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Xaquín Pastoriza | El 10 de marzo de 1972 es una fecha forjada a fuego para la clase obrera gallega. Amador Rey Rodríguez y Daniel Niebla García, trabajadores de los astilleros Bazán (hoy Navantia) eran asesinados a tiros en Ferrol por la policía franquista. Una manifestación de miles de trabajadores del astillero que atravesaban Ferrol para reunirse con los trabajadores del vecino astillero de Astano(Fene) fue despiadadamente reprimida, con fuego real, que provocó 2 muertos y más de 40 heridos. Las reivindicaciones de los trabajadores consistían en pedir una reducción de la jornada laboral, vacaciones de 1 mes pagadas y salario del 100% en caso de enfermedad, entre otras. La brutalidad policial provocó una oleada de solidaridad en Galiza. Vigo vivirá en ese mismo año un conflicto que replica el ferrolano con una huelga general que paraliza la ciudad durante 15 días. El franquismo agonizaba, y la clase obrera peleaba en las calles por conquistar derechos que le habían sido negados por la bestial dictadura.

Desde entonces, para recordarlos, se conmemora el 10 de marzo como Día da clase obreira galega. El mejor homenaje a Amador y Daniel, miembros del Comité local de CC. OO y militantes del PCE, se lo dieron este 10 de marzo los trabajadores y trabajadoras de las comarcas de Ferrolterra, Eume y Ortega, continuando su lucha con una huelga general. 49 años después, esta tierra sigue luchando por su futuro. Un futuro amenazado por el desmantelamiento industrial, que tiene como consecuencia la pérdida de puestos de trabajo y la emigración de buena parte de la población, convirtiendo esta zona en una de las más deprimidas del Estado español. La oleada de ERES y cierres es inacabable. Las auxiliares de Navantia han perdido miles de puestos de trabajo, Endesa y Gamesa-Siemens han anunciado el cierre este año de sus plantas en As Pontes y As Somozas sin ofrecer alternativa a los cientos de trabajadores que se quedan en la calle. También asistimos a la crisis en Galicia Textil en Neda o Noa Madera Creativa en Fene, justo después del fin de Poligal en Narón. A este panorama devastador se une el incierto futuro de la factoria de Alcoa en la vecina comarca de A Mariña lucense. Son golpes difíciles de encajar para unas comarcas que han visto la destrucción de alrededor de 5.000 empleos industriales en los últimos años. Las sucesivas administraciones han preferido mirar hacia otro lado, sin ofrecer planes serios de reindustrialización, unos planes que deberían ir en la línea de una transición ecológica justa, reconvirtiendo puestos de trabajo extremadamente contaminantes, como los de la central térmica de Endesa As Pontes, uno de los mayores focos de emisiones de CO2 de Europa, en puestos de trabajo sostenibles.

Pero esta es una tierra acostumbrada a luchar, que no se va a rendir sin plantar cara y está viviendo, a pesar de la pandemia, una oleada de movilizaciones por su futuro que culminaron en la huelga general en una fecha tan señalada como el 10 de marzo. Previamente se habían calentado motores el 17 de diciembre, con un paro de 4 horas y una cadena humana que unió Narón y Ferrol. La huelga general fue convocada por el conjunto de centrales sindicales (una unidad difícil de ver) y apoyada por un amplio espectro político y social (desde el Racing de Ferrol de fútbol hasta el mismísimo Partido Popular comarcal), demostrando tanto la gravedad de la crisis como el peso importante que aún tiene en Ferrolterra una conciencia obrera de matriz fordista muy sacudida pero aún viva en ese hilo rojo que la une al 10 de marzo de 1972.

La huelga fue un éxito rotundo, con un seguimiento total en la industria y muy elevado en comercio y administraciones públicas. La excepción fue la hostelería, sector en el que debido a su delicada situación y con su reapertura aún muy reciente, se pactó entre sindicatos y asociaciones que se permitiría que operara con normalidad. Es otra de las peculiaridades de esta huelga en la que el apoyo del PP y de asociaciones patronales ha sido cuestionado por los convocantes, que los consideran, con razón, culpables de la crisis industrial comarcal.

La manifestación celebrada a las 12 en Ferrol fue masiva, mostrando la unidad de todos los sectores en lucha y reclamando a Gobierno y Xunta que intervengan de una vez en rescate de unas comarcas que reúnen cerca de 200.000 habitantes. Sin embargo, las inversiones públicas brillan por su ausencia (en la zona aún se acuerdan de las promesas de reindustrialización de los gobiernos de Felipe González y cómo cayeron en saco roto) y no parece haber voluntad política por revertir una situación agravada por la crisis de la pandemia, más allá de anuncios propagandísticos de mega parques eólicos marinos o astilleros 4.0 (Navantia sigue sin carga de trabajo hasta 2022). El Gobierno debería impulsar una política de nacionalización de empresas en crisis como Gamesa junto con la prohibición de despidos, impedir las deslocalizaciones y apoyar proyectos de economía social en vez de instalaciones como la gasera Reganosa en Mugardos, una amenaza ecológica que genera un número ínfimo de puestos de trabajo. La solución no pasa por conceder ayudas directas a empresas que luego se van con el dinero de las subvenciones a otra parte, como hizo Alcoa en A Coruña, sino por una planificación democrática con una orientación ecosocialista.

La clase obrera de Ferrol ya demostró en el pasado que los derechos no se regalan. Este 10 de marzo reivindicó con fuerza en las calles, como lo hizo otro 10 de marzo entre fuego y balas, un futuro para las comarcas del Norte de Galiza. Y lo reivindicó como sabe hacerlo, luchando.



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