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¿Calor? ¿Sequía? ¿Contaminación? ¿Crisis climática? ¡Nada de qué preocuparse! Lo dice el capitalismo – Resonancias

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¿Calor? ¿Sequía? ¿Contaminación? ¿Crisis climática? ¡Nada de qué preocuparse! Lo dice el capitalismo – Resonancias

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Fotografía: Coordinadora de Organizaciones Indígenas de la Cuenca Amazónica

En gran parte de México vivimos una ola de calor a finales de septiembre, lo que no es común, como no lo fue la ola de calor que vivimos en junio de este año. Además, a pesar de que es temporada de lluvias, en toda la República está lloviendo muy poco, y los mapas del Monitor de Sequía en México (MSM) de la Comisión Nacional del Agua (CONAGUA) y el Servicio Meteorológico Nacional (SMS), muestran que México está experimentando sequía severa o extrema en la mayoría del territorio nacional. En este contexto, las personas que trabajan en el campo ya están sufriendo los efectos de la crisis climática, las personas vulnerables a ciertas enfermedades (respiratorias, cardiocirculatorias, y también de salud mental etc.) están sufriendo por las altas temperaturas, y los demás seres vivientes están intentando adaptarse. Por ejemplo, nos comentaron que en ciertos pueblos de la sierra de Oaxaca las víboras que viven normalmente en las tierras bajas están subiendo a tierras altas, apareciendo en los pueblos, convirtiéndose en un peligro para los pobladores.

Frente a este escenario, podríamos imaginar que la crisis climática se ha convertido en una prioridad, que la pondría en el centro del debate público y de la vida de las personas, pero no es así, y por eso seguimos preguntándonos: ¿si el clima está cambiando, por qué nosotros no?

Emociones y eco parálisis

Una respuesta a esta pregunta se puede encontrar al analizar la dimensión emocional de la respuesta a los problemas socioambientales. Comprender quién siente preocupación por qué cosa, es central para conocer cuáles son los problemas que priorizamos en una sociedad. Las investigaciones sobre emociones climáticas (es decir, las emociones que la crisis climática genera en las personas) muestran que sentir preocupación es necesario, aunque no suficiente, para demandar soluciones para enfrentar el cambio climático. Necesario porque, como muestran las investigaciones con activistas, las preocupación motiva a organizarse. No suficiente, porque a pesar de que muchas personas puedan estar preocupadas, siguen sin actuar, porque no saben qué hacer, y la vida sigue en la “nueva normalidad” post pandemia. Esta última respuesta se llama eco parálisis, y es alimentada por la cultura capitalista.

El capitalismo no es solo un modelo económico, también ha creado una cultura que permea nuestra cotidianidad. A través de esta lente cultural, percibimos la realidad que nos rodea, damos sentido a nuestra experiencia y tomamos decisiones. Y la cultura también influye en lo que sentimos, en nuestras emociones.

El jueves 21 de septiembre, en el marco del Seminario Permanente Interinstitucional (IIS-CEIICH) en Emociones, Activismo y Cambio Social, invitamos a la socióloga de las emociones Arlie Hochschild, profesora emérita de la Universidad de California, Campus Berkeley, para que nos hablara de la cultura emocional del capitalismo (enlaces videos de la conferencia en inglés y español). La socióloga estadounidense es autora de los libros The Managed Heart, que en 2023cumplió 40 años; La mercantilización de la vida íntima, traducido al español en 2008 por la editorial Kats (Argentina), y Extraños en su propia tierra: Réquiem por la derecha estadounidense, traducido al español y publicado en 2020 por Capitán Swing (España). En su conferencia la autora nos compartió algunas ideas a partir de su último libro que nos ayudan a comprender mejor la respuesta social a la crisis socioambiental y climática.

Las reglas del sentir del capitalismo

En el marco del sistema capitalista lo que nos hace sentir felices, orgullosos, satisfechos, agradecidos, etc., es poseer o lograr más ahora, en el tiempo presente. Como afirmó Hochschild en este sistema “más es mejor” y “ahora es importante”. A esto se añade no tener miedo, no estar preocupados, sentirse seguros.

Como consumidores y ciudadanos recibimos cotidianamente mensajes que intentan convencernos de lo que necesitamos, cuando lo necesitamos, y cómo obtenerlo. También aprendemos a estar agradecidos o leales a las empresas que ofrecen productos y trabajo -necesarios para poder consumir y realizar nuestros sueños–, aun cuando estas mismas empresas contaminan el territorio y el planeta. En estos casos, la regla de no tener miedo es central para que los habitantes de estos territorios no se cuestionen el rol de la(s) empresa(s), y de las autoridades competentes, que no priorizan la salud de los habitantes. Como escribe la autora en su libro Extraños en su propia tierra en muchos territorios se ha generado la “elección terrible entre trabajo y aire o agua limpia”.

Las reglas del sentir -concepto desarrollado por Hochschild- constituyen la cultural emocional de una sociedad, la cual es dinámica, pudiendo fortalecerse o debilitarse, y pudiendo también ser cuestionada por una parte de la sociedad.

La dificultad de identificar estas reglas reside en el hecho de que son aprendidas a través de la educación, la interacción con otras personas, la socialización, y muchas veces no nos damos cuenta de haberlas interiorizado. Cuando estas reglas se hacen más visibles, es cuando llegamos a sentir emociones que no respetan estas reglas. La obra de la sociología nos muestra que hay emociones reales que llegamos a sentir y que no corresponden a las emociones ideales que dictan las reglas. Y cuando esto pasa, tenemos que decidir si adaptar nuestro sentir y expresar las emociones ideales (y esperadas por los demás), o las reales.

Por ejemplo, una regla que acompaña el capitalismo es confiar en las empresas, pero a veces esta confianza puede menguar cuando leemos las etiquetas de un producto, o cuando nos informamos sobre sus impactos en la salud, sobre todo si esta información está acompañada por experiencias directas. Al sentir desconfianza podemos decidir expresarla abiertamente, enfrentando posibles sanciones, como burlas o llamadas de atención (“no es para tanto”, “eres exagerada” “por una vez no te ve a matar”), o hacer lo que Hochschild llamó el “manejo emocional”, es decir, convencernos de que no hay nada que temer, y consumir el producto, suprimiendo el miedo.

Los seres humanos buscamos encajar, ser apreciados y pertenecer a ciertos grupos, y para eso tenemos que seguir las reglas del sentir compartidas por ese grupo, pequeño o grande que sea. Sin embargo, las reglas también se pueden desafiar, que es lo que hacen las y los activistas y organizaciones de los movimientos sociales.

Desafiar las reglas del sentir para generar un cambio cultural

Sentirse bien consigo mismos para consumir menos, sentirse orgullosos al tomar decisiones que tendrán impacto en el futuro, o reivindicar la preocupación por un problema, en lugar de suprimirla, son emociones que comparten muchas personas sensibles a la degradación del medio ambiente e involucradas en alguna forma de activismo socio ambiental y climático. Y son emociones que cuestionan las reglas del sentir del capitalismo.

Conocer las emociones que comparten las y los activistas permite comprender quienes son y sus acciones, tanto individuales como colectivas. Pero además, estas emociones pueden ser el canal para generar un cambio cultural, y generar conciencia hacia la crisis socioambiental y climática, en personas ajenas al activismo.

En este sentido, Hochschild terminó su conferencia con algunos consejos para activistas, para que aprendan a desafiar aquello que hace sentir bien a las personas.

Uno de estos consejos es ser PUENTES de EMPATÍA, comprendiendo lo que creen y sienten las personas, sin juzgarlas, ridiculizadas o criticarlas, y encontrando puntos en común a partir de los cuales cuestionar las reglas del sentir dominantes. Para desafiar las reglas hay que conocer cómo se han interiorizado, y eso significa conocer lo que sienten las personas y cómo han construido sus emociones.

Otro consejo es CRUZAR los CANALES de COMUNICACIÓN, y apoyarse en comunicadores que sean creíbles y que tengan legitimidad para las comunidades o personas con las que estamos comunicando. La confianza, así como el respeto o la admiración hacia quién comunica, son emociones centrales en la aceptación de la información. Por eso, el activismo de base, que trabaja en los territorios, colonias, barrios, pueblos, etc., es más probable que logre encontrar los canales de comunicación adecuados a cada contexto, en lugar de las soluciones o recetas generales pensadas desde el alto.

Un último consejo que compartió la socióloga fue aprender a REDIRIGIR o AMPLIAR la DIRECCIÓN las EMOCIONES que las personas sienten, hacia otros sujetos. Por ejemplo, el amor y el cuidado de una madre hacia sus hijos, se puede ampliar hacia el territorio y el planeta, así como el orgullo de no tener miedo por la contaminación al que se puede estar expuestos, se puede redireccionar en orgullo por luchar en contra de la contaminación.

En el mundo capitalista en el que vivimos, preocuparse, tener miedo, sentirse inseguras a causa de la crisis climática y el degrado ambiental es de perdedores. Así como lo es sentir ansiedad y dolor por las consecuencias del cambio climático.

El discurso hegemónico sobre cambio climático nos dice que las personas ganadoras, fuertes, de éxito, son resilientes y se adaptarán, mientras los que no lo harán serán perdedores.

Pero la JUSTICIA CLIMÁTICA es otra cosa: es pensar en cómo podemos adaptarnos sin dejar a nadie atrás, y sin resignarnos de que el capitalismo, que ha causado el degrado y la crisis socio ambiental y climática, es el único modelo económico y cultural posible.

Desde los tiempos de Thatcher en el Reino Unido, el neoliberalismo ha querido que creyéramos en que no había alternativas a este sistema (THERE IS NO ALTERNATIVE, TINA). Pero sí las hay, y lo vimos cada vez que nace una nueva cooperativa, asociación, huerto urbano, casa okupa, agrupación, asamblea, que lucha para construir otro mundo, sobre las ruinas del actual. Y lo que une a las personas que abren estos nuevos caminos es la preocupación por las consecuencias de este sistema en la vida (del planeta, de las personas, de los demás seres vivientes), el amor por la vida misma, y no por el dinero, y la esperanza en la acción colectiva. Y estas emociones, al compartirlas, también permitirán fortalecer otra cultura, que es la base de un nuevo mundo.

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