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En el restaurante de un famoso hotel de Madrid, en plena comida, un directivo empezó a perder la noción del tiempo, no sabía dónde estaba ni qué estaba pasando. Parecía un infarto… Una adolescente de 16 años rompió mentalmente tras meses de acoso de sus compañeros de colegio. A la fundadora de un pequeño negocio, los fines de semana una especie de bola de acero se pone en su garganta. Igual que a ese empleado que se siente asfixiado por la presión de su jefe. O el parado que no sabe dónde y cuándo o en qué podrá trabajar.
¿Qué tienen en común estos ejemplos, reales, y cotidianos? El estrés.
El estrés nos permitió llegar a donde estamos como humanos. Es como nuestro sistema automático de defensa ante lo desconocido, lo que nos puede matar o poner en peligro. Nos hace actuar con rapidez y protegernos, a nosotros mismos y a los nuestros.
Pero no se puede vivir siempre en alerta de guerra, de invasión o sentir que en cualquier momento se va a caer algo sobre tu cabeza. El estrés es «sano» cuando lo usas sólo en momentos críticos. Y es un arma de destrucción masiva cuando se convierte en algo crónico.
Si se convierte en crónico, nuestro sistema nervioso y hormonal se activan de una manera que se convierte en una especie de veneno contra nosotros mismos. Por esta razón, el estrés se ha convertido en una epidemia mundial. Destruye nuestra calidad de vida y activa enfermedades mentales. Vacía nuestras vidas y estrecha el foco hacia el miedo, la angustia y la incertidumbre.
El pasado 7 de junio, la Comisión Europea presentó una comunicación para poner control a esta epidemia. Los datos son apabullantes: el coste del estrés supera los 600.000 millones de euros cada año en Europa, el equivalente al 4 por ciento de nuestra riqueza. Más de 84 millones de europeos sufren de enfermedades mentales desencadenadas por el estrés; y siete de cada diez acaban con problemas de depresión profunda. El suicidio es la segunda causa de muerte más importante entre los jóvenes europeos de 15 a 19 años, después de los accidentes de tráfico. (Mal)cuidar de la salud mental de nuestros jóvenes supone un gasto público superior a los 50.000 millones de euros en Europa.
Detrás de estas cifras paralizantes tiene que haber una responsabilidad personal para actuar. Nuestra salud mental también es una prioridad y un trabajo de autocuidado. Necesitamos crear ambientes nutritivos para cada uno de nosotros, donde afianzar el sentido y el propósito de nuestras vidas y, sobre todo, encontrar los porqués que nos hagan levantarnos cada mañana y afrontar todos nuestros desafíos con energía positiva.
Siguiendo este espíritu, queremos aportarte cinco claves para ayudar a pensar en cómo controlar tu estrés, dentro de tus posibilidades.
1) La incertidumbre te paraliza: toma decisiones pequeñas. Cuanto más incierto es el camino, trocea tu objetivo en decisiones fáciles, controlables, casi automáticas. Céntrate en ellas, y levanta la vista para saber dónde te encuentras. Te olvidarás de los «¿y si?»… Es como cuando bajas el Huerna con mucha niebla. Céntrate en los próximos cien metros. Ahí, la incertidumbre, el estrés y el riesgo de accidente se reducen.
2) Visualiza a largo plazo, pero céntrate en el poder del ahora. Los deportistas de élite, para entrenarse en los contextos más duros y estresantes, visualizan cada gesto, cada acción en su mente. Cuando llega algo no previsto, tienen una capacidad subconsciente entrenada para salir de ella. Tanto para adelgazar como para levantar un negocio desde cero o encontrar un empleo, si pones foco en el ahora, haces el esfuerzo perfecto (aunque no logres el resultado perfecto) en la siguiente decisión inmediata. Sin olvidar la visualización de dónde quieres llegar, avanzarás. El foco en el proceso (y no solo el objetivo) te permite cerrar tu mente hacia lo incierto, el miedo, y sacar el máximo partido a tu potencial.
3) Céntrate en tu área de influencia. Una parte muy relevante de nuestro estrés proviene de exigirnos controlar aquello que, en realidad, escapa de nuestro control. Hay un área muy limitada donde podemos jugar, controlar qué hacemos y cómo lo hacemos. Esa área de influencia que depende de nosotros es poderosa. Si te centras en ella, y relajas la atención en lo que no depende de ti, tu capacidad para tener paz mental y reducir el estrés se dispara.
4) Somos lo que pensamos, usa filtros exigentes. Perder el equilibrio es fácil cuando no filtramos lo que vemos, sentimos, leemos o escuchamos. Como también es fácil perderlo ante una autoexigencia exagerada –muchas veces sobre lo que ocurre fuera de nuestra área de influencia–, la exposición a todo tipo de influencias (información tóxica, redes sociales o personas que te restan energía), descuidar nuestro descanso, momentos de silencio, de desconexión o, simplemente, de máxima atención en nosotros (y lo que nos repara). Controla tu tiempo, tu energía y qué dejas entrar en tu mente, y te será más fácil domar el estrés.
5) Somos las personas y los climas que creamos. Tener basura en nuestra mente, leer basura, ver basura, escuchar basura… ése no es el problema. El desafío consiste en limpiarla, evitar que te impregne y te gobierne. A veces, la basura se muestra en faltas de respeto, en control y exigencia de los demás, en climas donde no se respira creatividad o donde tratan de anularte. Busca de forma incansable lugares, personas y contextos que refuercen tu autoestima. Amplía siempre (con trabajo y vocación de aprendizaje) tu zona de control. Fuera de ella está el estrés que te invalida y paraliza. Entrena y trabaja duro, pero en tu área de influencia, decide en pequeño, ahora, visualizando el futuro y apoyándote en lo que te hace una persona única.
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