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LAS CUENTAS…

Deshacerse.
Confundirse en la nada.
Tomar las medidas del folio en blanco
y abarcarlo en sus cuatro costados.
Abrazar las esquinas,
tocar con la punta de los dedos
la tinta imaginaria de un círculo
que se convierte en un punto rojo.
El cielo se ha llenado de líneas blancas
y cada una de ellas es una historia
que se cruza con la sombra de las nubes,
con el recuerdo de sombras del silencio.
Amanece y todo comienza a repetirse.
Un día más para deshacerse
en el cuadriculado ritmo de las horas,
la previsible alevosía del despertador,
la monótona y certera alarma del móvil.

Deshacerse una vez más en la duda,
una vez más en la noticia que golpea la radio
con el ritmo anunciado de las agencias.
Deshacerse al ritmo de los torrentes
que bañan de nostalgia nuestros rostros.

Una nueva línea en el cielo
y todo es azul en el fondo,
por más que sea un folio en blanco,
por más que sea el verde de un compromiso
o el rojo de una nueva circunstancia.
Y poco a poco las líneas del cielo desaparecen
y solo queda el brillo azul del amanecer.
Y poco a poco las historias van perdiendo color
y los diálogos comienzan a ser monosílabos.
Poco a poco todo parece comenzar.
Como este amanecer. Este nuevo amanecer.

Deshacerse nada más abrir los ojos.
Olvidar tantas historias que nos habitan,
tantos personajes que desean tener nuestra sonrisa.
Miradas que nunca serán ya las nuestras,
manos tendidas que nunca nos salvarán,
enlazadas manos de las que ya no me acuerdo.
Imaginar trece razones para decirte adiós
y terminar por abrir el ordenador silencioso
y escribir, una vez más, un te-quiero.

Una nueva línea blanca en el cielo azul.
Una nueva línea que, poco a poco, va desapareciendo
hasta convertirse en un punto lejano.
El centro de la pupila de un sueño.
Una de esas historias que me contaste de niño,
una de esas ilusiones que siendo niños nos creímos.
Una de esas palabras de niño que coronan
nuestra frente, esa frente que no ha dejado de crecer.

Deshacerse.
Amanecer.
Saber que este nuevo día será igual que el de ayer,
por más que se llene de nuevas palabras,
de citas convertidas en un gris recuerdo,
en una nueva historia que otros vivirán
ahora que se van convirtiendo en literatura,
en palabras que no conocen el tacto del tiempo
a medida que tú vas resucitando en estos versos.

Estoy condenado al recuerdo,
a recordar una y otra vez, una y otra vez,
a inventarme una y otra vez, una y otra vez,
las historias que me contaste siendo niño.
Esas que voy convirtiendo en versos y literatura,
esas que me devuelven la vida al amanecer,
tan falsas, tan necesarias como tus recuerdos.

Deshacerse.
Comenzar a vivir en la tinta de la escritura.
Sentir, una y otra vez, que esto es la vida:
un volver a recordar lo que nunca hemos vivido.

José Manuel Lucía Megías



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