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La primera parte de la misión DART de la NASA ha sido un éxito. Según los planes, la sonda principal de la misión se estrellaba a la 1:14, hora peninsular (CET), contra Dimorphos, el más pequeño de los asteroides del sistema Didymos. Sin duda es una gesta que celebrar pero, ¿cuáles son las probabilidades de que nos sirva de algo?


Éxito por ahora.
Todo salió según lo planeado y DART enviaba sus imágenes con una cadencia de un segundo, cada vez más cerca de la superficie del asteroide en el que debía impactar. En las últimas podían verse con buena definición los regolitos, piedras y arena de la superficie del asteroide. El último fotograma, en rojo, indicaba la pérdida de la conexión. Lo que en otra misión sería un fracaso aquí implicaba el éxito.

Por el momento. Y es que el impacto de la sonda en el asteroide era tan solo la primera parte. A partir de ahora el equipo de DART deberá realizar mediciones sobre la órbita de Dimorphos para comprobar cuál ha sido el efecto del encontronazo sobre la órbita que Dimorphos traza sobre Didymos, el mayor de los asteroides del sistema homónimo.

Objetivo: la defensa planetaria.
DART es tan solo un ensayo de un proyecto de defensa planetaria que pretende protegernos de un posible impacto de un asteroide. La idea es desviar la trayectoria del objeto que amenace la apacible existencia de la humanidad “disparando” contra él una nave espacial como se ha hecho con DART y Dimorphos.

A la hora de evaluar si DART servirá para algo hay que tener en cuenta dos variables. Primero, la probabilidad de que un asteroide se dirija en ruta de colisión a la Tierra. El segundo, la probabilidad de que, si esta circunstancia se da, la misión heredera de DART tenga éxito en desviar el objeto.

A mayor daño menor probabilidad de impacto.
Gracias a décadas de investigaciones, tenemos una idea aproximada de qué tipo de objetos pueden amenazar nuestra existencia. Sabemos, por ejemplo, que al igual que con otro tipo de eventos catastróficos, la probabilidad de que un asteroide nos golpee es inversamente proporcional a su potencial destructor.

Es decir, eventos como el que causó la extinción de los dinosaurios son mucho menos frecuentes que eventos como el bólido de Cheliábinsk. ¿Cuánto menos? Según las estimaciones de la propia NASA, el impacto de un asteroide de unos 10 kilómetros de diámetro se produce de media cada 100 o 200 millones de años. Existen cuatro objetos de este tamaño en nuestras inmediaciones por lo que puede concluirse que el riesgo es pequeño.

Si bajamos en tamaño la probabilidad aumenta. Un asteroide de un kilómetro no causaría una extinción masiva pero sus daños podrían mandarnos de vuelta a la edad de piedra. Este impacto podría darse cada medio millón de años.

El riesgo está en el término medio.
Dimprphos tiene un tamaño de unos 160 metros. Los impactos de estos cuerpos podrían producirse cada 20 milenios. Como referencia, el Homo sapiens surgió hace aproximadamente 300.000 años y los humanos anatómicamente modernos hace unos 200.000. Estos impactos causan serios daños pero a una escala limitada. De impactar sobre áreas densamente pobladas como ciudades los daños serían catastróficos. Estimamos unos 25.000 NEOs de este tamaño.

Los bólidos que podemos esperar ver a lo largo de nuestra vida son los de tamaño inferior a los 25 metros. Los de 25 metros nos llegan una vez cada 100 años en promedio y pueden causar daños severos a su paso por ciudades. Se cuentan por millones los que hay a nuestro alrededor. Los más pequelos pueden pasar a menudo y casi sin dejar rastro a nivel de suelo.

Verlo venir.
El tamaño del asteroide está también muy estrechamente vinculado a nuestra capacidad de verlo venir. Así como tenemos debidamente localizados los asteroides de mayor tamaño, según éste decrece nuestros registros se debilitan.

Así, tenemos localizados más de un 95% de los asteroides de un tamaño superior al kilómetro, sin embargo tan apenas tenemos bajo control un 40% de los asteroides del rango de los 140 metros, es decir, los semejantes a Dimorphos. Si bajamos aún más, tenemos controlados menos de un 0,5% de los asteroides de 25 metros o menos.

Sol y sombra.
Hay un segundo factor a la hora de ver venir una de estas rocas, y es su procedencia. Los asteroides no emiten luz, por lo que dependemos de la luz que reflejan del Sol.

Su composición puede alterar su albedo, pero la clave aquí es si nos llegan desde el Sol (en cuyo caso no podremos verlos venir hasta demasiado tarde), o desde nuestra “noche”. En este segundo caso el asteroide reflejará la luz solar y podremos verlo con más facilidad.

De ahí la importancia de hacer un seguimiento de las órbitas de estos objetos y así saber a años vista si se nos van a acercar peligrosamente.

Una cuestión de tiempo.
Aún les queda mucho trabajo por delante a los equipos de la NASA y otras muchas instituciones antes de poder dar con una forma eficaz de desviar un asteroide. Quizá tengamos que esperar décadas hasta que sepamos cómo hacerlo. El resultado tampoco será necesariamente un vehículo y una misión, sino más probablemente una serie de modelos matemáticos que nos permitan hacer los cálculos de desvío cuando llegue el día.

La hipotética futura misión para desviarlo dependerá de muchos factores, como el tamaño del objeto, su velocidad y ángulo con el que nos vaya a interceptar. Esto puede implicar años de trabajo hasta poder desviar un satélite. De ahí la tremenda importancia de mantener un ojo sobre cuantos más NEOs podamos y descifrar sus trayectorias orbitales a años, si no a siglos vista.

Solo el tiempo podrá decir si la misión DART ha servido de algo. Entretanto podemos seguir deleitándolos con el atino con el que la sonda ha acertado contra un blanco situado a la friolera de 11 millones de kilómetros.

Imagen | NASA/Johns Hopkins APL



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