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Está bien aprender haciendo y construir competencias: el conocimiento se atesora y aplica a través de habilidades. Pero hoy, como solo las bardas cargantes sabemos hacerlo, pido la memorización de que dos por dos son cuatro y la capital de Somalia, Mogadiscio. Ida Lupino dirigió El autoestopista. La catástrofe de Chernóbil sucedió en 1986. Tu teléfono es 987 897 666. Sin Enciclopedia —los libros sirven, pero no todos son siervos— quizá no habría estallado la Revolución de 1789 y libertad, igualdad, fraternidad no serían siquiera utópicas. Pido retener las etimologías de cinismo y democracia; las cronologías —también inversas—; que las justificaciones bélicas forman parte de los géneros pseudo-filantrópicos, y sus causas no pertenecen siempre al ambiguo campo semántico del mal; que el término descubrimiento también significa invasión. Memorizar que 12,5 millones de personas, el 26,4% de la población española, se encontraban en riesgo de pobreza y/o exclusión en 2020; el número de fémures de las fosas, casquillos, botones. Aprendamos de memoria poemas y canciones: hagámoslos cuerpo. Memoricemos la degradación del sufijo –ismo. Retengamos los detalles de un crimen para reconstruir el asesinato, y la posición de las estrellas para no perdernos fiándolo todo a bolas mágicas y fetiches telefónicos. La memorización dificulta el engaño. Desarrollemos la memoria visual para localizar erratas y reconocer los países que hacen frontera con Polonia. Conviene acopiar dentro imágenes y datos —no en memoria externa— para establecer relaciones y entender cómo se desencadenan los efectos mariposa. Memorizar sirve para prever. No es reaccionario ni inútil. No es asunto de loritos de repetición ni de concursos ni oposiciones a notarías. Llevemos la memorización a la clase de gimnasia: memoria, facultad de la psique, potencia del alma y músculo que previene la manipulación política y el alzhéimer social.

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