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Sierra Leona lavado de manos niño






Maite Catalá Sverdrup| Blog YO NO VUELVO                                       

Técnico de proyectos de cooperación al desarrollo, eterna voluntaria y bloguera amateur.


Muchos nos preguntamos cómo están viviendo estos tiempos de pandemia en otros países con menos recursos, sin embargo, ni el mayor ejercicio de empatía nos puede llevar a imaginar hasta qué punto el fantasma del virus está impactando en las vidas de millones de personas.

Desde Sierra Leona, la superiora regional de las Misioneras Clarisas y enfermera de profesión, Adriana Juárez, nos ha dado algunas pistas. El panorama no es precisamente halagüeño.

Desde su llegada al país en los años 60, para contribuir en los sectores educativo y sanitario, además de su labor misionera, estas valientes mujeres han sido testigo del sufrimiento de la población, primero durante el conflicto armado y después con el virus del ébola, que dejó más de 11.000 víctimas mortales en Sierra Leona y los vecinos Liberia y Guinea. En aquella ocasión, y a diferencia de muchas organizaciones de ayuda internacional, las Clarisas permanecieron en el país prestando un increíble servicio a las personas afectadas por el virus.

Pero ni tan siquiera con las importantes lecciones entonces aprendidas para prevenir los contagios, están preparados para lo que el Covid-19 les pueda deparar. En palabras de Adriana, “si el virus nos golpea como lo ha hecho en otros lugares, va a ser devastador”. Detrás de esta afirmación están las condiciones de vida de la población, familias de más de 10 miembros que viven hacinados, comen del mismo plato y duermen juntos sin la menor separación.

Las restricciones del fantasma Covid-19

Pero sin apenas haber “asomado la cara”, el fantasma del Covid-19 se ha transformado en restricciones, e impacta seriamente en la vida y la supervivencia de muchas personas.

La escasa producción agrícola es vendida localmente ante la prohibición de circular fuera del distrito, y los alimentos importados de consumo habitual llegan con cuenta gotas y a precios inaccesibles. El arroz, que proviene de países como Brasil y es elemento fundamental de la gastronomía local, ha duplicado su precio desde finales de marzo hasta la fecha. Gravemente afectado está también al sector pesquero, al haber limitado el gobierno el acceso de los pescadores a su actividad. El pescado brilla por su ausencia en los mercados.

Los medicamentos también escasean, sobre todo aquellos fundamentales para la población como los destinados a combatir la malaria, así como los test para detectarla. Los test del coronavirus, ni están, ni se les espera.

La situación es grave y difícil, pero no es nueva. La nueva normalidad se parece mucho a la antigua, pero con el estómago aún más vacío.

La condena del confinamiento

Las menores que estudian en los centros educativos de la congregación son un reflejo de estos nuevos-viejos problemas: sin poder ir a sus clases, algunas han quedado embarazadas a la edad de estar saltando a la comba, y todas han perdido algo de peso porque, además de haber visto reducido su acceso a la alimentación, perdieron el almuerzo diario que recibían en el colegio. El confinamiento las ha condenado en ocasiones a sufrir abusos, tanto de tipo sexual como laboral, cargándolas de tareas domésticas y encargándolas los cuidados de familias enteras. Exactamente tal y como sucedió en tiempos del ébola.

Según mencionan las Clarisas, las calles de Freetown parecen haberse llenado de adolescentes vagando de aquí para allá, vendiendo cualquier cosa que pueda venderse. Son la viva imagen de la vulnerabilidad en tiempos de virus.

El Ministerio de Educación ha venido impartiendo clases por radio, y aunque la medida es acogida positivamente, gran parte de la gente carece de electricidad en sus hogares y no puede permitirse en tiempos de escasez gastar el dinero en pilas.

Con los colegios cerrados, excepto para recibir las clases especiales de preparación a exámenes (paso de primaria a secundaria, y acceso a la Universidad), las misioneras han desarrollado su imaginación para que las niñas no pierdan el año, preparando ellas mismas los materiales didácticos, y corrigiendo los deberes a diario en la distancia. La biblioteca quedó abierta y en ella libros y papeles han ido y venido sin parar durante estos largos meses.

En este momento, rezan para que no se cumplan los rumores según los cuales las escuelas no abrirán ya hasta el próximo año. Saben que es mucho más que educación los que las niñas pierden cuando no pueden ir.

Familias vulnerables

Mientras tanto, cientos de personas de Sierra Leona han acudido a ellas solicitando ayudas para comer. Como otras organizaciones, las Clarisas saben que han de adaptarse a las necesidades de la gente, y en la medida de sus posibilidades, entregan paquetes con los ingredientes básicos a las familias más vulnerables, y no dudan en desplazarse a las aldeas más recónditas para que el aislamiento no sea otro obstáculo a la alimentación. Su punto débil aquí es la financiación. Centrada como está Europa en resolver sus propios problemas, y a pesar de los esfuerzos realizados por dar a conocer la grave situación del país, los fondos que poco a poco van captando resultan del todo insuficientes para apoyar siquiera a las familias más afectadas.

Como en toda crisis, la infancia es la que sale peor parada.

Adriana, sin embargo, como buena misionera, encuentra razones para la esperanza. “Aún es época de lluvias, y no falta agua para poder cumplir con las normas de higiene, y en estos días, los miembros de una comunidad llegaron a la misión con montones de leña que habían recogido como agradecimiento por nuestra contribución a la despensa comunitaria”.

Aún pueden introducirse mejoras, aconsejando a las familias que no compartan platos, que duerman más separados, que se laven con mayor frecuencia mientras dispongan de agua… Pero también es todo cuanto se puede hacer, en un país que ni de lejos puede responder sanitariamente a la pandemia. Prevenir la desnutrición y las enfermedades para las que no hay medicación en el mercado, y continuar con su labor educativa es hoy por hoy el gran reto de las Clarisas en el país.

Y estas líneas, una ventana para mostrar su realidad y asomar la cabeza a Europa en busca de solidaridad y de una respuesta a sus oraciones.

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