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Madrid,

Hasta el próximo enero, TBA21 presenta nuevo proyecto en el Museo Thyssen: lleva el sello de Walid Raad y, como es habitual en la trayectoria de este autor, tiene mucho que ver con la ficción histórica. Bucea el creador libanés, residente en Estados Unidos, en los inicios de este centro, en la historia de sus fondos y en el paso de estos de privados a públicos para plantear un historia, del arte y de esta pinacoteca, no contada; un relato en el que se entrecruzan la esclavitud vinculada a la explotación de azúcar en Estados Unidos, la diplomacia artística desarrollada en la época de la Guerra Fría, la meteorología, la especulación derivada de la plata y las huellas que han quedado ocultas bajo una alfombra oriental. También ahonda el artista en el enjambre de vínculos entre empresarios, coleccionistas, marchantes de arte, artistas y conservadores, en un laberinto narrativo en el que, como decíamos, tiene cabida lo real y lo que no lo es.

Cotton under my feet, que así se titula esta propuesta, consta de obras de reciente creación y de catálogos intervenidos y publicaciones con notas al margen que vertebran un mapa complejo de pistas que validan o niegan afirmaciones planteadas por Raad, quien se mueve así entre el rigor y la invención. De fondo, se examinan los lazos de las colecciones del Thyssen con la historia del arte occidental y no occidental, asuntos en los que podemos profundizar en performances y recorridos guiados que acompañan a la exhibición, articulada, como decíamos, a partir de un enorme tejido de referencias: Antes de poder pensar mi respuesta, explica Raad, me encontré inmerso en la red de los Thyssen-Bornemisza. Esta red comenzaba con la historia de una hija y una alfombra, y después se ramificaba y entretejía en varios espacios históricos y ficticios: imágenes de nubes misteriosamente halladas en el reverso de pinturas de antiguos maestros, copas de oro y plata que atraen a variedades específicas de artrópodos, ángeles que se auto-restauran y criaturas de aspecto sobrenatural surgidas a orillas de pantanos. Por el camino, me topé con distintas historias: Abraham Lincoln, la esclavitud y la Guerra Civil estadounidense, Jalal Toufic y sus escritos sobre los no-muertos, un magnate que colecciona obras de Rembrandt y se entromete en la política de Oriente Medio, la Guerra Fría y la restauradora de arte ficticia Lamia Antonova y Samuel Morse, la telegrafía y la meteorología. Esta exposición y el recorrido guiado que la acompaña documentan mi caída libre a través de la colección de este museo y las inquietantes, divertidas y asombrosas situaciones, obras y personas que he encontrado por el camino.

El nuestro se inicia con una alfombra persa datada a fines del siglo XVI o principios del XVII, la mundialmente conocida Béhague Sanguszko. Su fama se debe a su peso y no en sentido estricto: sus 21 kilos son los apropiados para su tamaño, pero se dice que nadie puede levantarla y los estudios técnicos no han conseguido revelar la razón. Propiedad de Francesca Thyssen, la coleccionista permitió a Raad examinarla pero… no pudo hacerlo por debajo.

Walid Raad. Vista de la instalación de Frontispicio II: La alfombra, 2021 Foto: Moritz Bernoully. Encargo de TBA21 y cortesía del artista
Walid Raad. Vista de la instalación de Frontispicio II: La alfombra, 2021. Fotografía: Moritz Bernoully. Encargo de TBA21 y cortesía del artista

También descubrió el artista siete fotografías en los sótanos del Thyssen correspondientes a las traseras de las únicas obras de los fondos del Museo que presentan nubes pintadas en su reverso. Las descubrió en 1983, aún en la mansión suiza del barón, la restauradora Lamia Antonova y Heinrich Thyssen prohibió tras el hallazgo que nadie contemplara la parte frontal de las piezas. Incluso cuando viajaron a Madrid no se informó de su contenido al otro lado y aún hoy, por contrato, no es posible examinar las pinturas delanteras, radiografiarlas ni mostrar los reversos originales; solo sabemos de estas pinturas traseras que se realizaron en la década de 1820 y que son muy parecidas a los realistas estudios de nubes de Constable. Sin embargo el inglés, hasta donde conocemos, solo trabajó en la trasera de un cuadro en una ocasión, en una obra que puede verse en la Tate, así que en torno a estos cielos todo son dudas.

Walid Raad. Epílogo II: Los Constables, 2021. Encargo de TBA21 y cortesía del artista
Walid Raad. Epílogo II: Los Constables, 2021. Encargo de TBA21 y cortesía del artista

En los almacenes del Museo también encontró Raad una estructura perteneciente a la citada Antonova y rematada por tres ángeles. Cuando esta restauradora, soviética de origen palestino, comenzó a trabajar para el barón decidió contar cuántas representaciones de estas figuras había en sus fondos: eran 285, el mismo número de veces que en la Biblia se los menciona. Antonova pidió a Thyssen nunca restaurarlos, porque podían hacerlo ellos mismos, y le mostró este mismo dispositivo, que presenta en trampantojo un aparente rincón, con suelo en damero y tres ángeles negros en la parte superior. Le explicó que si los ángeles deteriorados descansaban en él, podían autorecomponerse. A los de la parte superior los llamaba Imanes de Ángeles y su misión sería atraer al resto.

Walid Raad. Vista de la instalación de Epílogo III: El rincón plano, 2021 Foto: Moritz Bernoully. Encargo de TBA21 y cortesía del artista
Walid Raad. Vista de la instalación de Epílogo III: El rincón plano, 2021. Fotografía: Moritz Bernoully. Encargo de TBA21 y cortesía del artista

El viaje de Raad continúa en la Sala 45, con el frontispicio Las paces. Allí el autor recuerda que cuando emigró de Líbano, en septiembre de 1983, al otro lado del mundo pilotos soviéticos derribaban un avión civil coreano, el KAL 007, que viajaba entre Estados Unidos y Corea y desvió su camino por error al espacio aéreo de la URSS. Murieron casi trescientas personas. Prácticamente al mismo tiempo, Hans Heinrich Thyssen-Bornemisza volaba a Moscú: el Museo Pushkin iba a acoger una exhibición de sus pinturas y fue todo un acontecimiento en tiempos de Guerra Fría.

En un salto en el tiempo, rememora también que 1992, el año de la apertura del Museo Thyssen, será recordado por todos en nuestros país a raíz de las Olimpiadas de Barcelona. La capital catalana fue elegida como sede en 1986 y, en esos seis años transcurridos hasta los Juegos, casi nada era igual: el muro de Berlín había caído, Alemania se había unificado, Sudáfrica volvía a competir tras el apartheid y Yugoslavia y la Unión Soviética no existían ya. Además, en 1991 tuvo lugar en Madrid la Conferencia de Paz tras la primera Guerra del Golfo y, poco después de abrir sus puertas el Thyssen, Rusia entregó a Corea y Estados Unidos la caja negra del avión derribado. Todo parecía apuntar entonces a que la hostilidad entre Occidente y aquel país había terminado.

Muy cerca, nos invita Raad a fijarnos en el carro de transporte de cuadros que alberga la pintura en la que hasta hace poco se pensaba que aparecía Hercules Posey, el cocinero esclavo de George Washington: el presidente adoraba sus platos, pero él buscaba la libertad, por eso huyó en 1797. Hace tres años se descubrió que no era él y la identidad del retratado nos es desconocida.

Nos propone también detenernos ante El campamento para la fabricación de azúcar de arce. La despedida, de Eastman Johnson. Representa a un grupo de trabajadores, en aparente armonía, elaborando sirope de arce, pero la rebeldía late. Aproximadamente quince de los veinte millones de africanos esclavizados trabajaban en las plantaciones de azúcar; de hecho, la vida de cada uno de ellos equivalía a una tonelada de azúcar blanco. Cuando los abolicionistas se plantearon boicotear este negocio encontraron una alternativa más fácil: empezar por el sirope; basta con hacer un agujero en un arce y esperar unos meses para obtenerlo delicioso. Cuenta Raad que el artista no terminó ninguna de las decenas de pinturas que dedicó a este mismo tema; puede que se debiera a que, como él mismo expresó, no quería colgar nada en ninguna parte.

El motivo esencial de la producción de Martin Johnson Heade fueron, sin embargo, los pantanos y ciénagas. Este pintor adoptó el pseudónimo de Dydimus (gemelo o doble en griego) y, paradójicamente, realizó dos copias exactas de todas sus imágenes. Al barón Thyssen le llamó la atención por esa razón y hoy esas obras paralelas se las reparten Carmen y Francesca Thyssen.

Heinrich Thyssen, por cierto, no solo atesoró arte, también libros. Al artista le llamó la atención sobre todo uno: Vampires: An Uneasy Essay on the Undead in Film, del mencionado Jalal Toufic, en el que se sugiere que somos mortales… en el sentido de que, de algún modo, estamos muertos, pues la muerte forma parte de la vida en el aquí y el ahora. Afirma Toufic también que contamos con varios cuerpos: uno, el que vive en este mundo, sometido a las leyes naturales y otro yacente en el reino de la no-muerte. Esta versión de nosotros nos reclamaría sin cesar, pero ignoramos sus llamadas. En los años en que ha preparado este proyecto, Raad no ha podido evitar preguntarse si sus propuestas proceden de este mundo o del otro.

Walid Raad. Vista de la instalación de Frontispicio VI: Las páginas desplegadas, 2021 Foto: Moritz Bernoully. Encargo de TBA21 y cortesía del artista
Walid Raad. Vista de la instalación de Frontispicio VI: Las páginas desplegadas, 2021. Fotografía: Moritz Bernoully. Encargo de TBA21 y cortesía del artista

Se ha fijado asimismo en otra de las obras americanas de la colección Thyssen: una acuarela que parece representar un paisaje pintoresco, con un ciervo en el agua y un perro al lado, pero que realmente contiene una violenta escena de caza: cazadores y sus perros asustan a los ciervos y los conducen al río, donde estos se hunden. El barón compró esta imagen a Andrew Crispo, marchante y también amante de los juegos sexuales arriesgados, tanto que acabó en la cárcel por asesinato.

Al entrar en prisión, le vendió también dos obras de Heade datadas en la década de 1870. Son curiosísimas: sus propios paisajes aparecen representados en lienzos sostenidos por grandes caballetes de madera, como si aquellas obras, normalmente pequeñas, fueran más grandes. Y bajo la tela, casi en sombras, puede distinguirse una figura caricaturesca que Heade ya llamaba gremlin.

A estas imágenes volverá Raad al final del recorrido, en un juego con los fondos del Museo y con el espectador que no le impide incorporar obras ajenas a esta colección. Se trata de Galería del Louvre de Morse, pintor antes de inventar el telégrafo. Visitó París para, al calor de su gran museo, realizar la obra que le otorgara reconocimiento definitivo, y allí mismo llevó a cabo esta pieza, saliendo poco a la calle ante un peligroso brote de cólera.

Incluye este trabajo 38 pinturas de antiguos maestros tal y como Morse las imaginó en los muros de una sala del Louvre, entre ellas El ángel abandona a la familia de Tobías de Rembrandt, que contiene una de las más bellas representaciones de la espalda de un ángel. Atentos a su figura: se corresponde con la de uno de los Imanes de Antonova. El centro confirmó al artista que lo había restaurado una profesional soviética.

En el epílogo de la muestra nos habla Raad de marcos, radiografías, cortinas, oro y plata… y gremlins. En aquella visita del 83 al Museo Pushkin, el barón Thyssen encontró a una mujer que desembalaba obras charlando con los marcos, detectando si se encontraban bien no solo en lo que tenía que ver con gusanos e insectos. La invitó a Villa Favorita, donde redactó algunos informes, achacándoles retraso en el desarrollo global, catatonia o disforia de género; en adelante trabajó casi veinte años para el barón. ¿Adivináis su nombre? Sí, Lamia Antonova.

Al tiempo de trabajar en Suiza, la restauradora percibió que esos males podían afectar a las pinturas e intuyó que estas podían incluso detectar esas patologías futuras y tratar de escapar a ellas. Para calmarla, sus compañeros reforzaron grapas y clavos, como dejan ver las radiografías. Aunque parece que Antonova pensó que nada podría disuadirles de huir.

Poco después de conocerla, por cierto, el barón encargó la realización de un álbum fotográfico de los interiores de su mansión en Suiza, del que hizo cuatro copias para sus herederos. Las imágenes resultan bastante extrañas: las obras que cuelgan de los muros están cubiertas de collages de papel que representan cortinas de encaje y, en uno de los álbumes, podemos leer Este álbum se hizo para aquellos de mis hijos que ven a través de los velos, las cortinas y las máscaras. Ninguno de los descendientes del barón se siente hoy aludido por la afirmación, salvo uno que afirma poder ver a través de las nubes.

Hablando de fotografías, Antonova capturó a principios de los ochenta las de objetos que parecen tomados por artrópodos. Descubrió que diez copas de la colección de oro y plata de Thyssen atraían solo a una única clase de artrópodos cada una y repelían a todas las demás y que, para más inri, moscas, abejas, babosas y arañas parecían venir de la nada en cuanto dichas piezas salían de sus cajas.

¿Recordáis a los gremlins? Para terminar, Raad vuelve a ellos. Dos de las obras heredadas por Francesca Thyssen fueron pintadas encima de otras pinturas: en las capas superiores hay dos típicos paisajes de pantanos de Heade, pero tras ellas aparecen Gremlin en el estudio I y Gremlin en el estudio II, también de Heade. El artista habló de ellos una sola vez, en 1890, para explicar que, mientras trabajaba en sus pinturas de pantanos, apartó la vista para admirar el atardecer y, cuando volvió a mirar los cuadros, allí aparecieron esos seres. De origen desconocido, como los artrópodos de las copas.

Antonova comprendió al saberlo por qué Heade había adoptado el seudónimo de Didymus, el gemelo. Didymus sabía que tenía dos cuerpos, uno vivo y otro muerto: el primero caminando junto a los pantanos; el otro lado, en el lado del gremlin de la pintura, en ninguna parte. Porque ninguna parte también es un lugar y Raad ha buscado darle escenario en el Thyssen.

Walid Raad. Epílogo VII: El oro y la plata, 2021 Encargo de TBA21 y cortesía del artista
Walid Raad. Epílogo VII: El oro y la plata, 2021. Encargo de TBA21 y cortesía del artista

 

 

Walid Raad. “Cotton Under My Feet”

MUSEO NACIONAL THYSSEN-BORNEMISZA

Paseo del Prado, 8

Madrid

Del 6 de octubre de 2021 al 23 de enero de 2022

 

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