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Juan Gabriel Vásquez. Foto: Hermance Triay

“Va tocando pensar en una nueva novela, que la última ya es de 2015. Vamos a por ella”, afirmaba hace un par de años Juan Gabriel Vásquez (Bogotá, 1973) cuando charlaba con El Cultural al hilo de su volumen de relatos Canciones para el incendio, una vuelta al cuento tras dos décadas sin asomarse. Ya entonces andaba tramando su regreso a ese género que defendió con ahínco en el ensayo Viajes con un mapa en blanco —“Mientras tengamos preguntas la novela será necesaria”— y que ahora toma de nuevo cuerpo en Volver la vista atrás (Alfaguara), una monumental narración de casi 500 páginas donde recorre momentos clave de la vida de su compatriota el cineasta Sergio Cabrera y de su familia, desde la huida de su padre y abuelo tras la Guerra Civil hasta su propia participación en la formación del Ejército Popular de Liberación colombiano.

“Desde que volví a Colombia, hace nueve años, me interesé en la historia de Sergio y su familia. Me di cuenta de que no era sólo una historia extraordinaria, sino también una metáfora de buena parte de lo que fue el siglo XX, desde la Guerra Civil española al surgimiento de los movimientos revolucionarios en América Latina, pasando por la revolución cultural en la China maoísta”, explica Vásquez que, además, encontró en estas vidas los grandes temas que han transitado su literatura. “Esta novela condensa las principales obsesiones de toda mi obra. Por un lado, el peso del pasado, que en realidad no es pasado, sino que nos acompaña y determina, incluso de forma inconsciente, muchos aspectos de nuestra vida. Por otro, la manera en que eso que llamamos historia o política o realidad social se inmiscuye y moldea las vidas de los individuos”.

P. ¿Cuál es la complejidad de interpretar y relatar una vida ajena?

R. Lo más complejo es que mi principal herramienta fue la memoria de los personajes. Mantuve más de treinta horas de conversaciones con Sergio y su hermana Marianella, que a su vez me remitieron las memorias familiares. Y es que yo nunca había escrito sobre personas que conozco, que están vivas y que además son mis amigas. Ha sido una enorme responsabilidad, y desde el principio hice una especie de compromiso conmigo mismo: no publicar una sola línea que causara daño o incomodidad a quienes habían puesto su vida en mis manos. Estaba dispuesto a aceptar cualquier censura de parte de mis personajes. Y tuve la suerte de que los personajes, al leer el primer borrador, lo aceptaron tal como estaba.

«El talento para ver con claridad el pasado, sin maquillarlo ni edulcorarlo, es una virtud rara hoy en día»

P. Sergio relata en la novela cosas muy duras. Siempre ama y admira a su padre, pero se enfrenta al abandono en China, a ser lanzado a la guerrilla y a su decisión de no ir al entierro paterno… ¿Cómo fue el proceso, qué supuso para él?

R. Siempre me da pudor poner en mi boca palabras ajenas, y más en el caso de Sergio, que todavía está vivo y puede opinar por sí mismo. Pero creo que, para él, ir desplegando todos estos hechos ha sido una manera de poner en orden ciertas cosas de su vida y de su pasado. Él y su hermana se han enfrentado a cosas que preferían olvidar, a hechos dolorosos o difíciles. Y lo han hecho abriéndose a mí con una total confianza y de forma valiente. Por eso, he tratado de hacerle justicia a esto en la escritura del libro. Pocas cosas me causan tanta admiración como el espectáculo de una persona que recuerda lo que se ha pasado la vida tratando de olvidar, y lo hace para que alguien más escriba su historia. Es decir, para que su historia quede. Para que no desaparezca.

P. Titula la novela Volver la vista atrás, ¿cómo es ese ejercicio y qué valor tiene? ¿Nos falta, a veces, como individuos y sociedad, este ejercicio?

R. El título es, evidentemente, ese verso de Machado que habla de lo que dejamos atrás mientras avanzamos en el camino de la vida. Es algo que ocurre en todos mis libros, que suelen hablar del pasado, pero siempre desde el presente: evaluando, juzgando lo que hemos hecho, tratando de ver nuestras equivocaciones y nuestras culpas. El talento para ver con claridad el pasado, sin maquillarlo ni edulcorarlo, es una virtud rara hoy en día, y eso se aplica a los individuos, pero también a las sociedades. Por eso estamos en pugna constante con el relato del pasado. Por otra parte, por eso está la novela construida así: a partir de unos días del año 2016 en que Sergio Cabrera estaba pasando por un momento difícil. Su padre acababa de morir, su matrimonio estaba en crisis y su país acababa de rechazar los acuerdos de paz que para muchos de nosotros eran una gran esperanza. A partir de esa crisis presente evalúa toda su vida pasada, y el resultado es la novela.

El hilo entre pasado y presente

P. Una novela que a veces parece novela, pero otras, podría pasar por una biografía o incluso una novela histórica, ¿cuánto hay de ficción? ¿Qué es necesario para establecer la frontera entre géneros, o le parece algo innecesario?

R. Al final del libro añado una frase dirigida al lector que dice que esta es una obra de ficción, pero que no hay en ella episodios imaginarios. Esta novela cuenta hechos reales que les ocurrieron a personas reales. Pero al escoger unos y desechar otros, al tomar decisiones sobre la importancia que tuvo cada uno de ellos en las vidas que estoy contando, al meterme en la piel de estas personas para ver y sentir el mundo desde allí, estoy haciendo una interpretación. Esta es una palabra importante para mí. La ficción radica, creo en esta interpretación, un ejercicio, podríamos decir, de imaginación moral: el esfuerzo por entender el mundo desde una conciencia que no es la mía. Es lo que se hace en toda novela, claro, pero aquí se trataba de hombres y mujeres de carne y hueso que, además, están vivos todavía.

«Esta novela deja claro que los hechos remotos del pasado marcan nuestras decisiones presentes, que no nos pertenecen sólo a nosotros»

Una de las claves de esta novela de vidas hechas papel es, como apunta Vásquez, que la concatenación de hechos, guerras y revoluciones con implicaciones cruzadas que narra demuestra algo que quizá ya deberíamos haber aprendido, que no hay historias nacionales, que todo el mundo, lo que ocurre a cualquier persona en cualquier parte, influye de una forma u otra en todo el mundo. “Este libro es una buena prueba de ello. Es algo que siempre me ha interesado: la manera como cualquier hecho del presente nació en realidad mucho tiempo atrás”, explica.

“Da un poco de vértigo constatarlo, ¿no? La decisión de Sergio de entrar a la guerrilla colombiana en 1969 no nació en ese momento, ni siquiera le pertenece solamente a Sergio Cabrera”, opina Vásquez. “Para mí es evidente que esa decisión comenzó a ponerse en marcha muchos años atrás, antes de que él naciera. Con el exilio de su padre y su familia republicana, por ejemplo. Con el momento en que su tío Felipe Díaz Sandino, comandante de aviación, decide darle la espalda a Franco en la guerra. Los hechos remotos del pasado marcan nuestras decisiones presentes. La novela habla de eso”.

Contar para poder entender

P. Buena parte de su obra ha reflejado, como aquí la influencia de la política en la vida privada, algo evidente en las vidas de la familia Cabrera. ¿Cómo ha ido cambiando su visión de este asunto al correr de su obra literaria?

R. Escribiendo este libro me ha satisfecho enormemente comprobar cómo tomaban un cuerpo sólido muchas de las intuiciones que acompañan mi obra desde libros como Los informantes o El ruido de las cosas al caer.  Como comentaba antes, toda mi literatura explora el peso del pasado y la manera en que eso que llamamos historia, política, vida pública, se mete en las familias, en la vida privada de la gente y cambia su manera de existir en privado. Desde hace más de 15añosmi gran obsesión ha sidocontar ese espacio de experiencia donde la gran historia choca con nuestras pequeñas historias privadas. 

P. En determinado momento Sergio afirma que en la época en la que él fue guerrillero creían que la lucha armada era la única manera de cambiar la sociedad, ¿cómo se llegó a esto y cómo la violencia, a la que él pronto renunció, se ha enquistado durante tantas décadas en su país?

R. Es verdad. Esa convicción marcó a toda una generación en América Latina, y yo quería entender cómo ocurrió. Yo nací cuando Sergio estaba saliendo de la guerrilla y el país que me tocó es muy distinto, con una guerrilla desnortada que ha causado mucho sufrimiento. Por eso he defendido los Acuerdos de Paz y a quienes trabajan por implementarlos, pero nada de eso importa en la novela, porque no es mi historia, sino la de Sergio. Aquí cuenta su experiencia, que es que tras dos años en la guerrilla renunció a las armas.

«Entender cómo surgió la guerrilla hace medio siglo ayuda a comprender que la paz negociada es el camino más humano para terminar con la guerra»

P. Todavía hoy, con los Acuerdos de Paz sin resolver, el tema de la formación de la guerrilla es espinoso… ¿Cree que hablar de cómo se formó, de por qué nació y de sus motivaciones ideológicas originales puede ayudar a comprender y a perdonar?

R. El asunto del perdón le pertenece a cada uno. En Colombia mucha gente se llena la boca con el perdón sin haber sufrido la guerra en carne propia, y yo prefiero no ser una de esas personas. Sí creo, en cambio, en las virtudes de la comprensión. Entender cómo pasaron las cosas hace medio siglo ayuda inmensamente a llegar a la conclusión de que la paz negociada es el camino más humano y más práctico para terminar con la guerra. Ésta es también una de las razones por las que he escrito esta novela. Kundera dice en un ensayo que el territorio de la novela es la suspensión del juicio moral. En una novela como la mía, no se trata de juzgar para absolver o condenar. Se trata de entender, y eso es lo que les propone el libro a los lectores.

Una fiesta por empezar

P. También explora, como hemos hablado otras veces, el papel de la memoria a la hora de configurar la historia, el cómo la literatura rehace la historia corrompida desde el poder, algo especialmente destacado en Latinoamérica. ¿Sigue teniendo este proceso el mismo valor que hace 50 o 60 años, cuando el boom?

R. Creo que pertenezco a una de las últimas generaciones que mantienen esa relación tan fuerte con el legado del boom. Hoy en día se hace en Latinoamérica un tipo muy diferente de literatura que aborda estos mismos hechos, pero de forma más lateral y oblicua. Hay allí libros que admiro mucho. Pienso en los libros maravillosos de Nona Fernández o Alejandro Zambra, quienes reflexionan sobre estos mismos temas desde otros postulados más personales. En cierto sentido, a veces me siento un anacronismo.

«Me parece obsceno que Trump haya podido separar a niños de sus familias sin que los líderes de Occidente dieran un pestañeo»

P. En un momento del libro dice que “los verdaderos ganadores de la Guerra Civil fueron los latinoamericanos”, y todo el principio de la novela describe el mundo del refugiado, una realidad muy presente hoy en toda América Latina, en el mundo en general, y que Europa mira con recelo. ¿Una vez más olvidamos muy pronto, pecamos de falta de visión histórica?

R. Los exiliados de la Guerra Civil española enriquecieron enormemente las sociedades de América Latina. Todos: desde los trabajadores más humildes que llegaron a sobrevivir a punta de esfuerzo hasta los artistas y los intelectuales que cambiaron para siempre nuestra cultura. Yo no sé si nuestro pecado sea falta de visión histórica, pero me parece obsceno que Trump haya podido separar a niños de sus familias y encerrarlos en jaulas sin que los líderes de Occidente dieran un pestañeo. Alberto Manguel escribió una carta abierta que firmamos varios, pero ningún presidente dijo que eso estuviera mal. Por otra parte, más de un millón de venezolanos han emigrado a Colombia, expulsados por ese desastre monumental que es el régimen del corrupto Maduro. La sociedad colombiana los ha mirado con recelo, porque se ha olvidado de que hace cuarenta años éramos nosotros los que íbamos a buscar mejor suerte a Venezuela.

P. En los últimos años ha explorado otros géneros como el cuento o el ensayo. ¿Ha iniciado con este libro un nuevo ciclo de novela que daba por cerrada tras la última?

R. Es cierto que tras publicar La forma de las ruinas sentí que había terminado un ciclo novelístico, agotado una cierta vía de contar y por eso en los años siguientes me volqué hacia el cuento o el ensayo, explorando otros caminos. En estos últimos años he vuelto mucho a la novela del XIX, y en especial a mis queridos rusos: Tolstói y Dostoyevski. He pensado mucho en las razones por las que siguen teniendo tanta vigencia en el mundo de hoy, más de un siglo después. Leyendo Los demonios en estos últimos meses, por ejemplo, sentí que me hablaban de lo que estaba ocurriendo del otro lado de mi puerta. De la mano de esos viejos libros estoy metido en varios proyectos, demasiado embrionarios para dar detalles. Pero sí que siento, después de veinte años de publicar libros, que la fiesta acaba de empezar.

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