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**Atención, contiene spoilers**

Martín Lallana | Anteriormente en este mismo medio publicábamos el artículo «No mires arriba: 3 parecidos con la crisis climática». Tal y como ahí introducíamos, presentamos ahora tres diferencias entre la película de Netflix «No mires arriba» y la crisis climática que nos parecen políticamente problemáticas.

 

Diferencia 1: No hay una cuenta atrás para el fin del mundo

En la película la investigadora predoctoral Kate Dibiasky se fija en la app de dietas del móvil la cuenta atrás para la colisión del asteroide con la Tierra. Los cálculos de astrofísica que comprueban atónitos cientos de veces les permiten conocer con precisión el día, la hora, el minuto y el segundo en el que eso ocurrirá. Puede parecer tentador trazar un paralelismo a este respecto con el cambio climático. Las investigaciones nos permiten conocer cuántas toneladas de CO2 más pueden emitirse a la atmósfera antes de que se superen los umbrales que nos separan de eventos climáticos desastrosos. Según el sexto informe del IPCC publicado en 2021: nos quedan 400 GtCO2 (y se emiten anualmente unas 37 GtCO2 a nivel mundial).

Superar ese umbral, emitir más de 400 GtCO2 en las próximas décadas, supone adentrarnos en un periodo de inestabilidad climática en el que se pueden desencadenar diferentes bucles de retroalimentación que nos conducirían a aumentos de temperatura realmente peligrosos. Existen puntos de no retorno, existen irreversibilidades, y debemos poner todos nuestros esfuerzos en evitar llegar a ese punto. Sin embargo, no existe tal cosa como un momento en el que todo está perdido, no va a sonar la alarma de la app de dieta mientras el mundo arde en llamas.

La tentación de concebir el cambio climático y la crisis ecológica como un camino recto que culmina en un momento catastrófico en el que se certifica que ocurrió lo peor, es muy problemático políticamente. Esto es algo que lo hemos visto en otros productos culturales, como la serie francesa «El Colapso», y que podemos rastrear hasta la tradición judeo-cristiana del fin del mundo como momento de redención. Una comprensión que se ajusta más a la realidad es la de una sucesión de crisis múltiples, sucesivas y enlazadas. Por muy grave que sea la degradación ecológica, la escasez de recursos y el caos climático, alcance la violencia que alcance, no se acabarán las posibilidades de lograr una sociedad que sea capaz de gestionar la situación de forma socialmente justa y democrática. No hay tal cosa como el fin de la historia: la posibilidad y la obligación de llevar a cabo una lucha colectiva para mejorar las condiciones de vida de las clases desposeídas siempre seguirá vigente.

 

Diferencia 2: Ni ignorancia ni malvado villano

Podría decirse que las nefastas decisiones que llevan en la película a la extinción de la raza humana se dan por una mezcla de ignorancia y codicia, tanto del gobierno estadounidense como de la megacorporación tecnológica. De nuevo, desde ciertos prismas parece tentador trazar el paralelismo con la crisis climática en este punto. Al fin y al cabo, ya hemos dicho que la petrolera Exxon tenía la información en 1982 y decidió actuar en sentido contrario para mantener su negocio. Sin embargo, esta óptica nos aleja de una comprensión de la situación real en la que nos encontramos, y de los medios necesarios para solucionarlo. Si fuera así, bastaría con poner a “buenos gobernantes” y contener el “poder excesivo de algunas empresas irresponsables”.

Pero la dinámica que nos ha conducido a la emergencia climática tiene unos cimientos mucho más profundos. El cambio climático es un síntoma de un modo de producción que necesita una expansión continua: más consumo de recursos y de energía, más residuos y contaminación. El crecimiento no es una elección bajo el sistema económico capitalista, es una imposición. Si no creces, mueres. Si una economía no crece, entra en recesión, con el daño económico y social que eso implica: quiebran las empresas, caen los grandes bancos ahogados en deuda, aumenta el paro, la pobreza y las desigualdades. Por eso se pone tanto esfuerzo en lograr escenarios de reducción de emisiones que puedan mantener el crecimiento, incluso desde posiciones progresistas. No es una decisión política, es una exigencia estructural. Lo que esto implica es que solo saliendo de esta dinámica podemos abordar con la profundidad y radicalidad democrática necesarias el cambio climático. Solo una estrategia de ruptura con el sistema capitalista puede resolver esta contradicción.

Al mismo tiempo, en la película vemos cómo la presidenta de Estados Unidos y el ridículo multimillonario tienen un plan de escape espacial por si todo falla. Aunque los paralelismos con los deseos falo-astronómicos de Elon Musk y Jeff Bezos aquí se tracen solos, de nuevo estaríamos perdiendo comprensión. No hay tal cosa como un plan de huida espacial de las grandes élites económicas en caso de caos climático exacerbado. El riesgo que corremos es el de encontrarnos con la acentuación de la explotación del trabajo humano, la mercantilización de cada rincón de nuestras vidas y el extractivismo violento de los recursos naturales. Todo ello custodiado por una mayor militarización y represión, tanto por parte del Estado como desde organismos privados. Las élites económicas no tienen intención de irse de este planeta cuando las cosas se pongan feas, sino que tratarán de incrementar todavía más su poder y riqueza a costa de la explotación y el expolio.

 

Diferencia 3: Ni hashtags ni clickbait, organización colectiva y poder popular

Sin lugar a duda, la diferencia con una mayor carga ideológica reaccionaria que tiene esta película se encuentra en el papel que juega el conjunto de la población, las clases populares. A lo largo de todo el argumento, las decisiones que van a determinar el destino de la humanidad están en manos del gobierno de Estados Unidos, la megacorporación tecnológica y un pequeño grupo de científicos. De forma colateral, aparece la posibilidad de actuación por parte de la coalición que forman los gobiernos de Rusia, India y China. El conjunto de la población queda relegada a un rol de reacciones positivas o negativas en redes sociales, o al de ciertos tumultos y estallidos violentos de rabia sin ningún tipo de organización ni continuidad.

Bajo la óptica del cambio climático, esto significa presentar que la única posibilidad de actuación se encuentra en esos tres ámbitos: gobiernos, empresas privada y ciencia. Obviamente, es en esos ámbitos donde actualmente se encuentran concentrados gran parte de los recursos y capacidades de transformación de sectores enteros de la economía. Pero caeríamos en un gravísimo error considerando que las clases populares no podemos definir colectivamente el rumbo de la sociedad. Tal y como decíamos en el punto anterior, el cambio climático no se resuelve con mejores gobernantes ni empresas más éticas que tomen mejores decisiones, sino con una estrategia de ruptura con el orden capitalista. Y eso es algo que únicamente podremos conseguir desde la organización y movilización colectiva.

Si esta película fuera sobre el cambio climático, la posibilidad de evitar la extinción de la vida en la Tierra no estaría depositada en que un pequeño grupo de científicos fuera escuchado. Más bien, estaría depositada en la organización de la clase trabajadora en sindicatos, en colectivos de vivienda en los barrios, en colectivos y movimientos sociales, en organizaciones políticas. Estaría depositada en la confrontación contra los intereses de las élites que eligen condenarnos al desastre. Estaría depositada en la combinación de todas las herramientas de lucha que tengamos a nuestra disposición: la huelga, los espacios de auto-organización y apoyo mutuo, la revuelta destituyente, el proceso constituyente, la radicalidad democrática, la planificación económica ecosocialista y el poder popular. Si no contamos con nada de ello, nuestra narración podrá hacer la desesperación convincente, pero nunca será capaz de hacer la esperanza posible.

 

Parte 1 del artículo:

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