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Leti Blanco | Hay gente que llegó tarde. No a la presentación del libro “Trabajo sexual con derechos”, sino a la defensa de los derechos y el bienestar de las putas. A eso muchas han llegado tarde. Pero llegaron, que es lo que cuenta, a la Revuerta (Algeciras) y se llenó el centro social de gente aguantando la respiración mientras Marijose Barrera, del Colectivo de Prostitutas de Sevilla hablaba. De lo que menos habló fue del libro, porque ¿quién habla de un libro con una historia de vida y una colección de saberes como los que tiene esta mujer?

Cuando ella dice “En España, todo el mundo come pan de coño” te lo explica y lo entiendes. Cuando dice “El feminismo también sale de las esquinas”, pides más esquinas.

Cuando dice que el crimen más grande es la Ley de Extranjería, no puedes estar más de acuerdo con ella.

Y cuando terminó de hablar de redadas en los clubs, de explotación en los pisos, de la industria del rescate, de puteros que ayudan y puteros que matan, entonces: ¿alguna pregunta? Y todo el mundo tragó saliva y nos tomamos unas cervezas con otras putas que había entre el público y que contaron esas y otras cosas de la vida cotidiana, porque las putas también compran el pan.

Al día siguiente, Marijose repetía en la Yerbabuena (Jerez) pero el panorama era completamente distinto: dos días antes, unas cuantas personas todavía inconexas que querían boicotear el acto habían increpado por redes a las organizadoras de la presentación, enviando mensajitos amenazantes.

Un día antes, las “abolicionistas” de la zona ya se habían inventado una plataforma en la ciudad para convocar una concentración junto a la puerta del centro social con motivo de la presentación.

A las organizadoras les saltó una alarma insalvable, no por el posible boicot del acto, imposible de impedir, sino por el disgusto que esto le iba a causar a la compañera Marijose. Las heridas son las suyas, las de su coño. El dolor y la rabia son los suyos y los de sus compañeras que un día tras otro sufren el estigma puta, la violencia y la persecución o el vacío.

Y allí se presentaron doce señoras de peluquería, más preocupadas por no despeinarse que por acabar con las opresiones, más pendientes de mantener sus privilegios que por los derechos de las demás, y se colocaron ofendidas detrás de una pancarta a decir que el trabajo sexual no es trabajo, como si eso fuera a abolir la prostitución y a proporcionarle opciones de vida digna a todas aquellas personas que la ejercen.

Había policías locales con material antidisturbios pendientes de las casi cien personas que acudieron de distintos lugares de la provincia para acuerpar a Marijose y ponerse enfrente de la concentración sin sentido. Sin sentido porque ¿cómo estar en contra de que alguien hable de un modelo de prostitución que lleva funcionando veinte años en otro país, Nueva Zelanda, con buenos resultados? ¿A quién se le ocurre impedir que las putas hablen de SUS necesidades, que aporten SUS soluciones a SUS problemas, que expliquen la despenalización como alternativa a los debates harto estériles (abolición/regularización) para ellas? ¿A quién se le ocurre que esto hay que impedirlo en vez de fomentarlo y darles a ellas el poder de decidir sobre sus vidas?

Marijose lloró de la pena, de la frustración y del cansancio frente a esas doce mujeres que, pensándose bondadosas y hasta sororas (aunque no es ese su vocabulario), no eran más que radicalmente crueles y tiranas de las vidas de otras. Marijose gritó ¿dónde estabais cuando los ayuntamientos estaban dando licencias a los clubes? Y no gritó sola. Marijose es el espejo de la hipocresía de una sociedad podrida y las que estábamos a su lado vimos el reflejo. Quien se quede en ese marco, se creerá muy respetable, pero alimentará la podredumbre.

Cuando Marijose empezó la charla en la Yerbabuena, estaba tan alterada que apenas podía hilar las ideas, ella, que es una hilandera experta. Que abolir la prostitución muy bien, pero ¿y mientras? Poco a poco se fue calmando y las personas que pudieron entrar (unas veinte se quedaron en la calle) aguantaron de nuevo la respiración oyéndola hablar de cómo las migras lo tienen aun peor, y cómo ella cuando iba a su pueblo no salía de su casa, y muchas otras cosas que dicen más de lo que dicen para dejarte atravesada para siempre.

Necesitamos altavoces para estas voces y valentía para escucharlas. Sobran críticas y faltan alternativas. Para todas las personas que quieran una sociedad más justa, ORGULLO PUTA.



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