico de Akira Kurosawa.

Entre batallas y haikus

Los desarrolladores han sabido transmitir en cada secuencia su devoción por el gran cineasta japonés, de la atronadora épica de Ran a la intensidad dramática de los duelos de Yojimbo o Los siete samuráis. “En el cine de Kurosawa ves a los personajes en paisajes que siempre se están moviendo, pero los personajes en sí están muy quietos, algo que les confiere poder y dignidad”, apunta Nate Fox, director del juego, que incluye un filtro visual en blanco y negro en honor al legendario cineasta. “Queríamos dar a los jugadores también la opción desde el principio de poner el filtro en blanco y negro, con grano fílmico y rasguños en la película y el sonido, ajustando todo el juego para que no exija el uso del color”.

La banda sonora corre a cargo de Shigeru Umebayashi, compositor de obras como las de La casa de las dagas voladoras (de Zhang Yimou) o Deseando amar (de Wong Kar-Wai). Las melodías basculan entre la serenidad que Jin encuentra al componer haikus y la intensidad de los asaltos a las fortalezas de los mongoles, los extremos de una odisea de un hombre dispuesto a sacrificarlo todo para defender su hogar.

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