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Los hombres fuertes son los naturalmente merecedores de los frutos de la vida, según Nietzsche. Los otros (los pobres, indigentes, enfermos) son, en cambio, los que los judíos, por venganza y para neutralizar a los fuertes con sentimientos de culpa, han entronizado en el pedestal de los falsos valores.

Esta inversión judía de valores llega a su culminación con el cristianismo, que exalta al «hombre manso, el incurablemente mediocre y desagradable», para que se sienta «a sí mismo como la meta y la cumbre, como el sentido de la historia». Así que para Nietzsche (que parece olvidar, por cierto, sentimientos semejantes a los cristianos en épocas anteriores a Jesús y en lugares como Oriente) se nos ha impuesto una nueva categoría axiológica que supone el gran enfrentamiento, el de ‘Roma contra Judea’ o el de ‘Judea contra Roma’, representando esta la fuerza y aquella «la antinaturaleza misma», la que acaba ganando la partida imponiendo una nueva jerarquía de valores, en la que los instintos y la agresividad son condenados.

Partiendo del supuesto de que Dios no existe y que el hombre es el único creador de valores, el pensador alemán se decanta a favor de lo considerado «malo» por la civilización europea: «ofender, violentar, despojar, aniquilar no puede ser naturalmente injusto desde el momento en que la vida actúa esencialmente, es decir, en sus funciones básicas, ofendiendo, violentando, despojando, aniquilando y no se la puede pensar en absoluto sin ese carácter».

Así que antes de Judea y del cristianismo «en todas partes se consideraba el sufrimiento como virtud, la crueldad como virtud, el disimulo como virtud, la negación de la razón como virtud». Y era entonces, sigue opinando Nietzsche, cuando lo fundamental era lo dionisíaco del instinto y no la razón socrática, cuando el instinto nos apartaba «de la proximidad de todos los manicomios y hospitales de la cultura». Todas esto nos va diciendo Nietzsche, el que, sin embargo, era más pensador que vividor, el pensador contradictorio que recurría a su «maldecida razón» para pensar en contra de ella. O sea, total contrasentido, el mismo que sería si nosotros hiciéramos uso del instinto para la entronización del pensamiento.

No, no es en el para Nietzsche ejemplar Napoleón donde está el superhombre. Ni en él ni en la barbarie pre y post cristiana. El auténtico superhombre se halla en la persona creadora, inteligente, sana de espíritu, inventiva y transformadora de la realidad adversa para hacerla más vivible porque, al fin y al cabo, de esto se trata: de vivir, un vivir contra el cual está la bestia satánica y las mil contradicciones de una vida incomprensible. Aunque también lo está (y en esto sí tiene Nietzsche razón) el freno que imponen los impotentes a la fuerza no solo de los brutos sino a la de los inteligentes, creativos y luchadores, a los que se odia por pura envidia y resentimiento

Así que las teorías de Nietzsche pueden contener serios peligros. Basta que unos locos desquiciados se valgan de ellas para convertir la tierra en un absoluto y total infierno. Solo el amor (aunque puede que realmente en oposición a lo terrenal) puede aligerarnos del dolor del vivir. Todo lo demás es, para nuestros intereses, perniciosa filosofía.

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