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Coral Bullón | A veces los 28 de diciembre nos encontramos en los medios inocentadas que deseamos que sean verdad y no una broma. Algo así pensé justo el pasado jueves, día de los Inocentes, cuando mi padre me mandó un mensaje con una noticia del Diario de Ávila: el monumento al franquismo de Puerto del Pico había aparecido derruido. Y no solo los periódicos de la zona se hicieron eco de este suceso, también otros de carácter estatal, así que poca broma. Se había venido abajo. En serio.

Según las noticias, las pesquisas de los investigadores de la Guardia Civil apuntaban que no había sido un acto vandálico, podía haber sido simplemente un derrumbamiento ocasionado por el desgaste de la piedra que constituía el monumento de granito, ladrillo y forja. Llevaba ahí desde 1948. Si es así, es justicia poética.

Siendo sincera, lo que me resultaba más inquietante es por qué seguía ahí erigido. Y es que, así como en Mérida das una patada a una piedra y te aparece un resto romano, en Ávila parece que das una patada a una piedra y te encuentras un símbolo franquista. Quizás me esté recreando en la exageración, pero las compañeras de Foro por la Memoria ya hicieron un trabajo de documentación “cazando” los monumentos fascistas en la zona que todavía abundan (por todo el Estado)[1] y el monolito era de los más reconocibles y todavía visitados por los neofascistas y nostálgicos. De hecho, los Foros por la Memoria Histórica de Ávila y del Valle del Tiétar llevaban años pidiendo la retirada del monumento, para sumarse así a otras victorias iconoclastas que se estaban llevando a cabo en diferentes puntos de la Comunidad, como la retirada del medallón de Franco en la Plaza Mayor de Salamanca en 2017 o también la misma efigie del Generalísimo en la calle homónima de la capital abulense en 2013. El trabajo de las compañeras de las asociaciones memorialistas es todavía constante y motivo de orgullo, por la justicia y reparación de las víctimas de la dictadura.

Por otro lado, Bruno Coca, presidente del Foro por la Memoria de Ávila, no descartó en una entrevista que pudiese haberse llevado a cabo por acción humana, sin señalar a nadie en concreto. En ese caso y sin ser tan poética, la justicia seguiría estando aunque sea, muy entre comillas, ilegal. No obstante, pese a que en el artículo 15 de la Ley de Memoria Histórica nº 52/2007 ya se refleja que este tipo de símbolos deben ser retirados del espacio público (por lo que además van con 15 años de retraso en el marco de la legalidad) todavía existen posturas enfrentadas sobre la conservación de estos monumentos no solo por cuestiones (del todo) ideológicas, sino también artísticas/históricas. Fuimos testigos hace relativamente poco de la cantidad de columnas de opinión y críticas que surgieron a razón de las protestas del Black Lives Matter en 2020, cuando tiraban monumentos de esclavistas, pintaban de color rojo las manos y cara de las estatuas y decapitaban a Cristobal Colón en diferentes puntos del mundo. ¡Que cómo podían destruir así el patrimonio artístico! Como si esos monumentos en el espacio público de plazas y nombrando calles fueran neutrales, simple decoración urbana. Parece mentira que se olvide tan rápido que la esencia del monumento es conmemorar, no es simple decoración, es “en honor a”. Se sacraliza la figura o hecho histórico al que se hace referencia. Las imágenes, sean estatuas de bronce en una plaza, nombres de calles en los barrios periféricos o monolitos en mitad del monte, son contenedores de poder. Porque estos monumentos conmemoran pero también afirman.

Su misma destrucción no significa tampoco una negación de la Historia, el damnatio memoriae que refieren algunos, por el miedo al olvido. Pero ¿acaso no la seguimos construyendo? Pongamos que, como sugiere Coca, hayan sido un grupo de personas organizadas para destruir el monolito por cuestiones ideológicas (*). No sería la primera vez que un monumento fascista es “intervenido”: en 1976 el Ángel de Valdepeñas (Ciudad Real) quedó reducido a su estructura tras una bomba seguramente puesta por GRAPO o FRAP; en 2014, Yesca pintó y llenó de consignas antifascistas el monumento a Onésimo Redondo en Valladolid dos años antes de su demolición; y Ernai, la organización juvenil de la izquierda abertzale, tiró abajo una gigantesca cruz franquista en la comarca de Lemoa (Vizcaya) el pasado 11 de octubre de 2021. Todas estas acciones iconoclastas no están hechas por simple capricho o diversión, traían consigo una demanda social. El concebir la permanencia inalterable, intocable de un monumento fascista es solo perpetuar violencia. Ya lo dejaba caer Enzo Traverso por la exhumación de los restos de Franco del Valle de los Caídos, “sólo desacralizándolo, este monumento fascista podría ser relegado a los lugares de la memoria de una sociedad democrática que no olvida”[2]. Pero todas estas destrucciones no contribuyen al olvido. Son una reescritura del símbolo, no han dejado de ser destrucciones “creativas” como dice el historiador del arte W.J.T. Mitchell, porque tras su destrucción se ha creado otra cosa. Os invito a que veáis las imágenes que han quedado del monolito. Los escombros, el yugo y las flechas caídos no remitirán más a la glorificación del régimen fascista, sino a su derrota. Su significado ha evolucionado tras la intervención y, como bien señalaba Alfredo González-Ruibal (@GuerraenlaUni) en su perfil de Twitter[3], ha pasado de ser un monumento fascista a un contramonumento antifascista.

(*) Esta mañana (7 de enero), con gran parte de este texto escrito, he leído un comunicado del Foro de Memoria del Valle del Tiétar en el que manifiestan su malestar por el derribo por dos razones: una por la demora en cumplir la ley de Memoria Histórica porque tienen sospechas de que haya sido efectuado el derribo por orden de la Subdelegación del Gobierno “con nocturnidad y alevosía” y, otra y en consecuencia a esta primera, que se les haya negado ver cómo se venía abajo “sin cámaras de por medio” y sin que los familiares de víctimas del régimen franquista hayan podido verlo en vivo y en directo. Entendiendo y respetando los sentires de las asociaciones memorialistas y toda la gente que las compone, la crítica que hacen al Gobierno que es legítima y obvia y sin ánimo de menospreciar su trabajo, quería mantener la idea de que hubiera sido un grupo de personas ajenas a las hipótesis que exponen, para presentar otro punto de vista fuera de los marcos legales que tampoco quienes los imponen respetan.

Me quedo con que la próxima vez que regrese a mi trozo de España vaciada, espero encontrarme con los escombros de ese monumento. Porque incluso así, en ruinas, tiene mucha más potencia y sentido (¡el que nosotras le demos!) que retirado. Y porque las ruinas no nos dan miedo.


[1] https://www.foroporlamemoria.info/simbolos_franquistas.php?id_prov=7

[2] https://vientosur.info/derribar-estatuas-no-borra-la-historia-nos-hace-verla-con-mas-claridad/

[3] https://twitter.com/GuerraenlaUni/status/1476234371174744065



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