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SOBRE LA ESPAÑA CRISTIANA, REYES MAGOS Y OTRAS CREENCIAS NO HISTÓRICAS  (I)

Pablo Casado, dirigente del PP, nos recordaba hace pocos días en el Congreso de los Diputados, que España y sus tradiciones navideñas eran cristianas. El alcalde de Madrid, José Luis Martínez-Almeida, felicitaba a mediados de diciembre, por parte del ayuntamiento, apoyado por la presidenta de la Comunidad de Madrid Isabel Díaz Ayuso, con una postal en la que en el cielo volaba una estatua característica del paisaje urbanístico-escultórico de Madrid: la diosa Niké (la Victoria romana), hija de Zeus. En una interpretación muy particular (en este caso de la tradición cultural clásica) y muy sesgada desde el punto de vista religioso, el PP madrileño había tapado la desnudez de la diosa griega, con una ropa adecuada para convertirla en un ángel católico.

La última apropiación de la tradición, por parte de Martínez-Almeida y Ayuso, ha sido enviar otra postal de felicitaciones navideñas en la que el rey Baltasar ¡es blanco!. Claro que ya había un precedente el año pasado (2019), cuando Vox de Cádiz, felicitó la Navidad con una postal con tres reyes magos blancos. Y todo ello a cargo del erario público.

Sin entrar a valorar lo innecesario de gastar en estos tiempos de enormes carencias sociales, estas medidas de auto-propaganda, sí me quiero detener en el hecho de utilizar la simbología cristiana en este tipo de acciones en el ámbito público, tan frecuentes por parte de las instituciones públicas (y por lo tanto de todos y todas).

También es cierto que empresas capitalistas, con dudosa intención humanista, utilizan profusamente simbologías cristianas (muchas de ellas capturadas para intereses espurios y para el marketing comercial), usando expresiones y mensajes que felicitan la Navidad. Pero eso sería remitirse al ámbito privado. Queda anotado, en todo caso, el uso perverso e interesado de esta simbología.

Decía Eduardo Mendoza que “el propio lenguaje lleva implícito el relato”. El lenguaje es importante porque refleja y crea ideología, valores y formas de ver la vida.

Para los que opinan que la Navidad y todo lo que a ella se refiere, forma parte de la “tradición cultural” y hay que mantenerla, no sé si dirían lo mismo al ver determinadas “tradiciones culturales”, como por ejemplo, un burka o un niqab por las calles (aunque supongo que los azotes de los penitentes en sus espaldas, en Semana Santa, sí se verían con buenos ojos).

Para los que opinan que a las palabras no hay que darles demasiada importancia, no sé si con ello estaríamos echando a la papelera la socio-lingüística, la sociología del consumo, el marketing comercial…. También podríamos preguntar al Feminismo su opinión, sobre si el uso del lenguaje construye/influye en la realidad.

Creo evidente que la presencia del mito o la leyenda, forma parte de la Cultura humana. El problema no es transmitirlo, sino el grado de veracidad que se le otorga, la no interpretación y contextualización como mito imaginario.

¿A quién se le ocurriría contar la Odisea como si fuera un retrato fidedigno de la Era Oscura de la Historia de Grecia?.

SOBRE LA ESPAÑA CRISTIANA, REYES MAGOS Y OTRAS CREENCIAS NO HISTÓRICAS  (II)

Volvamos a la Navidad y al Cristianismo. Una parte importantísima de la base textual (además de la arqueológica) para hacer Historia de un personaje como Jesús, son los Evangelios.

No es mi objetivo entrar en si hay argumentos suficientes para demostrar científicamente la existencia de Jesús. Hay que advertir que éste sigue siendo un debate abierto y que caben interpretaciones intermedias como la utilización de la personalidad de alguien así llamado o la superposición de diferentes personas que son sincréticamente sintetizadas en una.

Ya sabemos hace mucho que los nombres de los evangelistas son con toda probabilidad inventados y que si existió, no conocieron a Jesús. Por tanto sus fuentes y los escritores de los evangelios (especialmente del siglo I y II), son cristianos de diferentes grupos, especialmente de Roma, Alejandría, Éfeso y Antioquía, que eran las que se disputaban la hegemonía sobre las demás, en lo que con el tiempo acabó concretándose en ser la sede papal urbi et orbi.

Alguien que hubiera conocido a Jesús de adulto, habría tenido entre 65 a 95 años, en los tiempos en que se escribieron los evangelios del siglo I, el más próximo a los hechos (con lo que eso representa en una sociedad básicamente de transmisión oral, de las interpretaciones y reinterpretaciones con el paso del tiempo y la distancia de los hechos para la memoria) .

Como indica el filólogo neotestamentario de la Universidad Complutense, Antonio Piñero, se han conservado 84 de estos evangelios, pero debió haber muchos más. Se llaman canónicos los de Marcos, Mateo, Lucas y Juan y sinópticos los tres primeros, al mostrar el evangelio de Juan un Jesús muy diferente, que se van escribiendo desde el año 71-75 al 100 de nuestra era común. A partir del s. II los evangelios aparecidos hasta el s. VII, se van a denominar apócrifos y serán depurados por la Iglesia muy pronto.

La primera lista de libros purgados del Nuevo Testamento ocurrió en la Roma del 200. En el Concilio de Nicea, en 325, en un momento donde la alianza entre poder imperial e Iglesia se iba consolidando, se definió la ortodoxia cristiana, con lo que el corpus neotestamentario quedó fijado, despreciando todo lo escrito fuera de ese canon.

Es en este Concilio, el obispo de Jerusalén Macario, le pidió al emperador Constantino (¡que lo presidía!), que excavara la tumba de Jesús. De esa manera se completaba el “descubrimiento” (el Santo Sepulcro), con el de Elena (Santa Elena), la madre del emperador, que en su viaje a Jerusalén, también “encontró” oportunamente restos del Lignum Crucis (la cruz del ajusticiamiento). Todo ello supuso la destrucción del templo de Venus-Afrodita  que Constantino mandó derruir, junto al de Júpiter Capitolino, y la construcción de Edículo que albergaba la tumba. El lugar de la lápida recibía “los rayos del sol” bajo su cubierta esférica con óculo (de clara tradición romana), situado hoy en la actual Rotonda, ubicada en lo que después sería el complejo de edificios del Santo Sepulcro. Todo muy simbólico.

Los evangelios más antiguos están escritos en griego (por tanto procedían de judíos helenizados) , conocedores del mundo pagano (clásico). Son copias de otros (los originales) que se han perdido, junto a textos recopilatorios que contenían anécdotas y dichos que aseguraban pertenecer a Jesús, probablemente en arameo. Entre ellos, el que se considera el quinto evangelio, también en griego, la Fuente Q (de Quelle, “fuente” en alemán), y que está perdido. En la Fuente Q se basarían los evangelios de Mateo y Lucas (comunidad de Éfeso) que escriben sobre la misma época, cuyos contenidos no aparecen en los demás evangelios, aunque entre sí no concuerdan del todo, especialmente en lo referido al “Jesús oculto” y la infancia. Como indica Antonio Piñero, en total se conservan 5000 manuscritos de todo tipo y contenido, entre el año 200 y el 1.500, en los que hay 200.000 divergencias en sus datos y afirmaciones.

Los evangelios de Mateo y Lucas (entre el año 85 a 90), no comienzan en realidad hasta el tercer capítulo, porque según la investigación sobre esos textos, los dos primeros –los evangelios de la infancia- fueron interpolados, es decir, añadidos más tarde, en una “revisión” que se llevó a cabo en el siglo II.

Son los únicos que hablan de esta etapa pero no coinciden en la anunciación, concepción virginal, la no consideración de ser hijo de Dios en esta etapa, Herodes y la matanza de los inocentes (que no aparece en el historiador judeo-romano Flavio Josefo), la huida a Egipto, la vuelta a Judea y retirada a Galilea, el pesebre, el buey, el asno, la mula, la estrella de Oriente ( de la que no hay ningún registro de la época), que si están en Mateo, pero no en Lucas. Tampoco la visita de María a Zacarías e Isabel, madre del Bautista (pariente, no prima), en la adoración de los pastores, que están en Lucas pero no en Mateo.

Las dos tradiciones que hacían provenir al Mesías de Belén (Mateo) o de Nazaret (Lucas), se fueron escorando hacia Belén, para que así encajaran las profecías (especialmente la de Miqueas), reforzando una línea judeo-cristiana de vuelta al Israel triunfante, que resplandeciera con su poder sobre los otros pueblos, zafándose de los romanos, viviendo un Reino de Dios, muy físico y material en la Tierra.

Tras la ejecución de Jesús y la sensación de fracaso de su ministerio, esta línea será sustituida por Pablo de Tarso (verdadero creador de la Iglesia cristiana, en dura disputa entre comunidades cristinas más “judías” o más gentiles), que abre hacia los no judíos, la esperanza de un Reino en la otra vida y tras la Resurrección, pero no en la inmediatez de la muerte de Jesús. De esta manerajustifica el sacrificio del enviado del Señor, como parte de un “plan” divino.    

Sobre los Reyes Magos hay que decir que de los evangelios canónicos que recogen su existencia, sólo en Mateo (en realidad la comunidad de Antioquía,  entre 85 al 90 de nuestra era común) cita (2,1-12) unos “magos de Oriente” -que no son reyes-, y de existir, hubieran sido practicantes de magia negra/blanca y sacerdotes-astrólogos zoroastristas de Persia, pero eso recordaba demasiado a Mitra y no encajaba bien en la narración. De hecho, no será hasta el siglo V cuando se fija el número (no siempre fueron tres) y  se les atribuyen sus nombres actuales. Es decir, no existieron como tales en la imaginería navideña hasta 500 años después de los hechos.

Sabemos que el año calculado del nacimiento de Jesús, por el monje Dionisio el Exiguo (era de baja estatura) en el s. VI, está equivocado nacería 5-6 años antes de su fecha (6-5 antes de la era común). También quiso hacerlo coincidir conscientemente con el 25 de diciembre para contrarrestar las Saturnales, fiestas romanas que se celebraban en honor a Saturno, el dios de la agricultura y la cosecha, y que originalmente transcurrían entre el 17 y el 23 de diciembre, coincidiendo con el solsticio de invierno. Así mismo, existía la muy arraigada fiesta pagana del Sol Invicto y del dios iranio-persa Mitra, la fiesta de Yalda, el fin de la estación fría y el triunfo del Sol sobre la oscuridad que procuraría conseguir la inmortalidad y salvación en el día del juicio final.

Este conjunto de hechos prodigiosos que rodean el relato de la Natividad, dan a entender que el acontecimiento narrado, el nacimiento de Jesús, estaba a la altura de los grandes personajes, héroes y dioses paganos, con una intervención divina especial, convirtiéndolo en semihumano ( para, al cabo, divinizarlo), con los que la nueva religión entraba a competir, en el mundo helenizado que le había tocado vivir.

31 de Diciembre de 2020

José Antonio Antón Valero

Catedrático de Historia de Secundaria

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