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Una mañana Gregor se despierta en su cama convertido en un bicho. Al principio cree que sufre los efectos devastadores de una resaca tras una noche de juerga junto a su amigo Josef K, pero conforme avanza por los pasillos de la casa, convertidos en estancias que podrían ser habitadas por gigantes, cree que todo forma parte de una elaborada broma pesada. Sin embargo, al ver cómo a su amigo lo arrestan unos policías que se niegan a explicarle el porqué, y cómo su voz se transforma en un bramido monstruoso, decide escapar por los intersticios del apartamento y descubre un mundo oculto habitado por toda suerte de bichos que parecen haber corrida su misma suerte. Lo que sigue es una odisea para conseguir entrada a la misteriosa Torre para enmendar el entuerto, algo para lo que necesita un certificado sellado por un abogado, su punto de entrada en la burocracia de una máquina sin rostro frente a la que el individuo se encuentra en las más absoluta de las indefensiones.
Los videojuegos han bebido de la literatura desde sus orígenes, pero en raras ocasiones producen adaptaciones fidedignas de la manera que lo suelen hacer los medios pasivos como las series o las películas. Son medios demasiado diferentes, y la necesidad de introducir mecánicas jugables suele chocar con la intencionalidad del autor en su texto, por lo que es mucho más habitual que la imaginería, temas y personajes acaben inspirando o influyendo de manera decisiva a unos desarrolladores antes de una adaptación de una obra específica per se. En Metamorphosis, lo que ha hecho Ovid Works es mezclar personajes, situaciones y temáticas de fondo con el enfoque surrealista prevalente en las obras de Kafka, pero al servicio de una narrativa original, aprovechándose de que la mayoría de los países del mundo permiten que las obras de los autores pasen al dominio público setenta años después de la muerte de su autor. Franz Kafka murió en 1924.
El Gregor Samsa del juego no se resigna a su destino cruel y se queda en su habitación a merced de su familia, sino que rápidamente se pone en marcha para intentar revertirlo. Su nueva fisonomía le permite moverse con bastante agilidad, y gracias a un pegamento esparcido en sitios concretos puede subir por las paredes durante un tiempo limitado, salvando una carrera de obstáculos hecha a partir de objetos cotidianos como libros o cajones. El principal problema es que el juego se controla desde una perspectiva en primera persona, con las patas delanteras de Gregor asomando por los lados de la pantalla, y la cámara está muy pegada al suelo para mantener la ilusión de un insecto diminuto. Es un efecto al que cuesta bastante acostumbrarse. Es muy difícil situarse con claridad en los escenarios, saber a dónde ir o cómo ir hasta allí por la falta de perspectiva. El juego soluciona este inconveniente con un botón que permite observar el escenario desde una vista cenital en cualquier momento, pero se antoja una medida poco elegante. Hay varios puzles que hay que ir resolviendo en busca de la entrada a la Torre, pero la mayoría del juego bebe del género de las plataformas. Gregor tiene que encontrar su camino por escenarios como el interior de un gramófono o una caldera, pero nunca deja de sentirse bastante torpe.
Alejado de la visión de los hombres los bichos han construido una civilización que sin embargo mantiene muchos de los usos y costumbres de sus vidas anteriores, con sindicalistas en huelga, funcionarios proclives a espesar los procesos burocráticos y líderes religiosos que buscan engrosar las filas de sus seguidores con la distribución de panfletos. De manera paralela al viaje de Gregor, Josef se enfrenta a su proceso particular ante un enemigo que se niega incluso a comunicarle de qué se le acusa o cómo puede defenderse, y donde incluso su abogado parece haberse conjurado con los poderes fácticos para mantenerle en tinieblas. Al final el destino de los dos amigos está intrínsecamente relacionado, con un sistema perverso que trata de volverlos uno contra otro, y pone a Gregor en la tesitura de fabricar el veredicto de Josef y así demostrar su catadura moral. Al final Metamorphosis se revela como un juego que trata de homenajear la obra de Kafka, principalmente el título homónimo y El proceso, y el sentimiento de alienación del individuo frente al Leviatán invisible, incognoscible e inclemente que decide los destinos de todos como si fueran meras alimañas repugnantes.
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