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Han venido al cumpleaños. Los pintores Cristóbal Ruiz, Ricardo Marín, Aurelio Arteta, José Gutiérrez Solana, Javier Winthuysen y Eduardo Chicharro, el escultor Mariano Benlliure y los críticos de arte José Francés, Ángel Vegue y Enrique de Mesa rodean a Evaristo Valle, nacido el 11 de julio de 1873, en un instante de 1922, robado al paso del tiempo por la magia de la fotografía. Aguardan a que se abran las puertas de la exposición conmemorativa de los 150 años del pintor «Evaristo Valle en la Colección de Arte Banco Sabadell» el próximo martes 11 de julio, en el Museo Evaristo Valle.

¿Existe algún manual para organizar una fiesta de 150 aniversario? Es dudoso, sobre todo porque no se documentan precedentes de tal longevidad en los últimos siglos. Pero los historiadores siempre pueden recurrir a las fuentes documentales para inspirarse y salir, con cierto éxito, de un aprieto semejante.

El sueño del pastor, c. 1919 Óleo sobre lienzo, 145 x 186 cm Colección de Arte Banco Sabadell


I. Los invitados.

Los bueno de un 150 cumpleaños es que, aunque la familia y los amigos hayan vivido repartidos por el mundo, a estas alturas están ya todos en el mismo sitio, piso arriba, piso abajo.

Junto a Evaristo, no podrían faltar su abuela Benita y sus padres, Evaristo y Marciana. Sus hermanos Juanita, Marciana, María, Carmen, Antonio y Teresa. Sus tíos Melitón y Carmen… y, por supuesto, sus sobrinos, María Rodríguez del Valle y José María Rodríguez, fundadores del museo que lleva su nombre.

Su primer protector: Florencio Rodríguez. Sus maestros: Daniel Urrabieta Vierge, Julio García Mencía, Federico Ringelke, Clarín… Sus amigos: Ignacio Zuloaga, Cristóbal Ruiz, Daniel Vázquez Díaz, Amedeo Modigliani, Nicanor Piñole, José Ortega y Gasset, José Francés, Gerardo Diego…

También José Moreno Villa, Mario de la Viña, José Díaz Fernández, Julián Ayesta, los hermanos Fernández Balbuena… Sus discípulos: Luis Pardo, Antón, Antonio Suárez, Joaquín Rubio Camín… Y, pese a su extrema discreción, alguna conquista, como la actriz Ebon Strandin.

Y con las cosas que tiene la eternidad, tal vez Valle haya podido conocer en estos últimos tiempos a alguno de sus admirados Greco, Goya, Velázquez, Rembrandt, Gauguin, Van Gogh… Están convidados.

Evaristo Valle Orgía de sobremesa, c. 1903 Lápiz y acuarela sobre papel, 100 x 90 mm Fundación Museo Evaristo Valle. Depósito colección particular


II. Cómo vestirse (y peinarse).

¿Qué ropa podría encontrarse en el armario de Valle para una ocasión semejante? Teniendo en cuenta, además, que bien puede presentarse a esta fiesta de cumpleaños con cualquiera de las apariencias que tuvo a lo largo de su vida.

Cuando, en 1907, Evaristo «viajó» a Marruecos como redactor gráfico del semanario humorístico «El Independiente», asombró a los lugareños con la larga y flotante chalina blanca que llevaba siempre anudada al cuello y que, suponemos, terminó inmaculada tras incontables aventuras (literarias).

Un año después, los boquiabiertos eran los gijoneses, ante el aspecto bohemio del pintor, con su «melena florentina» y sus anchos cuellos y corbatas, ¡y los chalecos de colores!, comprados en París y Florencia, bajo un severo traje negro.

Y el rostro, siempre cambiante: «con bigotes, sin bigotes, con patillas, sin patillas, con barba, con sotabarba. Mudanza parecida reinaba en mi interior hasta que amaneció un día con la visión clarísima del camino que me estaba destinado», reflexionaba Valle en 1925, ya bien afeitado. Aunque su imagen debía de funcionar en aquellos años mozos, cuando violinistas rusas se le «desmayaban en el estudio, para luego verse pálidas en el espejo de mis ojos».

Con más de setenta años, a Evaristo todavía le gustaba el verse bien. Cuenta Enrique Lafuente Ferrari que cuidaba su figura e, inconscientemente, trataba siempre de componer su tipo: «Cuidaba sobre todo su cabeza, realmente llena de carácter […]. Cuando estaba enfermo advertía siempre que no le cortasen el pelo; esta preocupación le obsesionaba».

Fotografía: Alfonso Inauguración de la exposición de pinturas de Evaristo Valle en el Palacio de Bibliotecas y Museos Nacionales, Madrid, 7 de junio de 1922 De izquierda a derecha: Cristóbal Ruiz (pintor); Ricardo Marín (dibujante); Aurelio Arteta (pintor); José Gutiérrez Solana (pintor); José Francés (crítico de arte); Ángel Vegue (crítico de arte); Evaristo Valle; Javier Winthuysen (pintor y paisajista); Mariano Benlliure (escultor); Eduardo Chicharro (pintor); Enrique de Mesa (crítico de arte)


III. El menú.

Con ese porte, cuando Valle entre en la sala donde se celebre su banquete de 150 cumpleaños, quizá no estaría mal cantarle, como hicieron sus compañeros de la parisina litografía Camus en su primer día de trabajo en 1898 el «Vals del Caballero de Gracia» de la zarzuela La Gran Vía, de Federico Chueca y Joaquín Valverde Durán, revista muy de moda entonces en toda Europa: «Caballero de Gracia me llaman / y efectivamente soy así, / pues sabido es que a mi me conoce / por mis ocurrencias todo Madrid». Nadie podrá decir que Valle no tuvo ocurrencias célebres. Sí, también en Madrid. Allí en 1902 se le metió en la cabeza dedicarse únicamente a ser pintor.

Para componer el menú de esta comida, existen varios modelos en los que inspirarse. En junio 1922, en un almuerzo en su honor con motivo de la exposición que Evaristo celebró en el Palacio de Bibliotecas y Museos de Madrid, la intelectualidad artística y literaria de la Corte disfrutó de entremeses variados, paella, merluza con salsa a la mayonesa, rosbif con patatas gratinadas, ensalada, postres, helados, café y licores.

Con ocasión de otra muestra, en diciembre de 1924, la colonia española en la capital británica organizó en el Centro Español de Londres una comida para el pintor compuesta de sopa clásica española, cocido a la norteña, tarta Valle y moka. Y en enero de 1925, fue el Casino de Gijón quien le ofreció una cena con huevos Washington, mero a la londinense, rodaballo al horno, pichones a la polaca, postres ingleses, frutas y quesos.

Para la tarta, bien podría servir de inspiración la que le sirvió un tabernero de Cangas de Narcea afincado en Londres: «un adornado pastel de frutas […], con un alado y dorado angelito, con un pie en el aire como si bailara y con el otro posado sobre una gran pera en dulce que chorreaba almíbar, que me hizo recordar las tartas de mi infancia que con tanto primor elaboraba la Casilda –confitería gijonesa que ya pertenece a la leyenda–». La tarta ha de ser lo suficientemente grande para que quepan 150 velas.

Anótese que, fuera de menú, Valle disfrutaba especialmente con la cerveza tipo bock y los dobles de cerveza, el champagne, el coñac, las galletas y el chocolate. Estos datos pueden ser interesantes también para el apartado «regalos».

Y tras el banquete, una pequeña siesta. No en vano, hay en la producción del autor toda una serie de ensueños y orgías de sobremesa al óleo y la acuarela surgidas de los vapores del champagne.

Anónimo Evaristo Valle y Cristóbal Ruiz e la Cité Belloni, París, c. 1909. Archivo Fundación Museo Evaristo Valle


IV. La fiesta.

En el verano de 1877, con cuatro años de edad, Evaristo fue testigo de cómo en el centro de su calle, la calle Corrida, se levantó un arco de triunfo para recibir al rey Alfonso XII. En 1929, a su regreso de Egipto (a donde viajó tan «verdaderamente» como a Marruecos en 1907), el periodista Adeflor le recomendaba hacer una entrada triunfal por la misma calle «montado en un elefante, o, por lo menos, en un camello, luciendo traje […] adquirido al pie de las pirámides, y tocándose la melena gris alborotada con un fez».

La calle Corrida era paso obligado para ir desde el estudio del pintor, sede de «épicas meriendas» al chigre La Selva, en la calle Salustio Regueral, que más de una vez Valle pensó como escenario de «una gran fiesta babilónica, con antorchas, bengalas, palmeras y alfombras». Lo malo es que La Selva no sobrevivió a la Guerra Civil.

Pero puede aprovecharse sin problemas el calendario actual de fiestas de prao del verano para rematar la jornada. Por ejemplo, las Fiestas del Carmen en Llantones, que terminan el 11 de julio. A Valle le gustaban las romerías, para pintarlas y vivirlas. En 1929, con motivo de las fiestas del Carmen de Cangas de Narcea «en la confusión de la fantástica verbena, perdí a todos mis amigos y me ví bailando, al son de un tambor, estrechado entre los brazos de una hermosísima vaqueira. Y yo le dije: ‘Bellísima vaqueira, dime, explícame, ¿cómo llegué hasta ti?’ Se echó a reír con la cara iluminada por un farolillo rojo, y al ver el fuego de sus ojos, exclamé: ‘¡Esto es París!…’ Y siguió riendo mientras decía: ‘Yo soy pastora, y allá arriba en el monte tengo una choza; ven conmigo, y en el alba te daré a beber el néctar de mis cabras…’ Abrí los ojos sobresaltado por los latidos de un corazón. Era el motor del auto […]».

Antonio, Juana, Maricana, María y Evaristo del Valle. Gijón, 30 de enero de 1879 Fotografía, José Bastida. Archivo Fundación Museo Evaristo Valle


V. Regalos.

¿Es fácil o difícil regalar algo a alguien que, como afirmaba Evaristo, tiene el don de ver la belleza en todas partes?: «Siempre amé lo horrible y los más bajos extremos de la sociedad. No porque descaradamente muestren la verdad, sino porque me estremece la emoción más pura y más santa cuando descubro belleza en un rincón despreciado, y siento un placer inmenso cuando veo que esta belleza sólo palpita para mi. En las más abandonadas y pobres corralizas de Asturias yo, en mis mejores días, vi el oro mismo de las coronas reales. Todo consiste en la luz, y en un buen deseo. Todo me gusta. Lo amo todo. Lo respeto todo. Dios me ha dado el poderoso don de poder verlo todo como yo quiero que sea».

Como regalo, Valle rechazaría las perlas y los diamantes, porque el elevado precio que alcanzan «se debe a la particularidad de que en ellos está fija, para siempre, la belleza de la cebolla y de la gota, dos cosas tan efímeras» y que ninguna joya puede en realidad igualar.

Así como el Arte era para él la maestría que logra eternizar esos momentos, las experiencias estéticas más insospechadas eran las que los fijaban en su memoria. Como la afición de su tía materna Carmen Fernández y Suárez Quirós, a quien: «le gustaba guardar en sus armarios todo aquello que, por uno u otro, le interesaba; hasta pedacitos de cinta y muñequitas de niña. Un día me llevó al cuarto de la sala y cuando abrió la puerta del armario me estremecí: porque creí que salía volando un gran pájaro invisible derramando perfume de sándalo».

¿Pero qué necesita realmente un artista de 150 años (y más en espíritu)? Pues que vayan a ver, a conocer, a revisitar y a disfrutar de la obra que él mismo dejó como obsequio a las generaciones venideras. Una exposición conmemorativa es una buena ocasión para ello.

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