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La Sputnik V fue la primera vacuna contra la COVID-19 registrada; tiene autorización de uso de emergencia en setenta países y se administró a millones de personas en todo el mundo. Sin embargo, muy pocos estudios revisados por pares describen sus efectos. Por eso, un estudio realizado en Tucumán, Argentina, cobra fundamental importancia: aporta información clave para lograr una imagen más precisa respecto de la seguridad y la eficacia de la vacuna, que aún espera su aprobación por parte de la Organización Mundial de la Salud (OMS).

 

El estudio se titula “Long-Term Analysis of Antibodies Elicited by Sputnik V in Tucuman, Argentina”. Y se publica en la revista académica The Lancet.

 

“Para acelerar ese proceso es fundamental que se publiquen informes independientes”, explica Diego Ploper, microbiólogo e investigador del Consejo Nacional argentino de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET) en el Instituto de Investigación en Medicina Molecular y Celular Aplicada (IMMCA, CONICET-Tucumán-UNT), una de las instituciones que llevó adelante el estudio. Una de las instituciones –destaca Ploper-, porque el grupo de trabajo fue muy amplio: “participaron también investigadores del Centro de Referencia para Lactobacilos (CERELA, CONICET) y tuvimos apoyo fundamental de la Facultad de Medicina de la Universidad Nacional de Tucumán (UNT), del Laboratorio de Salud Pública (LSP), del Sistema Provincial de Salud (SIPROSA) de la Provincia de Tucumán; del Instituto Malbrán; de la Escuela de Medicina de la Universidad de Boston y de la de Harvard, y de la escuela de Medicina de Monte Sinaí, de New York”.

 

“El objetivo del trabajo era analizar la respuesta inmune humoral a través del tiempo; la medimos en 602 trabajadores de la salud (que fueron los primeros en vacunarse), que recibieron la Sputnik V entre diciembre de 2020 y julio de 2021”, explica Rosana Chehín, investigadora del CONICET y directora del IMMCA. Y los resultados –añade- fueron alentadores: se detectó seroconversión (es decir, desarrollo de anticuerpos) en el 97 por ciento de los individuos tras veintiocho días después de la vacunación.

 

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Placas de cultivo celular con las que se ha trabajado en el IMMCA. (Foto: Ministerio de Salud Pública de Tucumán)

 

Para el estudio se utilizó un test del tipo ELISA (acrónimo en inglés para enzimoinmunoanálisis de adsorción, un examen de laboratorio comúnmente usado para detectar anticuerpos en sangre), que fue desarrollado al cien por cien por el equipo de investigación. “Este examen –explica Ploper- detecta anticuerpos IgG inducidos por la vacuna, y que neutralizan la entrada del coronavirus a las células humanas”. “En estudios (tanto transversales como longitudinales), se detectó que ya a los 28 días de haber recibido la primera dosis, el 97 por ciento de los voluntarios poseía anticuerpos anti-RBD (que representan los más neutralizantes)”, agrega, y señala que, si bien –como ocurre con todas las vacunas- lentamente empezaron a disminuir, seguían presentes en el 94 por ciento de los voluntarios 90 días después de la vacunación. Y seis meses (180 días) después de haberse vacunado, en los voluntarios aún se logró detectar anticuerpos en una buena proporción.

 

“Es importante destacar que esa disminución de los anticuerpos no implica ausencia de protección, ya que el organismo, además de anticuerpos, desarrolla una memoria inmunológica que nos protege de futuras infecciones”, resalta Ploper. Entre los voluntarios, en aquellos que tuvieron una infección previa por SARS-CoV-2 esto provocó un aumento de la respuesta inmune a la primera dosis. Y algo importantísimo –añade Ploper-: una mayor actividad de neutralización contra diferentes nuevas variantes de interés que circulan mundialmente”.

 

El estudio estableció también que, en personas recuperadas de COVID-19 que desarrollaron una buena respuesta inmune con la infección, la mejoran con la vacunación; y que el lapso entre el diagnóstico de COVID-19 y la vacunación no influyó en los títulos de anticuerpos obtenidos.

 

El estudio, coordinado por el IMMCA y el Ministerio de Salud de la Provincia de Tucumán, fue realizado por un consorcio entre múltiples investigadores, médicos, bioquímicos e instituciones. Fue liderado por Rossana Chahla (Ministra de Salud de la Provincia de Tucumán), Rosana Chehín (Directora del IMMCA e investigadora principal del CONICET) y Gabriela Perdigón (Profesora emérita de la UNT e investigadora superior del CONICET). Del IMMCA (CONICET, UNT, SIPROSA), participaron los investigadores Diego Ploper, Esteban Vera Pingitore, Sergio Benjamín Socias, César Luís Ávila y los becarios Rodrigo Hernán Tomas-Grau, Silvia Adriana Navarro y Agustín Stagnetto. Las investigadoras Silvia Inés Cazorla y Carolina Maldonado participaron por parte del CERELA (CONICET). Del Laboratorio de Salud Pública (LSP), formaron parte Conrado Llapur, Dardo Costas, Isolina Flores, Mónica Aguilar López, Patricia Aznar, María Elena Alcorta, Eva María del Mar Vélez; y de la Facultad de Medicina (UNT) Gabriela Apfelbaum. Además, contaron con la colaboración de expertos nacionales como Alexis Edelstein y Claudia Perandones (ANLIS MALBRAN), e internacionales como Gustavo Mostoslavsky y Dar Heinze (Boston University), Raul Mostoslavsky (Harvard University), y Shreyas Kowdle y Benhur Lee (Mount Sinai, New York). (Fuente: Claudia Nicolini / CCT NOA Sur / CONICET. CC BY 2.5 AR)

 

 

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