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Desde la terraza del café Le Populaire se divisa un pedazo de la historia alemana. En esta misma plaza de Berlín, los nazis se dedicaron a quemar libros nada más llegar al poder, un aviso de que poco después irían a por las personas. Justo enfrente está el monumento a la Nueva Guardia (Neue Wache), erigido por la República Federal a las víctimas de la guerra y la tiranía. Con un capuccino en la mano, el historiador René Schlott reflexiona sobre qué ha supuesto para Alemania que, por primera vez desde los años cincuenta, la extrema derecha se haya sentado en esta legislatura en el Parlamento. “Desde el Bundestag, Alternativa para Alemania (AfD) ha contribuido a polarizar los debates, ya sea sobre la epidemia, Europa o la inmigración”, asegura este investigador del Centro de Historia Contemporánea de Potsdam. Pero en un asunto han fracasado estrepitosamente: el intento de algunos de sus líderes de instrumentalizar el pasado más oscuro del país. Enfrente se han encontrado con un consenso demasiado cerrado.

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El partido ultra que en 2017 hizo historia al colocarse como tercera fuerza y liderar la oposición frente a la gran coalición no pasa por su mejor momento. Las encuestas le anticipan un 11% de sufragios en las elecciones del próximo domingo, un porcentaje nada desdeñable, pero inferior al 12,6% de hace cuatro años. Con esa cifra, quedaría en cuarta o quinta posición, muy igualado con los liberales del FDP. Y, por supuesto, pase lo que pase en los comicios, ningún partido va a negociar nada con ellos. Sus temas favoritos, además, han quedado relegados en esta campaña. Ni la inmigración ni la seguridad ni las cuestiones nacionales están ahora en el centro del debate. La derecha radical alemana se agarra estos meses a un confuso mensaje negacionista y contra las restricciones por la pandemia para no quedar fuera de juego.

Lejos han quedado las bombas dialécticas que algunos líderes del ala más derechista de AfD soltaban en la primera mitad de la legislatura que ahora acaba. “Hitler y los nazis suponen tan solo una caca de pájaro en comparación con 1.000 años de exitosa historia alemana”, dijo en 2018 Alexander Gauland, uno de los dos portavoces parlamentarios del partido. Dos años más tarde echaba más sal en la herida. Cuando 80.000 personas firmaron una petición para hacer festivo el 8 de mayo, día en el que se conmemora el fin del Tercer Reich, Gauland fue tajante en su rechazo. “Sí fue una liberación para los presos de los campos de concentración, pero también un día de absoluta derrota y de pérdida de gran parte de Alemania”, dijo. Tras estas palabras, la indignación recorrió todo el espectro político. Su compañero Björn Höcke, líder de AfD en el Estado oriental de Turingia y representante del sector más duro, también ha roto tabúes con expresiones con reminiscencias a tiempos a los que nadie quiere volver.

“Su intento de instrumentalizar el pasado nazi supone un ataque a una de las bases de nuestra democracia”, asegura el historiador Heinrich August Winkler

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A menos de una semana de las elecciones, estas frases han desaparecido de la campaña. AfD se ha dado cuenta de que los intentos de introducir matices en la culpa alemana no dan votos. El prestigioso historiador Heinrich August Winkler, que acaba de publicar su obra La pelea por la historia alemana, asegura por teléfono: “Algunos líderes han tratado de instrumentalizar el pasado nazi desde una perspectiva nacionalista, poniendo en duda el consenso sobre este tema. Este ataque a una de las bases sobre las que se asienta nuestra democracia explica por qué ningún partido se plantea ningún tipo de cooperación con AfD”

La visión de Alemania sobre su propio pasado ha cambiado mucho en las últimas décadas. Un golpe fundamental se produjo en 1985, cuando el presidente Richard von Weizsäcker definió el 8 de mayo como un día de liberación. “Nos liberó a todos de la tiranía nacionalsocialista que despreciaba los derechos humanos”, dijo. Un año más tarde se produjo la llamada “pelea de los historiadores”, en la que intelectuales de todo el país discutieron sobre la especificidad del Holocausto frente a otros regímenes totalitarios y sanguinarios.

Pese a no tener sus temas favoritos y carecer de candidatos potentes, AfD se mantiene estable con un apoyo del 11% en las encuestas

Todos estos debates, asegura el hispanista Walther L. Bernecker, están ya muy superados y asumidos por la inmensa mayoría de la sociedad. Por eso, el intento de AfD de abrir ese melón ha sido fallido. “Han fracasado porque representan una posición muy minoritaria. Pero también porque los historiadores ya abordan con normalidad temas como el sufrimiento del pueblo alemán durante la guerra o el que algunos bombardeos aliados fueran innecesarios sin que eso suponga cuestionar en ningún momento la culpa del régimen nazi”, continúa.

Asunción del pasado distinta en España

La asunción del pasado en Alemania es, en este sentido, muy distinta de la de España. Allí, el consenso sobre la dictadura nazi es prácticamente unánime. No así sobre la RDA, que en parte deja fuera a los poscomunistas de Die Linke. En España, la pelea política se traslada también a la historia de los años treinta. Pablo Casado, líder del PP, definió este verano la Guerra Civil como un “enfrentamiento entre quienes querían democracia sin ley y quienes querían ley sin democracia”, una frase que coloca en igualdad de condiciones a los golpistas de 1936 y al Gobierno legítimo de la II República. Bernecker, especialista en la historia española del siglo XX, concluye: “En España veo una nueva radicalización. Realmente nunca hubo consenso sobre la Guerra Civil, pero sí se acercaron posturas. Ahora hay un distanciamiento cada vez más claro, no entre los historiadores serios, sino entre los políticos”. Daniel Cohn-Bendit, líder estudiantil en Mayo del 68 y más tarde dirigente de los Verdes, añade: “Resulta terrible que en Italia aún te puedas encontrar esculturas de Mussolini. Eso sería inimaginable con Hitler en Alemania”.

AfD no está ni mucho menos muerta. Como recuerda el historiador Schlott, va a ser el primer partido ultra de la Alemania moderna en repetir mandato en el Bundestag. “Y nadie parece preocuparse por ello. Lo hemos dado ya por supuesto”, asegura sin ocultar su preocupación. Resulta, además, sorprendente que sin grandes figuras populares y en una campaña en la que no han logrado colocar sus temas-insignia, mantengan una intención de voto estable y muy respetable. Pero la resistencia de los ultras no ha acabado con la voluntad de los alemanes de mantener la memoria histórica. De cara al futuro, la cuestión será cómo mantener este recuerdo en una sociedad cada vez más plural, con más personas procedentes de otros países y a los que la historia del siglo XX sonará cada vez más distante.

La RDA, un pasado cada vez más lejano para Die Linke

El Gobierno alemán de los próximos cuatro años se va a decidir por la mínima. Y, entre la ensalada de coaliciones con la que se especula, una incluiría a los poscomunistas herederos de la RDA: la rojo-verde-rojo, es decir, socialdemócratas, Verdes y Die Linke.

El consenso sobre la culpa alemana del nacionalsocialismo abarca a todas las fuerzas democráticas. Pero no ocurre lo mismo al echar la vista hacia el régimen socialista que gobernó el Este con mano de hierro hasta 1989. En ese debate, hay una palabra que sirve como gatillo. ¿Fue la República Democrática Alemana un Unrechtsstaat (algo así como Estado injusto o ilegítimo)? “Sí”, responden la mayoría de políticos del país. “Tuvo elementos injustos, pero no era un régimen intrínsecamente ilegítimo”, matizan los nostálgicos de Die Linke, un partido fundado en 2007 de la unión del PDS —a su vez heredero del partido único de la RDA, el SED— y una escisión de los socialdemócratas liderada por Oskar Lafontaine.

La visión sobre la RDA puede ser distinta en algunos sectores de Die Linke, pero todo apunta a que eso no va a ser la clave para la formación de un tripartito. Más importante es el rechazo de este partido a la OTAN o a las intervenciones del Ejército alemán en el exterior. Estos son los temas que, según el exeurodiputado Cohn-Bendit, hacen casi imposible una coalición con los izquierdistas.

El historiador Winkler critica: “Die Linke se apoya en el trauma del Holocausto para elevar a Alemania a una especie de superioridad moral que le convierte en ejemplo de una identidad posnacional”. Sea como sea, en el partido crecen las voces moderadas y más jóvenes que reclaman soltar amarras con el pasado de la RDA.

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