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Aunque a nadie le gusta padecer miedo, este supone una reacción indispensable en nuestro día a día que nos advierte y protege del peligro. Se trata de uno de los mecanismos más primitivos de supervivencia y así, tener miedo es una reacción natural, básica, de lo que podemos denominar el «software humano». Por ejemplo, podemos tener miedo a quemarnos con el fuego, a ser atracados en una calle oscura de un lugar que desconocemos o a ser mordidos por una serpiente. En todos estos casos el miedo es una respuesta innata de nuestro organismo cuya función es garantizar nuestra supervivencia. Sin embargo, cuando las respuestas al miedo se escapan a nuestro control, son exageradas, o responden a peligros inexistentes, esto puede provocar problemas que en numerosas ocasiones se traducen en miedos persistentes o trastornos de ansiedad.

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En Europa, por ejemplo, se calcula que alrededor del 15% de la población se ve afectada por estos trastornos de ansiedad. Las terapias existentes en la actualidad para la ansiedad siguen siendo en gran medida inespecíficas y en general poco eficaces, ya que hasta el momento se carece de una comprensión neurobiológica detallada de como se produce.

Lo que si se sabe hasta ahora es que distintas células nerviosas interactúan de manera conjunta para regular las distintas respuestas al miedo, bien promoviéndolas o reprimiéndolas. En este proceso intervienen diferentes circuitos de células nerviosas entre los cuales tiene lugar una especie de «tira y afloja» en el que sendos circuitos cerebrales compiten por anularse mutuamente. Si este sistema se altera, por ejemplo, si las reacciones de miedo no se reprimen, esto puede dar lugar a los temidos trastornos de ansiedad.

Del mismo modo, estudios recientes ya habían demostrado que ciertos grupos de neuronas en la amígdala son cruciales para la regulación de las respuestas al miedo. La amígdala es una pequeña estructura cerebral con forma de almendra en el centro del encéfalo que recibe información sobre los estímulos de miedo y la transmite a otras regiones del mismo para generar las diferentes respuestas de miedo y provocando diferentes alteraciones fisiológicas como la liberación de hormonas del estrés, el cambio en la frecuencia cardíaca o las típicas respuestas de lucha, huida o congelación.

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El lugar donde habita el miedo

Ahora, un grupo liderado por los profesores Stephane Ciocchi de la Universidad de Berna y Andreas Luthi del Instituto Friedrich Miescher en Basilea ha descubierto que la amígdala juega un papel mucho más activo en estos procesos de lo que se pensaba anteriormente: no solo la amígdala central es un centro para generar respuestas de miedo, si no que además contiene microcircuitos neuronales que regulan la supresión de las respuestas a este.

Así, volviendo al tira y afloja al que nos referíamos con anterioridad, por ejemplo se ha demostrado en modelos animales que la inhibición de estos microcircuitos conduce a un miedo duradero y persistente en el tiempo. Al contrario, cuando se activan, el comportamiento vuelve a la normalidad a pesar de las respuestas de miedo anteriores, lo que muestra, según los autores, que las neuronas de la amígdala son altamente adaptables y esenciales para reprimir el miedo.

Las neuronas de la amígdala son altamente adaptables y esenciales para reprimir el miedo

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Foto: Life Science Databases / Wikicommons

Para llegar a sus conclusiones, Ciocchi, Luthi y su equipo estudiaron la actividad de las neuronas de la amígdala central en ratones durante la supresión de las respuestas al miedo y pudieron identificar los diferentes tipos de células que influyen en el comportamiento de los animales.

Para su estudio, los investigadores utilizaron varios métodos, incluida una técnica llamada optogenética con la que podían detener con precisión a través de pulsos de luz la actividad de una población neuronal que, identificada dentro de la amígdala central, produce una enzima específica. Esto perjudicó la supresión de las respuestas al miedo, por lo que los animales se volvieron excesivamente temerosos. «Nos sorprendió la fuerza y efectividad con la que nuestra intervención dirigida en tipos específicos de células de la amígdala central afectó las respuestas al miedo», explica Ciocchi, quien es profesor en el Instituto de Fisiología de la Universidad de Berna. «El silenciamiento optogenético de estas neuronas específicas provocó un estado de miedo patológico», añade.

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En los seres humanos por su parte, la disfunción de este sistema, podría contribuir a la supresión deficiente de los recuerdos de miedo informados en pacientes con ansiedad y trastornos relacionados con el trauma, por lo que los autores del articulo que bajo el titulo Central amygdala micro-circuits mediate fear extinction se publica esta semana en la revista Nature Communications, una mejor comprensión de estos procesos ayudará a desarrollar terapias más específicas para estos trastornos. «Aunque eso si, «todavía son necesarios más estudios para investigar si los descubrimientos obtenidos en modelos animales simples pueden extrapolarse a los trastornos de ansiedad humanos», concluye Ciocchi.

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