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Nacho Blanes | Bertolt Brecht decía que había que luchar contra la emotividad en el teatro. Por eso fue (y es) tildado de que el teatro que llevaba a cabo, el Teatro Político, era frío, sin sentimientos.

Da igual que se explique una y mil veces que las situaciones, por sí mismas, pueden contener emociones mil veces más potentes que las escenas más sensibleras que nos podamos encontrar en cualquier sala de teatro o de cine. Brecht no luchaba contra la emoción, ya que esta es consustancial al ser humano y el teatro o el cine no hacen más que extrapolar, analizar o trasladar una situación que se encuentre en nuestro día a día a las tablas o aprisionarla dentro de un carrete de celuloide. Pensaba que la realidad era ya lo suficientemente rica como para tener la necesidad de llevar al límite esas situaciones. No hace falta poner a dos personas en mitad de un océano helado encima de una tabla y que una tenga que morir para que los sentimientos que llevamos dentro afloren. Lo que para unos es una agitación de ánimo para otros es ridiculez.

¿Qué mecanismos actúan en nosotros para que reconozcamos que una situación es digna de soltar una lágrima al aire y otra no? ¿Por qué nos revolvemos en nuestro sillón y echamos mano del pañuelo cuando Clint Eastwood en Los puentes de Madison, empapado bajo la lluvia, ve cómo su breve amante no puede dejar una vida acomodada para irse con él mientras una melancólica música nos envuelve suavemente? ¿Por qué no lo hacemos igualmente cuando leemos Odio a los indiferentes? ¿Acaso, para conmover, es obligatorio que utilicemos voces acomodadas con un timbre lacrimógeno? ¿Solo siendo Scarlett O’Hara gritando con una afectada voz ¡A Dios pongo por testigo que jamás volveré a pasar hambre! podemos conmover a los espectadores? Nos han malacostumbrado, nos han domado los verdaderos sentimientos. Nadie habla como Scarlett O’Hara, nadie espera a nadie bajo la lluvia mientras tiene una banda sonora a sus espaldas. La realidad es otra cosa, es lo que vivimos, las circunstancias que nos van pasando. Esto último es lo que hace que algo sea más emotivo que otra cosa. Y Brecht lo sabía.

He de reconocer dos cosas: la primera, no lograba entender en este aspecto del todo al dramaturgo alemán. La segunda, que esta mañana he llorado. Varias lágrimas han rodado por mis mejillas mientras veía a una mujer recitar una lista de nombres con un sonido monocorde. No había mucha emoción en sus palabras, pero no importaba. La situación era lo suficientemente potente como para mandar al cubo de la basura a Los puentes de Madison, Lo que el viento se llevó, Titanic y hasta a la mismísima El diario de Noah.

  • Juan Rodríguez Tirado, Enrique Rodríguez Rodríguez, Juan Rodríguez Rodríguez, Pascual Rodríguez Rodríguez, Francisca Rodríguez Rodríguez…

Allí estaba una mujer de pelo cano, sola como su pena, haciendo frente al fascismo patrio. Y humillándolo como durante casi un siglo le hicieran a sus familiares. Amparados en la noche como las alimañas, los escasos defensores del asesino más repugnante de nuestra historia más cercana se dieron cita en la puerta de la basílica de la Macarena para saludar a Queipo de Llano, quien tuvo a bien fusilar a quien se le pusiera por delante y que hasta este mismo años ha tenido el amparo del estamento eclesiástico para que sus huesos no fueran a parar a un triste cementerio.

Paqui Maqueda, la mujer que simboliza el orgullo y la dignidad de todas las víctimas del franquismo y sus descendientes soportaba la violencia de contemplar a quien rendía homenaje a un asesino, la injusticia que todavía vivimos en este país, aguantaba estoica sin chillar. No le ha hecho falta poner afectadas voces ni acomodadas poses. Nuestras vidas, nuestras circunstancias, nuestro pasado no necesitan de estos ademanes.

Brecht tenía razón, el contexto en el que vivimos está lo suficientemente pleno de sentimientos como para falsearlo con vidas ficticias, emotivas, engoladas y de papel cuché. No nos dejemos engañar por cines y teatros influenciados por ideologías dominantes.

Honor y gloria a las víctimas del fascismo. Honor y Gloria a Paqui Maqueda.

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