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«Cuídala porque si algo le pasa con vos nos vamos a entender». Con esta frase se convirtió Damary, una joven de 23 años de El Salvador, en la niñera de la hija de un pandillero, algo que empieza a ser común en un país en el que las pandillas cada vez influyen más en la vida privada de la comunidad.
Varias jóvenes están siendo forzadas cuidar de los niños de los pandilleros cuando ellos no pueden hacerse cargo, la mayoría de las veces porque se encuentran en prisión. Se los entregan a mujeres que ellos eligen. Sin preguntar y, repitiendo el mismo patrón en todos los casos, bajo amenaza: si le pasa algo al niño, arreglarán cuentas con ellas. Y ellas ya se imaginan lo que significa.
Tres de sus historias las ha publicado la revista Factum. Deben cuidar de la criatura como si fuese su propio hijo. Se hacen cargo de todas las atenciones y cubren las necesidades que puedan tener. Eso sí, sin recibir ayuda económica y siempre vigiladas por algún pandillero, al que responde al mote de ‘Cuco’.
A todo ello hay que sumarle que los niños no tienen papeles. Ningún tipo de documentación que les facilite la crianza. Nada. Esto se traduce en que estas mujeres no pueden llevar a los niños a la escuela o al hospital. No podrían explicar al Estado de dónde han salido.
En otras palabras, el Estado desconoce la situación de las niñeras. Griselda González, subdirectora de del registro y Vigilancia del Consejo Nacional de la niñez y Adolescencia (CONNA) explicó que no le ha tocado trabajar con denuncias de casos de este tipo. Cuando se le pregunta qué haría ante una denuncia así, responde que separaría a la mujer del niño por no tener la documentación correspondiente. Probablemente, supondría firmar la sentencia de muerte de la niñera, pero las autoridades no lo saben.
Los úncos que se han preocupado de conocer y ayudar a estas mujeres han sido las ONG. La ayuda, en parte, llegó por error. Los fondos iban dirigidos a las mujeres que crían niños de mujeres presas, no para las niñeras.
El papel de las mujeres en las pandillas se solía reducir a tres roles: jainas o novias, colaboradoras y esclavas sexuales. Por lo tanto, el fenómeno de las niñeras es nuevo. Se les ha impuesto una nueva forma de esclavitud: ser madres y hacerse cargo de la educación de un niño a la fuerza. Sin ninguna ayuda económica ni el amparo de la ley.
Tres mujeres se atrevieron a contar su historia. Ni los nombres ni la localización de los testimonios son los reales. Se han cambiado para preservar la seguridad de las víctimas. La historia completa puede leerse en la revista Factum, que forma parte de un proyecto periodístico que relata la vida de los niños en Guatemala, El Salvador y Honduras.
Damary
Una noche tocaron a la puerta. Al abrir, un joven de unos 16 años con un bebé recién nacido le pasó el móvil. Damary, de 23 años entonces, cogió la llamada y una voz le explicó que a partir de ese mismo instante se había convertido en la responsable de la niña que tenía frente a ella. El bebé ni siquiera tenía nombre. Han pasado ya dos años de aquella noche y para ella no hay diferencias entre sus hijas. En el momento de la entrega, Damary ya tenía una niña de 3 años. La criaba sola, pero con la ayuda de su madre podía permitirse continuar con su educación. Sin embargo, desde que tiene dos niñas a su cargo, debe quedarse en casa.
Sin embargo, Damary no ha estado sola. Recibe llamadas a menudo para saber cómo se encuentra la niña. Y alguien, el ‘Cu-co’, la vigila y llama por si la mujer hace algo contrario a las reglas pandilleras.
María
Como a Damary, le hicieron madre sin previo aviso, aunque de forma distinta. María, con dos niños, es muy evangélica. Todos los sábados llevaba a la iglesia a un grupo de niños para que se divirtiesen. Pero, un día, al tratar de dejar a Andrés de vuelta en su casa, nadie abrió la puerta. Esa noche le acogió y le preparó una cama como pudo.
Al día siguiente, recibió la misma llamada que Damary: el niño era suyo y si le sucedía algo, rendirían cuentas. No ha recibido llamadas regulares con el paso del tiempo preguntando por Andrés. No obstante, al principio, recuerda que le telefonearon y era él. No decía nada. Simplemente se escuchaba una respiración fuerte que, según María, era para decirle “que el animal estaba cerca”.
Marcela
Los estragos de las pandillas pueden verse reflejados en Tony, el niño del que Marcela tuvo que hacerse cargo “bajo las reglas de otro”. Él sabe que es hijo de pandilleros y sabe de quién tiene que aceptar órdenes y de quién no.
Sus padres están en prisión y se lo asignaron a Marcela. Para ella, no tener ni siquiera partida de nacimiento del niño es un gran problema. Ante una institución del Estado, ella respondería como madre y, al mismo tiempo, siente miedo de tener que ir, por ejemplo, al hospital. Si acude allí por cualquier motivo, siente que se lo pueden quitar. Y eso sería el fin.
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