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“Mi arte hace que vea de nuevo lo que está ahí, y en ese sentido estoy redescubriendo al niño que llevo en mi interior. En el pasado me he sentido incómodo cuando mi obra se relacionaba con niños, porque quizá implicaba que lo que hago no es sino un juego. Sin embargo, ahora que tengo hijos y he visto la intensidad con que descubren las cosas mediante el juego, he incorporado este aspecto a mi trabajo”.

Andy Goldsworthy (Cheshire, 1956) ha formado parte de una generación de artistas ligados al land art que no participaron en las exposiciones históricas de los sesenta; como esos niños de los que hablaba, se interesó por la esencia de las cosas; por sus sabores, olores, colores, formas y cualidades, por su propio lugar en la naturaleza y por el tratamiento de esta en el arte, muy lejano al del mero concepto. Sentía fascinación por los lugares en que otros viven y trabajan, lugares como Penpont (Escocia), donde trabajó al ritmo de las estaciones: las hojas de colores o los carámbanos de hielo los convertía en esculturas sinuosas, en construcciones fugaces que aparecen y desaparecen.

Andy Goldsworthy. Thin ice/ made over two days/ welded with water from dripping ice/ hollow inside
Andy Goldsworthy. Thin ice/ made over two days/ welded with water from dripping ice/ hollow inside

Su cercanía a la naturaleza cobró forma en nidos construidos con maderos, figuras cónicas de piedras, líneas de hojas que arrastra el río, círculos de tallos marchitos, líneas de hojas coloridas sobre la hierba o bolas de polvo de óxido de hierro o nieve lanzadas por los aires.

A este creador estadounidense le interesa el momento en que esas obras, frágiles, devienen creación artística: pasan de una dimensión a otra, en un momento que él llama “de energía” y que solo era captado por su cámara Hasselblad; decía Goldsworthy que la fotografía se había convertido en el medio a través del cual hablar sobre su escultura. Durante su trabajo, según explicó en una entrevista, la distancia con la obra es tan escasa que deseaba siempre estar en contacto directo con ella, por eso las imágenes son el idioma en que describe su producción, la lengua en la que ve y reconoce sus prácticas. Se trata, en definitiva, del único medio con el que documentaba su arte.

La elección de los materiales (arena, agua, nieve y hielo, piedras, zarzas, ramas, flores, plumas de ave) reflejaba la riqueza natural y a su vez le permitía modificaciones: dividía plumas de garza con una piedra afilada o fijaba hojas con espinas. El elemento común de la mayor parte de sus trabajos es la gestualidad: lograba ornamentalidad en la representación natural; las hojas otoñales pardas se hacían caracolas plantadas sobre la bifurcación de una rama, o varios carámbanos se unían para formar la estructura radial de una estrella, como en Thin ice/ made over two days/ welded with water from dripping ice/ hollow inside. Y el juego con la superficie de las cosas persigue la comprensión de su naturaleza, visible e invisible. La vulnerabilidad de árbol, hoja y caracola, amenazada por cada soplo de viento, y el breve reflejo del sol en los carámbanos estrellados de agua congelada revelan mucho sobre el orden imperante en el paisaje. Subraya la belleza del medio ambiente estableciendo sistemas de semejanzas: Tuve que olvidar mi idea de la naturaleza y aprender de nuevo que la piedra es dura, y al hacerlo descubrí que es también blanda. Arranqué hojas, partí piedras, rasgué plumas (…) para trascender las apariencias y tocar parte de su esencia.

Tuve que olvidar mi idea de la naturaleza y aprender de nuevo que la piedra es dura, y al hacerlo descubrí que es también blanda. Arranqué hojas, partí piedras, rasgué plumas (…) para trascender las apariencias y tocar parte de su esencia.

También trabajó Goldsworthy en el Storm King Art Center de Mountainville (Nueva York), un amplio y hermoso parque que cuenta con una serie de esculturas diseñadas específicamente para este lugar. Se trata de un centro de escultura que fundaron en 1960 los empresarios Ralph E. Ogden y H. Peter Stern y que está situado en el muy atractivo entorno de las Hudson Highlands: sobre sus dos centenares de hectáreas de prados es posible encontrar numerosas obras monumentales, encargadas para su ubicación específica, de autores como Calder, Henry Moore, Mark di Suvero, Louise Nevelson o Isamu Noguchi.

En 1997, el de Cheshire recibió ese encargo de crear una escultura para este espacio y dos años después finalizaba la construcción de su Storm King Wall, formado por 700 metros de muro de roca. La materialización de esta propuesta comenzó por una investigación del terreno, durante la que localizó restos de muros antiguos. A lo largo de varios esbozos, fue madurando la idea de partir de esas estructuras halladas para erigir de nuevo el muro con las piedras originales y establecer así una conexión entre los árboles crecidos sobre los restos de mampostería.

El primer tramo del muro serpentea con elegancia entre los árboles, resiguiendo el itinerario del muro original junto a un arroyo cercano. Parece que el muro se zambulle en el arroyo porque se pierde poco a poco bajo la superficie del agua y reaparece de nuevo en la otra orilla. Al otro lado, el muro asciende una pendiente, cruza un sendero, atraviesa distintos prados y termina junto a una transitada carretera. Esa segunda parte de la escultura de Goldsworthy se corresponde con el trazado de varios muros registrados en mapas históricos de los que no hay restos.

Aunque, por lo general, el autor solía elaborar sus propias esculturas (llegando a conectar ramas, con sus manos casi congeladas, a través de agujeros y carámbanos), en el caso de este muro dejó el trabajo manual para otros profesionales, de ahí que esta obra tenga un aspecto semejante al de cualquier otra linde de construcción tradicional, como las que aún pueden verse en Escocia.

Explicó el artista en una entrevista que su deseo había sido localizar la línea del muro y acondicionar el espacio; lo cierto es que las curvas suaves del muro transmiten una idea de movimiento que sugiere el fluir del agua. Con el transcurso de las estaciones, los tonos pardos y amarillentos de las hojas transforman nuestra visión del muro; en invierno, lo cubren nieve y hielo.

Dijo Goldsworthy que el muro es una línea en simpatía con el espacio que atraviesa; a esa simpatía se refirió Michel Foucault como aquello que “suscita el movimiento de las cosas en el mundo y provoca los acercamientos más distantes. Es el principio de la movilidad: atrae lo pesado hacia la pesantez del suelo y lo ligero hacia el éter sin peso; lleva las raíces hacia el agua y hace girar, con la curva del sol, a la flor amarilla del girasol.

En ese sistema de conocimiento, hoy olvidado, busca el artista explorar las cualidades naturales de las cosas y su relación con el entorno. En definitiva, Storm King Wall transcurre en línea ondulada por un terreno cuya vegetación, topografía e historia condicionan su transcurso y armonizan con él. La obra es el lugar.

Andy Goldsworthy. Storm King Wall
Andy Goldsworthy. Storm King Wall
Andy Goldsworthy. Storm King Wall
Andy Goldsworthy. Storm King Wall

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