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‘Wasteland 3’, América la bella

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‘Wasteland 3’, América la bella

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En Colorado, más de cien años después de un holocausto nuclear, el invierno es perpetuo y un manto de radiación cubre el yermo congelado. Entre las bandas de caníbales y fanáticos religiosos un solo hombre protege la promesa de América, la brillante ciudad sobre la colina, en Colorado Springs. El Patriarca lleva décadas controlando el territorio con puño de acero gracias al apoyo de las Cien Familias, los descendientes de una comunidad de supervivencialistas (o preppers), pero las revueltas de sus tres hijos (Victory, Valor y Liberty), deseosos de heredar el cetro antes de tiempo, amenazan el orden por el que tanto ha luchado. Para resolver este problema sin tener que mancharse las manos acude a los Rangers de Arizona, una facción al borde del colapso, que viajan al norte para asegurar las líneas de suministro que les permitan sobrevivir. Sin embargo, nada más llegar, los Rangers caen en una emboscada que acaba con la mayoría de sus efectivos. Desde una posición vulnerable, deben navegar la volátil situación política de la región para cumplir con su misión y llevar ante la justicia a los hijos del Patriarca, al mismo tiempo que descubren que nada es lo que parece y que todos tienen intenciones ocultas. 

El Wasteland original, lanzado en 1988, es el antecesor de la saga Fallout y uno de los primeros juegos ambientados en una distopía tras la caída de las bombas. Brian Fargo, director del original, tras conseguir el apoyo de la comunidad a través de la financiación colectiva consiguió sacar una secuela en 2014 y ahora viene esta tercera parte, un proyecto que también se apoyó en la comunidad para reunir un presupuesto de más de tres millones de dólares pero que se ha terminando beneficiando de la adquisición del estudio por parte de Microsoft. El aumento de liquidez se ha traducido en unos valores de producción más altos y un juego con todos los diálogos sustentados en la actuación de actores muy competentes. Teniendo en cuenta las dimensiones colosales del título, en torno a las 60 horas sin muchas distracciones, y su fuerte vocación narrativa es una característica muy reseñable. Aunque el juego cuenta con múltiples referencias a los anteriores, la trama, al situarse en un paraje nuevo, resulta independiente y se sigue bien sin tener ningún conocimiento previo.

Wasteland 3 se esfuerza de manera denodada en poner al jugador en el centro de una experiencia de rol de verdad, creando una trama con múltiples piezas en movimiento que se desarrolla a largo plazo y donde las decisiones tienen una importancia capital, moldeando los frágiles equilibrios de poder en Colorado y definiendo el destino de naciones enteras. Muchas veces las situaciones son tan extremas y tan ricas en matices que casi siempre las decisiones se tornan agonizantes, y en muchas ocasiones aparecen como disyuntivas entre lo malo y lo peor. El juego realmente pone a prueba el código moral de los personajes, ofreciendo posibilidades que permiten explorar un amplio espectro entre el pragmatismo más cínico y un idealismo que quizá no tiene cabida en una sociedad donde impera la ley del más fuerte. ¿Deben los Rangers ayudar a una caravana de refugiados desesperados a infiltrarse en la ciudad o por el contrario rechazarlos en la frontera para no poner en riesgo la viabilidad de un sistema incipiente? ¿Deben apoyar la ley y orden del Patriarca que garantiza un pequeño reducto de prosperidad o cuestionar abiertamente sus negociaciones con otros señores de la guerra para desviar el pillaje a otras tierras? ¿Deben ejecutar a sus enemigos o aceptar el riesgo permanente de encerrarlos en prisión en nombre de las formas civilizadas de un mundo que ya no existe? El juego está obsesionado con lanzar constantemente estas cuestiones contra el jugador, pero nunca le ofrece soluciones fáciles ni métodos exprés para tranquilizar su conciencia. No hay opciones buenas, y casi todos los personajes que pueblan este mundo tienen los armarios repletos de cadáveres, desde la jefa de policía a la aristocracia que se escuda en los valores tradicionales y la forma de vida americana. 

Por mucho que Wasteland 3 disfrute poniendo en apuros al jugador en cuestiones de calado, InXile ha poblado esta visión de Colorado durante un invierno nuclear con todo tipo de personajes estrambóticos y situaciones surrealistas. En las ruinas de Denver una inteligencia artificial confundida diseñada a partir de la personalidad del presidente Ronald Reagan imparte justicia desde una estatua de bronce capaz de lanzar rayos láser devastadores por los ojos, mientras una secta de fanáticos lo adora como un dios y eleva al sacerdocio a una serie de mujeres que se convierten en sus Nancy. En las ruinas del aeropuerto colindante una colonia hippie de robots comunistas tratan de vivir su vida en paz y armonía mientras su líder busca la forma de rescatar a Reagan y pone a los Rangers a prueba para juzgar el calibre moral de la humanidad. En Aspen el hijo psicópata del patriarca, Victory, ha asaltado el lujoso resort de esquí de las Cien Familias y lo ha convertido en el escenario de una película de terror, con una legión de lunáticos narcotizados que inhalan constantemente un gas que los mantiene en una realidad paralela. El mayor enclave comercial del estado está controlado por un ejército obsesionado con las películas de monstruos de la década de los cincuenta, y en las planicies un grupo de nómadas trata de descifrar oráculos en la forma de las nubes elevando grotescas cometas al cielo como ofrendas a los dioses. El tapiz de Colorado es violento y cruel, pero el tono satírico impide que se convierta en una ordalía insoportable.

De la misma forma que la toma de decisiones está en la base misma de la faceta narrativa, también lo está en la del aspecto jugable. Wasteland 3 es un juego de rol por turnos que permite controlar hasta seis personajes al mismo tiempo y no tiene ningún miedo a la hora de complicar las cosas. A pesar de los extensos tutoriales el periodo de aprendizaje resulta bastante largo, con una pléyade de sistemas y mecánicas que se interrelacionan de maneras difíciles de ver a primera vista. Aquí compensa ser el primero en desenfundar la pistola, porque los ataques de los enemigos pueden ser devastadores, y al caer en un emboscada no es extraño que todo el equipo acabe aniquilado antes de tener una mínima oportunidad de defenderse. Es un juego táctico, pausado, donde compensa elaborar estrategias y prever el movimiento de los contrincantes como si fuera una partida de ajedrez con cientos de variables. La compenetración de un equipo multidisciplinar es clave para abordar el yermo con garantías. Los combates son numerosos, pero no se suelen hacer pesados porque casi todos están cuidadosamente planteados, con escenarios a los que se puede sacar partido para darle la vuelta a situaciones aparentemente muy desventajosas. El juego consigue hacer de algunas de estas momentos exultantes, y en eso tiene mucha culpa la música sublime que ha supervisado Mary Ramos, colaboradora frecuente de Quentin Tarantino en películas como Erase una vez… en Hollywood y Los odiosos ocho. Himnos como America the Beautiful o Washed in the Blood of the Lamb encajan a la perfección con la violencia estilizada, realzando los momentos más decisivos con acordes de una nación que ha pasado a engrosar el imaginario colectivo de las gentes de Colorado como un pasado mitológico y heroico.

Sin duda, el punto flaco de Wasteland 3 es su penoso apartado técnico. Es una pena que un juego tan complejo, expansivo, ambicioso y valiente haya quedado tan deslucido por una ristra interminable de problemas que ensucian la experiencia. Los bugs, por lo menos en una PlayStation 4, que es donde lo he probado, son tan abundantes que llegan a desesperar. Enemigos que se vuelven invisibles, controles que no registran los inputs de manera correcta, habilidades que no funcionan como deberían y, sobre todo, constantes expulsiones donde el juego decide cerrarse de manera súbita y sin previo aviso. A todo esto hay que sumarle que los tiempos de cargas son tan largos que se vuelven desesperantes, hasta el punto que uno empieza a tomar decisiones basadas en tratar de evitarlos, algo que sucede siempre se cambia de escenario, cosa que sucede a menudo. En muchas ocasiones he tenido la sensación de estar luchando contra el propio código defectuoso del juego para conseguir completar la historia, con el temor constante de encontrar un bug que impidiera mi progreso de manera definitiva y preocupándome de guardar frecuentemente para no perder mucho tiempo cada vez que me encontraba con un fallo que me obligara a cargar la partida. Con los fondos que InXile ha recibido de Microsoft lo primero que tienen que hacer es contratar a programadores competentes, porque no es de recibo sacar un título en estas condiciones. Sin un buen fundamento tecnológico en este medio no hay nada que hacer.

Wasteland 3 es un juego que permite atisbar el genio creativo detrás de InXile y lo que podrían llegar a hacer con un cheque en blanco. Tiene algunas ideas brillantes y no tiene reparos en abrumar al jugador con mecánicas que tardan docenas de horas en revelar todo su potencial. La estructura del juego, basado en meter en cintura a los tres hijos del Patriarca, no deja espacio para muchas sorpresas, pero el contrapunto narrativo que aporta Angela Deth, el gran legado de la saga, sirve para ofrecer una cosmovisión alternativa que multiplica las opciones en el clímax. Los diálogos están bien escritos y  los actores hacen un gran trabajo a la hora de encarnar personajes extremos, pero también es cierto que el cinismo puede resultar avasallador en ocasiones. Pasan muchas cosas horribles en el transcurso de la historia y por toda la agencia de los Rangers muchas veces las cosas escapan a su control, provocando desastres con los que hay que seguir viviendo. Hay varias situaciones que parecen reflejar problemáticas que están en el candelero en la actualidad política de los Estados Unidos, pero el juego rehúye moralinas facilonas o sermones que las simplifiquen en exceso. En Wasteland 3 nada es como parece, pero tampoco hay soluciones simples para nada. Todo consiste en tomar decisiones y aprender a resignarse con sus consecuencias.

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