[ad_1]

**Atención, contiene spoilers**

Martín Lallana | La película «No mires arriba» se estrenó el pasado 24 de diciembre en Netflix, y si has entrado a las redes sociales durante estos días es difícil que no te hayas enterado. La película de escrita, producida y dirigida por Adam McKay, y protagonizada por Leonardo DiCaprio y Jennifer Lawrence acumula ya una larga lista de reacciones y valoraciones. La combinación de vacaciones navideñas, confinamientos por contagios de COVID-19, el enfoque provocativo de la película y la capacidad de Netflix para posicionar sus contenidos ha convertido a esta película en un tema de conversación generalizado.

El argumento es sencillo: unos científicos estadounidenses descubren un asteroide que va a estrellar contra el planeta Tierra dentro de seis meses causando la extinción masiva. A partir de una trama tan manida como la del fin del mundo se desarrollan una sucesión de acontecimientos que involucran principalmente a la presidenta de Estados Unidos, una gran corporación tecnológica y los medios de comunicación. Sin entrar a una valoración cinematográfica, el impacto que está teniendo la película se encuentra en los paralelismos que se pueden trazar entre su narración y diferentes situaciones actuales de crisis y emergencia.

Por ejemplo, algunos sectores de la derecha reaccionaria están entusiasmados vinculándola con la gestión de la pandemia del COVID-19 por parte de gobiernos social-liberales. Sin embargo, el mayor paralelismo se puede trazar con respecto a la situación de emergencia climática y crisis ecológica en la que nos encontramos. Tal y como demostró este verano la compañía teatral La Calórica, con su obra «De què parlem mentre no parlem de tota aquesta merda», hay muchas formas de describir lo que representa la crisis climática sin nombrarla directamente. En el caso de «No mires arriba» las equivalencias son muchas, pero su marco narrativo también es políticamente problemático a la hora de afrontar la situación con una perspectiva de justicia climática para la mayoría social.

Para exprimir al máximo la oportunidad que nos da esta película de hablar sobre la crisis climática publicamos este primer artículo en el que recorremos tres parecidos presentes en el argumento. Para evitar comprar acríticamente el pack ideológico que nos presenta Netflix, continuaremos con un segundo artículo en el que se describen tres diferencias entre la película y la crisis climática.

 

Parecido 1: Descubrimiento, anticipación y solidez científica

Descubrir un nuevo asteroide, calcular su trayectoria con precisión y estimar las consecuencias desastrosas que tendría no actuar de inmediato es básicamente lo que hizo la ciencia climática en la década de 1970 y 1980. Esperar y evaluar es la respuesta que se ha dado desde entonces por parte de las grandes institucionales internacionales y gubernamentales. Como describe Nathaniel Rich en su libro «Perdiendo la Tierra», en 1979 ya sabíamos prácticamente todo lo que hoy conocemos sobre el cambio climático. En ese momento, diferentes científicos hicieron sonar la voz de alarma, entre los que destaca James Hansen quien publicó en 1981 un artículo al respecto en la revista Science y compareció en 1988 ante el Comité de Energía y Recursos Naturales del Senado de los Estados Unidos.

La evidencia apuntaba de forma clara a una conclusión: las emisiones de CO2 derivadas principalmente del uso masivo de combustibles fósiles están provocando un aumento de la temperatura. Hubo un momento en la década de los 80 en el que realmente parecía que se iba a asumir una reducción de emisiones, pero el despegue finalmente fue abortado. Científicos de la empresa petrolera Exxon predijeron con exactitud en 1982 los niveles de CO2 en la atmósfera a los que recientemente hemos llegado. Con esa información en la mano, la empresa decidió guardarla bajo llave e iniciar una campaña de desinformación que alimentó el negacionismo climático. Invirtiendo la célebre frase de Marx: «Lo sabían, y aun así lo hicieron».

Lo que vino después de eso ya lo conocemos. Los sucesivos informes del IPCC (1990, 1995, 2001, 2003, 2014, 2021-2022) han ido verificando y otorgando una mayor solidez científica a las conclusiones iniciales. Al mismo tiempo, desde 1992 hasta la actualidad se han emitido a la atmósfera el 50% de todas las emisiones de CO2 de la historia de la humanidad.

 

Parecido 2: Confianza ciega en una tecnología dudosa e incierta

En la película, la primera misión espacial encaminada a desviar la trayectoria del asteroide es abortada por la presión de Peter Isherwell, un multimillonario CEO de la megacorporación tecnológica Bash. Una ridícula y despreciable mezcla de Steve Jobs, Jeff Bezos y Elon Musk. En lugar de asumir la opción más fiable y con posibilidades de éxito para la supervivencia humana, la misión se sustituye por la de fragmentar el asteroide, dejar que caiga a la Tierra y que esta empresa privada extraiga los diferentes metales preciosos y tierras raras presentes en él. Para ello, afirman que utilizarán una tecnología novedosa e innovadora, diseñada por grandes científicos, pero que nunca ha sido probada. Este probablemente sea el paralelismo más aterrador entre la película y el cambio climático, aunque también el que más puede pasar por alto para muchas personas.

A medida que las emisiones han aumentado año tras año, la curva de reducción de emisiones que sería necesaria asumir a nivel global es cada vez más empinada. Esto pone en serios aprietos al capitalismo global y a su dinámica económica estructural que exige un crecimiento continuo. Para resolverlo, llegaron al rescate los mercenarios de la ciencia climática y con un puñado de tecnologías novedosas e innovadoras debajo del brazo. Los informes del IPCC se llenaron de siglas como BECCS (Bioenergía con captura y almacenamiento de carbono) o DAC (Captura directa de aire) que permitían una compatibilidad teórica entre mantener la dinámica capitalista de crecimiento continuo y una reducción de emisiones en la magnitud y tiempos requeridos. Estas son las llamadas «tecnologías de emisiones negativas», y su propósito es eliminar el CO2 ya presente en la atmósfera.

De esta forma, podemos continuar quemando combustibles fósiles durante más tiempo, hacer una descarbonización más lenta y olvidarnos de los engorrosos planes de reducción drástica. Incluso podemos superar temporalmente los límites de calentamiento de 1.5 o 2ºC para luego volver a estabilizar el clima por debajo. Puede que todo esto no nos suene, pero esto es lo que se oculta bajos los conceptos de «cero-neto», «compensaciones de carbono» y «soluciones basadas en la naturaleza» presentes actualmente en las políticas climáticas internacionales y estatales. No habría ningún problema en aprovechar las posibilidades si no fuera por el pequeño detalle de que se trata de tecnologías cuyo funcionamiento y viabilidad no ha sido probado a la escala planteada. Son cada vez más los científicos climáticos que así lo señalan, y advierten de las nefastas consecuencias que ya está teniendo depositar nuestras confianzas en ello. En lugar de desviar el asteroide, el rumbo de las políticas climáticas actuales parece querer jugárselo todo a comprobar si unos caros e inciertos juguetitos tecnológicos son capaces de arreglarlo todo en el último momento.

 

Parecido 3: Lo estamos viendo y aun así nos quieren engañar

Mientras la única forma de comprobar que un asteroide va a estrellar contra a Tierra es a través de complejos telescopios de investigación y cálculos astrofísicos, hay mucho margen para el debate público y la duda. Sin embargo, cuando la existencia del asteroide es fácilmente visible y comprobable por cualquier persona al mirar al cielo, pasa a ser un hecho ampliamente asumido, a excepción de una minoría reaccionaria. Esta es la dinámica que nos encontramos también en el caso del cambio climático.

Hace unas décadas el negacionismo tenía margen de maniobra, y tuvo una gran influencia en el debate público. A medida que las consecuencias del cambio climático se han hecho cada vez más visibles por amplias capas sociales en todo el mundo, este margen se ha hecho cada vez más estrecho. Actualmente, prácticamente nadie se mantiene firme en la negación de su existencia. Es un hecho asumido, que vemos en nuestro día a día: Olas de calor que ponen Canadá a 49 ºC, tormentas de nieve como Filomena, inundaciones mortales en Alemania, incendios forestales masivos en Siberia… Y todo esto solo en 2021 y en solo los países del Norte global.

Lo estamos viendo, es innegable. El debate público, entonces, se centra en las soluciones. En la película aparece la propaganda institucional acerca de las grandes ventajas para la economía que tendría el plan de la empresa Bash. En nuestro día a día, vemos cómo la Unión Europea y el gobierno del Estado Español pronuncian grandes discursos acerca de la transición ecológica. Sin embargo, estos planes de descarbonización se parecen más a una decena de achatarrados drones espaciales que a las profundas transformaciones que realmente necesitamos. Mientras el rumbo económico y social no cambie, nos encontramos atrapados en la trayectoria de un nuevo negacionismo climático vestido de verde. Los coches eléctricos, la digitalización y el hidrógeno poco o nada van a solucionar la crisis climática mientras no abandonemos los tratados de libre comercio e inversión, planifiquemos un descenso energético justo ni sustituyamos el actual modelo alimentario globalizado por uno basado en la soberanía agroecológica local.

 

Parte 2 del artículo:

[ad_2]

Source link