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Manel Barriere Figueros | James Ellroy es un escritor peculiar, con un estilo cortante a base de párrafos breves construidos a golpe de frases reducidas a lo esencial, pequeños empujones que te obligan a avanzar, a adentrarte en un mundo desconocido. Pero no es un mundo de espectros, es nuestro mundo. Ellroy te lanza escaleras abajo, pero al contrario que ocurre en las películas de terror, la luz que cuelga del techo del sótano no se apaga ni se rompe la bombilla, se enciende para dejar ver toda la suciedad que nos rodea.
Los personajes de Perfidia, la novela que
me empuja a seguir pensando y a escribir después de leer, son aquello que hemos
nombrado en alguna ocasión como “casta”, miembros de las fuerzas vivas del
estado profundo que se mueven única y exclusivamente por su afán de lucro,
generando interrelaciones dinámicas vehiculadas por el poder en sus diferentes
formas: dinero, fama, violencia. Sobre todo, violencia.
Mafiosos, policías corruptos, fiscales,
políticos, estrellas de cine, agentes del FBI, médicos defensores de la
eugenesia, fascistas de todo pelaje, japoneses, alemanes, judíos americanos,
católicos, protestantes, violentos rompehuelgas, obispos, proxenetas, Hoover y
Bette Davis, todos ellos en un mismo avispero sacudido por un acontecimiento
histórico: el ataque a Pearl Harbour por las fuerzas armadas imperiales japonesas
el 6 de diciembre de 1941.
La guerra en marcha abre un período de
confusión durante el cual se reordenan las prioridades, tanto políticas como económicas.
Entre el sálvese quien pueda y el patriotismo, la especulación y la acción
resuelta, los personajes de la novela intentan resituarse en el lugar que mejor
les convenga. A sangre y fuego si hace falta. Un universo humano que opera en
la sombra, en los márgenes de lo que conocemos como sociedad, pero que la
componen, la definen.
Detrás de la sonrisa afable y sensual de
Bette Davies como detrás de los cristales tintados que ocultan la mirada
vigilante del director del FBI John Edgar Hoover, se oculta la misma ambición,
la misma falta de escrúpulos, la misma capacidad para esgrimir el poder
acumulado (para seguir acumulando poder). Parafraseando a Rodrigo Rato, es el
capitalismo, amigo.
James Ellroy adquiere así el papel de cronista de una época que nos precedió, que ha configurado el mundo en el que vivimos hoy en día. Todo su talento como narrador para contar (iluminar) una realidad que permanece oculta entre tantas y tantas “realidades” que nos han contado y nos siguen contando sobre esa misma época y sobre esta sociedad.
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