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México ha desenterrado en el fondo del mar una parte nunca antes vista de su pasado esclavista y colonialista. Un grupo de investigadores ha encontrado e identificado los restos de un barco dedicado al comercio de esclavos mayas a Cuba durante el siglo XIX, ha dado a conocer esta semana el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH). El hallazgo es único en su tipo en territorio mexicano y supone también el primer indicio material de una práctica que se extendió incluso después de la prohibición formal de la esclavitud tras el inicio de la guerra de Independencia en 1810, explica Helena Barba, responsable del INAH para Arqueología Subacuática en la península de Yucatán. “Este naufragio aporta muchísima información sobre un problema que se dio durante décadas en esta región, pero del que no teníamos evidencias más allá de los documentos de la época”, señala Barba. “Estamos tocando la punta del iceberg con este descubrimiento, hay que profundizar todavía”, agrega la investigadora.
El hallazgo de la embarcación se produjo en 2017 a unos cuatro kilómetros de las costas de Sisal, en el Estado de Yucatán. Después de tres años de trabajo se identificó de que barco se trataba. La Unión era una nave de vapor de la empresa española Zangroniz Hermanos y Compañía. Naufragó el 19 de septiembre de 1861. El accidente fue provocado por la explosión de una de las calderas, que acabó incendiando y hundiendo el barco poco después de zarpar, de acuerdo con la investigación.
La reconstrucción del suceso ha sido posible gracias a documentos históricos y periodísticos. También abonaron al relato los pescadores de Sisal, quienes han mantenido vivo el recuerdo del naufragio durante varias generaciones. “El hecho pasó desapercibido y se evitó darle mucha difusión, creo que de forma intencional, diciendo apenas que se suspendía por el momento el tráfico de pasajeros con Cuba”, comenta Barba, parte de un equipo multidisciplinario que se zambulló en las aguas y en los archivos históricos de México, Cuba y España.
El envío de esclavos mayas a Cuba se dio en el contexto de la guerra de castas, un extenso conflicto social en la península de Yucatán entre 1847 y 1901, en el que las poblaciones nativas se sublevaron ante los abusos de las élites blancas de criollos y mestizos, que concentraban el poder económico y político. Yucatán era entonces el principal productor mundial de henequén, una planta utilizada para elaborar fibras, que fue parte angular de la economía durante los primeros años de México como país independiente, pero que era producido en haciendas bajo condiciones ominosas para los trabajadores indígenas.
En pleno conflicto armado, grupos de “enganchadores” prometían a los mayas tierras, trabajo y un exilio voluntario como colonos en Cuba, que seguía siendo colonia española. “Los indígenas eran esclavizados a través de engaños y falsas promesas o simplemente para sacarlos de la región”, agrega Barba. En realidad, los “enganchadores” mexicanos y españoles reclutaban a los indígenas mayahablantes para hacer trabajos forzados en la isla, con contratos que solían escribirse en castellano y que en muchos casos eran falsos. El historiador Nelson Reed documentó en su libro sobre el conflicto de castas cómo también se enviaba a indígenas que eran hechos prisioneros y que los embarques a Cuba se hacían desde varias ciudades costeras de Yucatán como Río Lagartos, San Felipe y Dzilam.
Es así como La Unión salía de Cuba cargado de caña de azúcar, llegaba a Yucatán y seguía su ruta con escalas por puertos del Golfo de México como Tampico, Veracruz y Campeche, antes de volver a Sisal. En el tornaviaje se embarcaban otras mercancías rumbo a la isla como el henequén, cueros curtidos y maderas como el palo de tinte, así como pasajeros de primera y de segunda clase. Los indígenas se daban cuenta del engaño cuando ya estaban a bordo del barco, donde eran obligados a viajar en compartimentos pequeños e insalubres, apunta la investigación. “Había niños, niñas y adultos mayas que eran tratados como mercancías y que eran parte de un tráfico de esclavos impresionante”, señala Barba.
Cada esclavo era vendido por 25 pesos de la época a los intermediarios. Ese precio se multiplicaba en Cuba donde cada hombre era comprado por 160 pesos y la mujer por 120. Por los niños, según el recuento de Reed, se pagaba 80 pesos en la isla. Barba apunta que solo Zangroniz y Hermanos comerció cerca de 3.600 esclavos durante 10 años, al ritmo de 30 personas traficadas cada mes. El cálculo es posible gracias a que las operaciones de la compañía naviera fueron puestas al descubierto con una redada un año antes, aunque la falta de registros del tráfico dificulta obtener una cifra exacta.
La prohibición de la esclavitud fue uno de los pilares del movimiento de Independencia de México, plasmado en el grito de Dolores del 17 de septiembre de 1810 y documentos fundacionales como Los sentimientos de la nación de José María Morelos en 1813. Lejos de la historia oficial y a pesar de un imaginario nacional que no tiene recuento de la esclavitud en el México independiente, el tráfico de esclavos fue una lacra para los primeros gobiernos del país. En mayo de 1861, cuatro meses antes del naufragio de La Unión, Benito Juárez expidió un decreto presidencial en el que el envío de indígenas al extranjero era castigado con la pena de muerte y la incautación de las embarcaciones.
La investigación revela que 80 tripulantes, 60 pasajeros y un número indeterminado de esclavos murieron en el naufragio. En las profundidades de Sisal todavía estaba la caldera explotada y la madera quemada de la parte inferior del casco, pero también instrumentos de cerámica, fragmentos de botellas de vidrio y cubertería de latón de los pasajeros de primera clase con el emblema de Zangroniz y Hermanos, que ya se exhiben en el Museo de Arqueología Subacuática de Campeche, en el sur del país. Sin embargo, no hay restos mortales que puedan ser examinados. Barba explica que la alta temperatura de las aguas, la presencia de bacterias y las corrientes borraron el rastro de restos óseos y otros vestigios orgánicos.
Los investigadores se han propuesto ahora poner nombre y apellido a quienes fallecieron durante el naufragio y ayudar a que sus descendientes se reapropien de su historia. El rastro borrado de los mayas mexicanos en Cuba dejó pistas, como el barrio de Campeche, en La Habana, donde los investigadores creen que varios grupos de esclavos se establecieron. “Es como una novela de misterio”, dice Barba, “y una oportunidad única porque rara vez podemos conocer la interacción humana con los restos arqueológicos”.
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