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William Ospina. Foto: LRH
William Ospina. Foto: LRH

“En la memoria todo es real, del mismo modo en que lo es lo que soñamos, que muchas veces toma forma de recuerdo. En la memoria lo inventado y lo real conviven en una zona difusa muy difícil de precisar, pero las cosas son reales en la medida en que la gente pueda creer en ellas”. Así reflexiona el escritor colombiano William Ospina (Tolima, 1954) sobre el poder que tienen los recuerdos, que atesoran en ocasiones, dice, “una carga de realidad que a veces no tiene la vida cotidiana”. En ellos, los suyos y los de su familia se embarca en Guayacanal (Literatura Random House) una novela donde recorre ese corpus de relatos que se remontan tres generaciones en su linaje para mostrar la desigualdad que define Colombia (y, por extensión, Latinoamérica) desde su fundación, y los múltiples injertos que conforman su cultura.

“Siempre tuve quien me contara estas historias, pero llega el día en que esta gente ya no está y uno descubre que es el único dueño de esos recuerdos y que más vale contarlos antes de que uno mismo los olvide”, explica sobre la espoleta que le llevó a acometer el viaje. Para recrear este trepidante relato de la vida cotidiana, Ospina bebe de los relatos orales, las canciones, las historias y recuerdos de aquellos 70 años en los que su familia vivió en la región de la cordillera central de Colombia, que era una selva cuando ellos llegaron. “Allí tuvieron que construir un mundo, un mundo muy travieso, lleno de tradiciones y costumbres de ese mundo campesino que fue Colombia durante mucho tiempo antes de que lo arrasara la violencia política”.

Pregunta. Mucho de lo que cuenta se basa en experiencias, vivencias y memorias ajenas, ¿cómo ha sido ese reconstruir los recuerdos de otros?

«Este libro narra, a través de mi familia, la historia de toda América. De sus recuerdos emerge la memoria de todo un mundo y una época»

Respuesta. Los relatos de mi familia están llenos de un sentido muy profundo de observación, no solamente sabían recordar los hechos, si no que los recordaban con cierto talento narrativo que es extraño en gentes que no tienen que ver con la literatura. Mis antepasados hicieron buena parte del trabajo, me ahorraron la parte de elegir qué escenas y personajes narrar. Eso sí, la memoria es selectiva, por lo que sí llamaría a esto un libro de ficción, ya que, al escoger sólo unas cuantas cosas, el mosaico que se arma es casi mítico. Además, por mi parte está visto con los ojos de la infancia que, como sabemos, lo vuelve todo mitología.

P. ¿Qué significó para usted volver a habitar Guayacanal y la región de Tolima?  ¿Qué queda hoy del niño que la habitó tiempo atrás?

R. Escribir este libro es una realización de sueños antiguos. Por ejemplo, siempre quise conocer a mi bisabuela, que ya había muerto cuando yo nací, y conocer cómo era la vida de mis mayores en esas tierras mucho antes de los tiempos violentos. Sin duda fue difícil, por la ferocidad de esas montañas y la aspereza de esas tierras, pero también estaba llena de abnegación, heroísmo, alegría, imaginación… Estoy cumpliendo un sueño de infancia yendo a vivir entre ellos y habitando ese mundo.

La violencia del poder

P. Destaca en la novela esa tendencia actual de la literatura, que explota mucho su compatriota Juan Gabriel Vásquez, de la pequeña historia, de narrar a través de los hechos individuales una historia que se vuelve colectiva… ¿es esta gente anónima la que hace el pasado’

R. Por supuesto. Yo uso los elementos de la memoria familiar, pero esta es la historia de muchas familias y de toda una realidad, cuando los campesinos avanzaban por un mundo que parecía acabado de crear pero que estaba lleno de pasados sepultados y humanidades borradas. Cuando converso con los lectores de Colombia o de otros países de América Latina me dicen: “esta es la historia de mi familia, así fue cómo llegaron y eso fue lo que les pasó”. Esto no es más que un ejemplo de la vida de muchísima gente y siento que a través de la narración de unos episodios y personajes particulares es imposible que no emerja todo un mundo y una época.

P. Narra también el comienzo de la violencia. Es casi un tópico hablar de ella en Colombia, pero ¿por qué este mal se enquistó en el país durante décadas? ¿Cuál fue su génesis y cómo se refleja en este libro?

«Siempre se nos dijo que éramos un país blanco, católico, de origen europeo… Pero Colombia es el país más mestizo del continente»

R. Toda mi obra como escritor está salpicada de esas preguntas, porque la violencia de Colombia ha sido desde hace décadas un clima permanente que ha envuelto a la sociedad, más que una guerra con un comienzo y un final. Aquí no existen esas coordenadas. Es una violencia que nace de unas minorías violentas que tiranizan la vida, por lo que interrogar esa violencia también es interrogar el papel que han jugado ciertas clases sociales. La historia de Colombia se caracteriza porque unas cuantas castas muy poderosas han mantenido la hegemonía de su modelo histórico y han utilizado la violencia para dividir y debilitar al pueblo, para garantizar su poder. Detrás de esa violencia está el poder, por eso aquí y en toda América Latina se necesitan reformas liberales que hagan verosímil el discurso de la democracia. Y Colombia es un país donde hemos aplazado hasta ahora el cumplimiento de esas grandes reformas.

P. En este sentido, acaba de publicar un libro de ensayos donde asegura que durante décadas se ha vendido en Colombia una visión única y se ha dado la espalda a otras culturas e identidades. ¿Es factible que ese mestizaje, esa integración tenga lugar próximamente?

R. Colombia es el país más mestizo del continente. Hay países mayoritariamente blancos de origen europeo, como Argentina o Chile, países mayoritariamente indígenas, como México o Bolivia, y otros mulatos, de origen africano como Haití o Brasil. Pero Colombia no es mayoritariamente nada, es muy mestizo. El caso es que durante décadas impero esa ideología que nos obligaba a pensar que este era un país blanco, católico, de origen europeo… Y aunque es muy importante esta herencia, la del castellano, de la religión, de la vocación por la democracia liberal, pienso que soslayar tanto tiempo la presencia del otro costado de nuestra historia ha impedido que nos reconciliemos con una parte de nuestro propio ser y nuestra propia memoria, esas culturas que habitaron aquí durante miles de años y que estaban llenas de talento, de mitología, de lenguas, de filosofía…

Romper los moldes sociales

“Para Europa siempre ha habido una conciencia clara de su pasado milenario y de los millones de generaciones que se han sucedido en un mismo territorio, pero nosotros, por las características de nuestra historia tendimos a olvidar todo eso”, reflexiona Ospina, quien asegura que toda la realidad del pasado americano “no se deja borrar. Las ruinas y tumbas no solo tenían huesos, sino piezas de arte y artesanía que hablan de una toda una cultura. Y eso no es sólo un recuerdo del pasado, sino un instrumento para mirar el futuro. Los colombianos hemos descubierto que, si no nos reconciliamos con la complejidad de nuestro ser, la pluralidad de nuestra memoria y con esta naturaleza puramente americana, nunca estaremos completos”.

P. Recientemente su país ha vivido estallidos de protesta sobre los que ha escrito mucho en prensa. ¿Qué está ocurriendo en Colombia, que reclama el pueblo y cómo se ha llegado a esto?

«Es difícil ver en el mundo una rebelión en la que los jóvenes protesten pidiendo que les den más y mejor educación, es algo asombroso»

R. Es algo que se veía venir desde hace tiempo. Hace ya 25 años escribí un ensayo titulado Dónde está la franja amarilla tratando de ahondar en eso. Siento que Colombia ha tardado demasiado en tomar conciencia de ciertas verdades y desechar las miradas de las élites. Ahora hay un despertar fundamentalmente apoyado en la juventud, que sabe que la modernidad exige mirar la realidad con una complejidad distinta. La sociedad ya no cabe en esos moldes tan estrechos, que fueron los que produjeron tanta violencia porque se gobernaba acallando todo lo distinto que no cupiera en ese esquema. Los colombianos ya no quieren soportar más eso, y ese es el trasfondo de esa rebelión, que parecía una protesta contra unos decretos o un Gobierno, pero se está convirtiendo en algo más, el clamor por una transformación cultural, social y política de grandes dimensiones.

P. ¿En qué desembocará todo esto y en qué cree que debería hacerlo?

R. Es difícil ver en el mundo una rebelión en la que los jóvenes protesten pidiendo que les den más y mejor educación, es algo asombroso. Ahora mismo hay mucha incertidumbre, porque el Gobierno actual, en lugar de tomar una decisión que responda al momento histórico y ofrezca a los jóvenes las oportunidades que no han tenido, manda a la policía a combatirlos. Los gobiernos torpes intentan acallar la disidencia con violencia, pensando que hay que defender las instituciones contra el pueblo que las sostiene y las paga, pero no van a poder. Están remando contra la historia y todo el mundo puede ver quién tiene la razón. En estos momentos, en ningún lugar del mundo hay que defender el poder y la autoridad, abstracciones que van contra la gente. El futuro es del pueblo, y dada la naturaleza inevitable de los reclamos, creo que nuestro país logrará los cambios que históricamente se merece.

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