[ad_1]

El periodista Augusto Góngora y la actriz Paulina Urrutia en un fotograma del documental 'La memoria infinita'.
El periodista Augusto Góngora y la actriz Paulina Urrutia en un fotograma del documental ‘La memoria infinita’.MTV Documentary Films

La palabra memoria tiene un significado especial en América Latina. Su sola mención es suficiente para traer al presente a estudiantes, ciudadanos y escritores que vivieron los años más duros de las dictaduras militares en la región. Memoria es luchar contra el olvido. La memoria infinita, el nuevo documental de la chilena Maite Alberdi, va un poco sobre eso. También se ocupa de la historia en minúsculas, de la que ocurre bajo un techo en la intimidad de una pareja que se ama.

La memoria infinita llega a las pantallas chilenas en un momento especial. El país recuerda medio siglo del golpe de Augusto Pinochet para derrocar a Salvador Allende en septiembre de 1973. El momento ha hecho que la cinta tenga una gran acogida. El jueves, en su primer día de proyección, fue visto por unas 6.000 personas, convirtiéndose en el mejor lanzamiento de un documental chileno.

Augusto Góngora, uno de los personajes del documental, vivió aquellos años de dictadura e intentó algo difícil, informar en tiempos de escasa libertad. El periodista, desde Teleanálisis, un programa televisivo opositor, transmitió por cinco años a su audiencia el pulso real de los chilenos. Lo hizo con micrófono en mano, visitando pueblos y barriadas. Después tuvo una exitosa y larga carrera encabezando programas culturales emitidos en la televisión local.

Góngora fue diagnosticado con alzhéimer en 2014, cuando tenía 62 años. El documental lo acompaña en los años recientes junto a su esposa, Paulina Urrutia, una actriz de teatro que fue ministra de Cultura en el primer Gobierno de Michelle Bachelet. El matrimonio fue un amor de madurez, de esos que inician para no terminar. Desde 1997, la pareja se convirtió en una de las más célebres del mundo cultural local.

Cuando Alberdi se acercó a ellos para proponerles un retrato íntimo de su convivencia con la enfermedad, Urrutia le respondió con un no tajante. Góngora, en cambio, sorprendió a su mujer accediendo a la propuesta de la cineasta. Después de haber puesto durante décadas al frente de una cámara la vida de muchos, el periodista estaba dispuesto a ser el sujeto de estudio. Urrutia, acostumbrada a encarnar a diversos personajes para la audiencia, debió ser ella misma en un rol tan conmovedor como complejo.

¿Qué puede ser peor para un periodista que perder la memoria? La cámara de Alberdi —y la de Urrutia, ya que ella también es la encargada de filmar mucho de lo que sucede bajo su techo— captura este tormento de baja intensidad. En manos de la directora, quien estuvo nominada al Oscar por El agente topo, la crisis nunca es estridente. Se convierte en un relato melancólico de pareja y en un diario de la debacle lleno de ternura y humanidad. “Sin memoria no hay identidad”, lee Paulina en un momento de la película de una dedicatoria que Augusto le escribió en un libro regalado en los primeros días del cortejo. Y eso, en esencia, es La memoria infinita. No solo una reflexión de la identidad de un país, sino de uno mismo.

Alberdi visitó Los Ángeles hace algunos días para el estreno de la película en Estados Unidos. A pesar del peso que tiene la memoria histórica de Chile, la cinta ha tenido una gran recepción en este país. A inicios de este año, se estrenó en el festival de cine independiente de Sundance. Allí se llevó el premio a mejor documental y la cadena MTV compró los derechos para distribuirla. No se pierde la ironía de que un canal musical y de realities para las audiencias más juveniles haya apostado por un documental de una pareja mayor cuyo ritmo se asemeja a una lenta danza de una balada.

A la muestra en Sundance le ha seguido una estela de excelentes reseñas que destacan el cuidado y la empatía con la que Alberdi ha mostrado a sus personajes. En sus manos, entre la tristeza hay espacio para la esperanza. Y la vejez hay siempre dignidad, algo que ya había mostrado en su película anterior, donde un señor mayor entra a un asilo de ancianos haciéndose pasar como detective privado.

La directora admitía hace algunos días que esta sería otra película de no haber sido por la pandemia. El coronavirus hizo que los dos personajes, unidos por un vínculo de más de 20 años, estuvieran aún más juntos. La película arranca con una de las rutinas de la pareja. Paulina debía recordarle a Augusto por las mañanas quién era él y que ella era su esposa. Era una tarea de amor para reforzar la memoria. Y esos son los mejores atributos de este documental, que tiene tanta cabeza como corazón.

[ad_2]

Source link