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Manel Barriere Figueroa | ¿Cómo construir el relato de la revolución? No de una revolución concreta sino de la revolución como proceso histórico que planea sobre la sociedad de clases. Podría ser que China Miéville quisiera abordar esta cuestión al escribir la trilogía de Bas-Lag, una obra que le encumbró como escritor de fantasía y ciencia ficción logrando para cada una de las novelas que la componen algunos de los galardones internacionales más importantes del género.

Se trata de tres historias independientes, si nos atenemos a los personajes y a las respectivas tramas, que se desarrollan en un mismo universo de fantasía inventado por el autor. Sin embargo, hay una idea que funciona a modo de sustrato narrativo de principio a fin: la revolución como un poderoso resorte movido por fuerzas desatadas en un momento dado, cuyo destino es volver siempre, pese a las derrotas y a la desigual correlación de fuerzas entre clases enfrentadas.

La revolución no sale de la nada. La ciudad-estado de Nuava Crobuzon, potencia imperial alrededor de la cual se articula toda la trilogía y el único “personaje” recurrente, representa una oscura encarnación gótica y a la vez barroca de los males del capitalismo a través de los tiempos: la explotación, la corrupción, el totalitarismo, el imperialismo, la violencia y la guerra, el racismo. Es el centro de Bas-Lag, el centro del mundo, y el epicentro de una fuerza que empuja todo lo que se mueve por muy alejado que esté.

La primera de las tres novelas, La estación de la calle Perdido, nos adentra en los diversos estamentos de la gran metrópoli. El poder político y militar, los movimientos revolucionarios en la clandestinidad, las religiones que conviven en diferentes barrios, el mundo del hampa, la ciencia y la taumaturgia, los seres de otras dimensiones de inmenso poder. En un cruce entre novela negra, fantasía steampunk e historia de terror con monstruo, Miéville hace alarde de su capacidad como demiurgo y de una enorme pericia como escritor. El potencial poético, la complejidad estructural y el dinamismo narrativo certifican el éxito del que goza el escritor dentro del género y en el más allá.

La segunda novela, La cicatriz, transcurre lejos de Nueva Crobuzon pero siempre bajo su sombra. Una ciudad flotante construida con barcos secuestrados por piratas en los confines del vasto océano, será el escenario de una aventura que alcanza niveles íntimos, trágicos y míticos a la vez. Es la propuesta de China Mieville, la fusión de recursos sacados de la literatura y la ficción popular para convertirlos en una poderosa herramienta narrativa al servicio de la creación de personajes, atmósferas y tramas de una monumentalidad épica.

Hay quien ha visto en la ciudad flotante de Armada una especie de utopía a la deriva. Yo puntualizaría: La cicatriz no pretende el fracaso de la utopía como tal, más bien plantea la imposibilidad de escapar al poder político, económico y militar de un sistema que lo corrompe todo. La huida hasta los confines del mundo deviene en delirio suicida, al poder hay que hacerle frente en su propia guarida, en Nueva Crobuzon.

El consejo de hierro, tercera entrega de la trilogía, narra ese enfrentamiento: una revolución que estalla en un momento convulso de la historia de la ciudad, a punto de salir derrotada de una guerra colonial y atravesada por fuertes conflictos y desafecciones. El acontecimiento central tiene lugar en la periferia, donde una multitud heterogénea de desheredados y parias construye la vía que ha de servir a Nueva Crobuzon para extender su poder económico. Las condiciones laborales y de vida desatan una huelga duramente reprimida por las fuerzas del orden. Cuando la milicia es derrotada, nace el consejo de hierro, un colectivo rebelde que se debate entre huir a un lugar remoto para sobrevivir o volver a la ciudad y combatir al poder que les persigue implacablemente.

La idea de la revolución como un tren en marcha sobre las vías que se construyen paso a paso por la misma gente que lo conduce, la idea de la clase como sujeto revolucionario que se constituye como tal rompiendo las barreras de casta, género y raza que la dividen, la visión desencantada de la resistencia armada como estrategia de lucha y un final con una vuelta de tuerca de naturaleza alegórica, convierten El consejo de hierro en la más genuinamente política de las tres novelas. Al menos en apariencia.

Desde mi punto de vista, China Miéville elabora con su trilogía un fresco monumental de marcado carácter sociopolítico, como un Diego Rivera dispuesto a plasmar sobre un único muro la complejidad de un sistema de pensamiento de dimensiones históricas. La revolución no se puede entender sin una imagen global de los elementos que configuran la realidad diversa, heterogénea y poliédrica que la provocan. Afrontar el reto con los recursos de la fantasía o la ciencia ficción resulta cada vez más habitual, y comprensible dado el callejón sin salida al que se ha abocado nuestra imaginación política.

Si, como nos repetimos demasiado asiduamente, es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo, tal vez deberíamos dejar en manos de escritores como China Miéville la tan necesitada revitalización de nuevos proyectos revolucionarios. Si vivimos inmersos en una distopía cuyas perspectivas parecen acortar cada día más la llegada del colapso eco-social, tal vez deberíamos asumir que hay más realidad en obras como la trilogía de Bas-Lag que en cualquier tertulia televisiva o que en cualquier programa político de la izquierda reformista.

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