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Sería un acto de justicia que Cate Blanchett se lleve el Oscar por su trabajo en Tár. Y no solo por su extraordinaria performance. El premio también debería funcionar como reconocimiento explícito a la valentía con la que esta notable actriz australiana de 53 años, una de las mejores de su generación, asumió este papel difícil en una época donde la fiscalización está en auge: cada gesto público es examinado con lupa y catalogado, muchas veces a la ligera.

Lydia Tár, la protagonista de la muy buena película de Todd Field que se estrena él próximo jueves, es una mujer temperamental y soberbia que está a punto de alcanzar una cumbre -la grabación de la Sinfonía nº 5 de Mahler como directora titular de la Orquesta Sinfónica de Berlín- y al mismo tiempo corre el riesgo de caer desde allí al precipicio del descrédito social debido a una serie de actitudes que la perfilan como una déspota que abusa sin miramientos de su poder. Es una historia con el sello de Field, un director californiano de 58 años que produce poco pero evidentemente tiene una voz propia, como había insinuado en 2006 con la tormentosa Secretos íntimos (HBO Max, Movistar+), empujada por el gran desempeño de otra actriz mayúscula, la británica Kate Winslet.

Hay una escena clave de Tár, narrada a través de un virtuoso plano secuencia de diez minutos: la protagonista discute acaloradamente con un alumno que se define como “BIPOC y pangénero”. La disputa es por la música de Bach: el joven la desestima por la misoginia atribuida históricamente al gran compositor de música barroca y la directora lo exhorta a que renuncie al ego y la identidad para valorar simplemente la obra. Es un tema que hoy está en pleno debate, y no es la posición del personaje de Blanchett la que está más cerca de la corrección política. Pero no solo Lydia Tár piensa de ese modo. En una entrevista reciente, la actriz fue muy elocuente: “El arte no está ahí para que nos sintamos mejor con nosotros mismos. Es curioso que alguna gente se enoje cuando los artistas no dicen exactamente lo que esas personas quieren escuchar. La calidad del arte no depende de la excelencia moral del artista. Ni de su estatus social. El arte es una herramienta de civilización para los seres humanos. Pero eso no significa que no pueda ser brutal o profundamente ingrato. El arte no es un espejo para enseñarnos lo que queremos ver, su función es motivarnos a discutir nuestras creencias más comunes e irreflexivas. Se puede ser un artista fantástico y una mala persona”.

En Tár aparecen muchos de los temas de la agenda contemporánea: la problemática de género (la protagonista se ufana de haber llegado al lugar que llegó sin esconder su condición de mujer lesbiana), la adicción a los ansiolíticos, la velocidad y la potencia con la que circulan los rumores en las redes sociales y la cada vez más cuestionada cultura de la cancelación. Y la perspectiva de la película no es siempre la más cómoda. La mayor virtud de la composición de Blanchett es que nos pone en problemas: es un personaje ambiguo y difícil de caracterizar porque valoramos su talento y la fortaleza para llegar adonde llega en otro ambiente más de pleno dominio masculino, pero reprobamos su pedantería, sus desplantes y su manejo perverso del poder. Y al mismo tiempo podemos percibir que detrás de toda esa gran coraza armada con los modales de la persona “naturalmente temperamental” se oculta una gran inseguridad.

Cate Blanchett, en una escena de Tár
Cate Blanchett, en una escena de Tár

Para provocar toda esa compleja gama de sensaciones que fluyen cuando la vemos hace falta una tarea titánica, de una magnitud similar a la que esta actriz fabulosa llevó a cabo en Blue Jasmine, de Woody Allen. Blanchett es una cultora de la disciplina como método: siempre prepara sus papeles con una dedicación obsesiva, y esta vez tocó el piano en las escenas que lo exigían y también estudió durante meses y meses los ampulosos movimientos de los grandes directores de orquesta, siempre hombres. “El problema no son los hombres”, aseguró de todos modos Blanchett en los días previos al estreno de Tár en los Estados Unidos. “El problema real es la concentración de poder y cómo se ejerce esa concentración de poder. Sufrimos una sociedad patriarcal, eso está fuera de toda duda. Pero espero que nunca vivamos lo contrario: una sociedad matriarcal de mierda”.

Antes de que nadie supiera nada de Tár, en una de esas casualidades que podríamos definir como realmente significativas, Anthony Minghella, cineasta que la dirigió en El talentoso Sr. Ripley (1999), definió a Blanchett como “la Bach de la actuación”. Creer o reventar… Si de Bach se valoró su profundidad intelectual, su perfección técnica y su belleza artística, la comparación de Minghella no parece nada extemporánea. Blanchett reúne todas esas virtudes en su campo de acción, la actuación. De ahí todo el reconocimiento que se ganó en buena ley: dos Oscar, tres BAFTA, tres Globos de Oro, dos copas Volpi en el Festival de Cine de Venecia, un Premio César honorario, un Premio Chaplin… Su currículum es envidiable: ha trabajado en Broadway y el West End, ha dirigido -con su esposo durante veinticinco años, el escritor y director Andrew Upton- la Sydney Theatre Company y es embajadora de buena voluntad de la agencia de refugiados de las Naciones Unidas.

Blanchett en 2019, durante una participación como embajadora de la ONU en Ginebra
Blanchett en 2019, durante una participación como embajadora de la ONU en Ginebra

Su categoría hoy es tan reconocida como para que sea tema recurrente en foros de discusión de cine: en los de Internet Movie Data Base, la gigantesca base de datos fundada en 1990 y hoy en manos de Amazon, se ha especulado mucho sobre el training previo de Blanchett para ponerse a punto de cara a su papel en Tár. Es altamente probable que haya más de una simple ocurrencia traficada como información, pero solo una dedicación muy obstinada puede garantizar la soltura con la que la actriz se mueve en la película: la firmeza y el ímpetu con los que dirige, fruto evidente del entrenamiento, también están reflejados en su manera de relacionarse con los demás, por eso cobra más sentido. El virtuosismo técnico no es el único atributo importante para juzgar una actuación, y muchas veces es incluso innecesario o prescindible. Pero para este rol específico, el de una directora de orquesta de alto vuelo, sumó verosimilitud y consistencia.

En esos foros también se habla de asuntos más ligeros, la fascinación de Blanchett por la moda, por caso. La actriz es una de las caras de Armani Beauty y se ha presentado en diferentes galas con modelos exclusivos de Givenchy, Chanel y Valentino. Los comentarios son de amplio espectro: desde la calidez hasta la mordacidad. ¿Por qué una artista lúcida y comprometida que siempre plantea ideas estimulantes en las entrevistas se relaciona con un ambiente tan superficial? En principio, la australiana siempre ha dejado traslucir su debilidad por las grandes divas de Hollywood, un respeto reverencial que la intimidó cuando Martin Scorsese le ofreció el papel de Katharine Hepburn en El aviador. Blanchett resolvió ese reto profesional con una actuación que vibró como la materialización de uno de sus sueños y le valió un Oscar: el perfil de diva le sentó bien y se lo quedó. Y una diva nunca debe descuidar la elegancia ni el glamour.

Cate Blanchett en los Oscar 2014
Cate Blanchett en los Oscar 2014AFP

Las aspiraciones de Blanchett en su adolescencia eran otras: nacida en Melbourne, hija de una docente australiana y un ejecutivo estadounidense que falleció cuando ella tenía apenas 10 años, cuando tuvo que decidir una carrera univeristaria escogió primero la econnomía. Pronto se dio cuenta de que no era por ahí y se formó en Arte Dramático. Graduada en 1992, empezó su carrera en pequeñas producciones teatrales en Sidney. Seis años más tarde llamaría la atención internacionalmente con su papel en Elizabeth, donde encarnó a una emblemática reina de Inglaterra del siglo XVI.

De ahí en más todo fue viento en popa: trabajó con Scorsese, Woody Allen, Ridley Scott y Richard Linklater, fue la doncella élfica Galadriel en la súper exitosa saga de El señor de los anillos (Amazon Prime Video, HBO Max, Movistar+), el Bob Dylan andrógino que imaginó Todd Haynes para su irreverente I’m Not There, la femme fatale de El callejón de las almas perdidas (Star+) y la abogada ultraconservadora y antifeminista Phyllis Schlafly en la serie Mrs. America (Star+). El año pasado se anunció que sería la protagonista de la primera película en inglés de Pedro Almodóvar, Manual para mujeres de la limpieza, una adaptación del elogiado libro de relatos de la estadounidense Lucia Berlin, pero lamentablemente ese proyecto está por ahora en suspenso.

La actriz en una escena de Mrs. América
La actriz en una escena de Mrs. América

Su trayectoria puede observarse como la prueba fehaciente de una artista que reivindica el derecho a cambiar, a reinventarse todas las veces que se sienta como algo necesario. Ella misma lo devela cuando recuerda una experiencia teatral que la marcó, su participación en una versión de la famosa obra de Chejov Tío Vanya dirigida por el húngaro Tamás Ascher: “Él me decía que las mujeres chejovianas son como el clima, que están cambiando constantemente y que por eso son dinámicas y emocionantes. No me gusta fijar una sola idea para un personaje, decir ‘así es ella, y por eso busca tal cosa’. Las personas no somos así”.

Y hay pistas de esas firmes convicciones, reflejadas en los personajes que Blanchett ha encarnado en todos estos años. Detrás de la fachada convencional de la atildada ama de casa de mediados del siglo pasado, vestida siempre con pieles y sombreros elegantes, que creó para Carol, otro trabajo brillante en sociedad con Todd Haynes, estaba la amante lesbiana que se negaba a ser esa “mujer perfecta” que prescribía el imaginario de la época. Como hay pistas claras también en la conflictiva personalidad de Lydia Tár, capaz de ser cruel en su sinuoso camino hacia la gloria pero también vulnerable y torturada en su intimidad. Mujeres que gozan y sufren, pero que casi nunca podemos clasificar con definiciones cristalizadas. Vivir es cambiar. Y Cate Blanchett lo sabe de sobra.

Elizabeth (1998), de Shekar Kapur

Estrenada en el Festival de Venecia, esta película que despega con la crisis en la monarquía inglesa provocada por la muerte de María Tudor a mediados del siglo XVI, tiene como protagonista a su joven sucesora, la princesa Elizabeth (o Isabel I), conocida luego como “la reina virgen”, a pesar de que son muchos los historiadores que aseguran que su vida sexual fue prolífica e intensa. Acechada por enemigos explícitos y conspiradores ocultos, la joven romántica e ingenua se convierte en el ejercicio del poder en una monarca fría y rigurosa. Y Blanchett encarna esa impetuosa transformación con una energía asombrosa que redundó, antes de que cumpliera los 30 años, en un Globo de Oro y su primera nominación para un Oscar, el que se terminó llevando Gwyneth Paltrow por su protagónico en Shakespeare apasionado. Disponible en Movistar+.

El aviador, de Martin Scorsese (2004)

Blanchett es hasta ahora la única actriz que ganó un Oscar interpretando el papel de otra ganadora de ese mismo premio: en El aviador, que hoy sigue siendo una de las películas más discutidas de la extensa carrera de Scorsese, se puso en la piel de una de las estrellas femeninas top de la historia de Hollywood, Katharine Hepburn, también una de las tantas amantes famosas del excéntrico pionero de la aviación Howard Hughes. Y se llevó el galardón destinado a la mejor actriz de reparto gracias a un trabajo de composición súper obsesivo que le sirvió para capturar tanto la gestualidad como el espíritu del personaje, aun cuando físicamente las similitudes no eran tantas. Terminado el rodaje, Blanchett contó que vio varias veces unas quince películas de esa actriz icónica que reflotó una carrera que parecía sin rumbo con su gran performance en Historias de Filadelfia, una gran film financiado justamente por Hughes. Disponible en AppleTV+ y Google Play.

Blue Jasmine, de Woody Allen (2013)

Distinguida ama de casa de la de la alta burguesía neoyorquina, Jasmine lo perdió todo: mansión, prestigio social y un marido millonario súbitamente caído en desgracia. Para digerir su nueva realidad se muda a San Francisco, antítesis directa del lugar donde vivió sus años dorados. Y allí deberá convivir, para más problemas, con una hermana white trash (la inglesa Sally Hawkins, también de gran trabajo). Blanchett ganó merecidamente el Oscar por este papel: su desencajado personaje pasa por diferentes estados de ánimo -neurosis, desánimo, euforia, agresividad-, muchas veces desatados en simultáneo, algo que descoloca porque puede causarnos alternativamente empatía o rechazo. Solo una actriz de su talla puede conseguir eso. Disponible en Amazon Prime Video y Movistar+.

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