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Susana Santamarina Montila (Mieres, 1968) estudió Medicina en la Universidad de Oviedo. Especialista en psiquiatría, ha ejercido esta disciplina durante más de veinte años y otros siete los ha dedicado a la gestión sanitaria. Actualmente es responsable de la unidad de hospitalización de psiquiatría del Hospital Universitario Central de Asturias (HUCA). Está en posesión de dos máster en el ámbito de la gestión y otros dos en el ámbito clínico. Dos credenciales personales: le encantan los retos y «mi familia, mis amigos, el deporte y viajar dan equilibrio a mi vida».  

–¿Qué le esta sucediendo a la salud mental de nuestra sociedad?

–A tenor de los indicadores y datos de los que disponemos, nuestra sociedad da signos de estar en una situación de mala salud mental.

–¿Indicadores que considera más significativos?

–Consumo de alcohol y tóxicos, número de personas que padecen ansiedad y depresión, consumo de alcohol y psicofármacos, conductas autolíticas y autolesiones… Son indicadores que han venido incrementándose sistemáticamente durante los últimos años. En el momento actual, el sistema de atención a la salud mental, sobre todo en las áreas más pobladas, muestra signos de cansancio y agotamiento.

–¿El origen de todo esto?

–Sostengo que esta epidemia de trastornos mentales es más el resultado de una dinámica social compleja que se ha venido gestando durante las últimas décadas, por lo que los remedios no siempre vamos a encontrarlos en el sillón del psiquiatra.

–¿Cuál es el talón de Aquiles que nos hace más vulnerables que antaño? 

–Son múltiples las causas que nos han llevado hasta la situación actual. En primer lugar, las sucesivas crisis económicas y la progresiva precarización del empleo conducen a muchos ciudadanos a una situación de exclusión, al quedar fuera o en los limites de una sociedad que te asigna valor en la medida en que eres capaz de producir. Por otra parte, observamos una progresiva pérdida del valor protector que clásicamente ha tenido la familia. 

–¿En qué sentido?

–Tenemos cambios tanto en términos cuantitativos, con menos familias y más personas que viven solas y aisladas, como cualitativos, con familias que o bien disponen de poco tiempo para dar un cuidado de calidad a su hijos y mayores o directamente se ven sobrepasadas, desorientadas y con pocos conocimientos para gestionar las educación emocional y afectiva de sus hijos. El equilibrio emocional de un adulto es heredero de estos primeros procesos de crianza. Una estructura familiar sana es la base para desarrollar ciudadanos sanos. 

–La familia ha cambiado…

–Por ahí va la tercera causa. Hay varios cambios, con la sustitución de valores de transcendencia por la inmediatez; de la templanza y la demora de la satisfacción por la búsqueda del felicidad; de la solidaridad y la generosidad por el individualismo competitivo… Todo esto genera desprotección, vacío existencial y aislamiento. En este contexto, es muy sencillo que el malestar y trastornos mentales se abran camino  

–¿Qué les esta ocurriendo a los mas jóvenes? 

–Se estima que hasta el 64 por ciento de los jóvenes de entre 18 y 24 años están en riesgo de depresión. Contribuyen a esta situación múltiples factores externos, entre ellos la falta de perspectivas laborales, económicas y educativas, así como la soledad y del aislamiento social que, paradójicamente, padecen muchos de nuestros jóvenes en la era de las redes sociales.

–Educar a los hijos es ahora muy complejo.

–Su cerebro cognitivo ha crecido poderosamente por la influencia de la educación y la estimulación constante, pero el desarrollo emocional es testarudo y la gestión de las emociones crece a la misma velocidad que la de nuestros antepasados más remotos. El resultado es que tenemos un bebé conduciendo un Ferrari de altas prestaciones. Por lo tanto, la probabilidad de choque afectivo es elevada.

–¿Las redes sociales?

–Las redes sociales se han convertido en un espacio para la construcción de relaciones interpersonales y, por tanto, actúan configurando nuestra propia identidad, nuestro desarrollo emocional y psicosocial y nuestro esquema del mundo. Ser adolescente siempre ha sido difícil, pero las presiones de los jóvenes conectados a las redes no tienen parangón. Las redes sociales pueden aportar beneficios y ventajas, pero también efectos adversos. Los estudios publicados nos muestran que tres de cada cinco jóvenes afirman que el uso de redes les provoca sentimientos de ansiedad. Las imágenes poco realistas que nos ofrecen pueden ser fuente de baja autoestima y desesperanza. Mención aparte merece el ciberacoso. Algunos estudios señalan que hasta siete de cada diez jóvenes lo han sufrido, y ante estos números solo podemos estar muy preocupado y comprometidos como sociedad para buscar soluciones en el corto plazo.

–¿Cómo puede entenderse que los jóvenes se hallen tan incomodos en una sociedad que parece construirse a su medida? 

–Nuestros ciudadanos más jóvenes han sido educados contemplando una sociedad rica y con elevados niveles de bienestar. Pero han disfrutado de ello de una forma pasiva, sin participar en su construcción y sin que sus necesidades reales hayan sido tenidas en cuenta. Sobre todo, las necesidades que ayudan a construir personas equilibradas y resilientes. No parece que nuestra sociedad haya tomado un compromiso con nuestros jóvenes para entregarles un mundo igual o mejor del que nosotros recibimos. Nuestro cerebro tolera mal tanta incertidumbre en relación al futuro y, de forma secundaria, aparece la angustia y la desesperanza y, en el otro extremo, la competitividad y el individualismo feroz.

–¿Por qué Asturias lidera el consumo de psicofármacos a nivel nacional? 

–España lidera el consumo de psicofármacos en Europa, y Asturias no se escapa a esta tendencia. Fenómenos como la creciente medicalización de nuestra sociedad y, en Asturias, los mayores índices de envejecimiento pueden explicar parte de este fenómeno. El consumo de psicofármacos se ha convertido en la primera adicción de nuestra población. Si bien las tasas de ansiedad y depresión pueden ser algo más altas en nuestra comunidad autónoma, nuestra impresión es que se están prescribiendo más de los necesarios y que este hecho se ha acentuado tras la pandemia. En ausencia de tiempo suficiente para tratar a los pacientes, el recurso farmacológico se convierte en la primera herramienta para resolver el dolor emocional. Especialmente grave es el uso de ansiolíticos en la población mayor, hasta el punto de que la población de más de 65 años consume más de la cuarta parte de ansiolíticos y relajantes. Este alto consumol de psicofármacos está detrás de un alto porcentaje de caídas que afectan a la población geriátrica. Por resumir, la solución farmacológica ayuda a maquillar el malestar y los trastornos emocionales derivados de la falta de soporte social y de la soledad.

–¿Las mujeres son mas vulnerables o simplemente más propensas a pedir ayuda? 

–Si bien es cierto que las mujeres tienen menos prejuicios para solicitar ayuda emocional, la verdad es que la condición de mujer se asocia a una peor salud mental. Como anécdota, es conocido que el matrimonio es un factor protector para el varón y un factor de riesgo para las mujer. Las variables de genero modifican nuestro perfil de enfermar. Desde el punto de vista biológico, el género femenino no tiene por qué condicionar una peor salud mental, pero los determinantes sociales de la salud sí pueden operar de forma protectora o como un riesgo, en función del genero. 

–¿Qué les sucede a los hombres?

–También padecen trastornos mentales, a veces más graves, pero para los que suelen pedir ayuda tarde. Ocultan el malestar por temor a ser considerados débiles, a menudo bajo el consumo de alcohol y drogas que amplifican y agravan el pronóstico. De hecho, la tasa de suicidios consumados es mucho mayor en varones que en mujeres. 

–¿Cómo ve la situación del consumo de drogas?

–Preocupante. Asturias siempre ha tenido el dudoso honor de liderar el consumo de alcohol y otras drogas a nivel nacional, incluso en las personas más jóvenes. La posibilidad de recibir la ayuda necesaria nuevamente tiene sesgos. El éxito de los tratamientos dependerá en gran medida no solo del estado físico, sino también del estado psicológico y social. Las mujeres están en clara desventaja respecto a los hombres por su peor posición socioeconómica. Por otra parte, el volumen de recursos que dedicamos a los programas de adicciones son históricamente menores, lo que unido a la tendencia a ocultar la enfermedad y a la gran tolerancia social para el abuso de tóxicos hace que este se haya convertido en uno de los primeros problemas de salud de nuestra comunidad autónoma. Además de los problemas con el alcohol, son especialmente preocupantes el uso y la valoración social positiva hacia el consumo de cannabis entre los jóvenes y no tan jóvenes, teniendo en cuenta los efectos tan nocivos que tiene sobre el equilibrio mental, por ejemplo para desarrollar psicosis. 

–¿Aumenta realmente la propensión a la conducta suicida? 

–La conducta suicida es un fenómeno complejo y multifactorial, y muchos de su determinantes operan desde fuera del espacio de salud. Sin embargo, conocemos muchos de los factores de riesgo que modifican este comportamiento. Algunos de ellos viene determinados desde el punto de vista biológico y genético, pero otros muchos van a depender de la estructura y el comportamiento social dominante. 

–¿Qué tipo de comportamientos?

–Estamos observando que los trastornos depresivos, de ansiedad y adictivos, que son las enfermedades más vinculadas a nuestro estilo de vida, han venido incrementándose. Que las situaciones de violencia y las relaciones conflictivas en el entorno familiar y social están a la orden del día. Que tenemos un porcentaje de población en situaciones de aislamiento y falta de apoyo social… Y si nuestra sociedad no es capaz de ofrecer un horizonte de certidumbre financiera y social para todos, es razonable pensar que la conducta suicida pueda verse aumentada.

–Si un lector tiene cerca una persona con síntomas depresivos, ¿qué actitud debe adoptar? 

–En primer lugar, invitar a compartir esos sentimientos dolorosos. A menudo, los síntomas depresivos surgen y se agravan en situaciones de soledad. Poder compartir estos sentimientos universales permite una ventilación emocional reparadora. 

–¿Qué se les debe decir o no decir?

–Hay que evitar el dar soluciones fáciles, como «tú lo que tienes que hacer es…». La depresión condena al paciente a un estado de impotencia, de apatía y de falta de motivación que le impide seguir esos consejos, a menudo desafortunados, de forma que se siente aún más frustrado, inútil, aislado y estigmatizado. En el caso de que se observen signos claros de depresión, es útil animar y acompañar a una consulta con un profesional de la salud, y de forma urgente si existe idea de autolesionarse.

–¿Nuestro problema es el «lo quiero todo y lo quiero ahora»?

–Así es. La visión laica de la felicidad que impera en nuestra cultura exige que esta llegue de inmediato. Este fenómeno se ha acelerado en nuestra sociedad: el consumo masivo de bienes y servicios se convierte en uno de los elementos directos de satisfacción y en el pilar de un supuesto bienestar. La espera nos genera incomodidad y crispación. Demorar la gratificación a un espacio futuro y proyectarnos sanamente en el presente es una asignatura pendiente.

–¿Le falta a nuestra sociedad una educación sobre la adversidad?

–No es que falte educación, es que nuestra sociedad vive de espaldas a la adversidad como si fuese una anomalía cósmica. A menudo, los pacientes se preguntan: «¿Por qué me ha tenido que ocurrir esto a mí?». Cualquier acontecimiento vital desborda la capacidad de contención emocional y acaba buscando una solución en el espacio sanitario. No podemos olvidar algo muy importante: el afán constante de superación de las adversidades es lo que ha llevado a nuestra especie a alcanzar los actuales niveles de bienestar y conocimiento. Sin adversidad no hay crecimiento ni mejora.  

–»La epidemia de narcisismo» es el título de un libro de los estadounidenses Jean M. Twenge y W. Keit Campbell. ¿Existe tal epidemia?  

–Yo no diría tanto como pandemia. Personas narcisistas siempre las ha habido, pero sí es cierto que globalmente somos una sociedad más narcisista. Nuestra generación y las previas fuimos educados en una cultura del esfuerzo, la disciplina, la tenacidad y el aplazamiento de la recompensa. La educación en estos valores te hace más resiliente y más capaz de alcanzar tus objetivos. Por tanto, secundariamente, la autoestima se ve reforzada a través de la consecución de tus logros. En una persona narcisista, la autoestima está elevada, pero no se alimenta de una cultura de esfuerzo, disciplina y altruismo, sino que se sustenta en un supuesto merecimiento gratuito. 

–¿Y universal…?

–Sí, porque no depende de los actos, sino del simple estar en el mundo. Esta corriente de autoestima «low cost» abrió la puerta a la irresponsabilidad personal, una de las características que identifica a los narcisistas. También es cierto que de nada sirve educar en la cultura del esfuerzo si después no existe un escenario de oportunidades. 

–Pese a todo lo dicho…

–Pese a todo lo dicho, y afortunadamente, muchas de las variables que influyen en nuestra salud mental son modificables y todos somos corresponsables en la creación de espacios de vida buenos y saludables. Somos humanos porque obtenemos nuestra fuente principal de bienestar en la interrelación con el otro. Así que cada uno de nosotros, en nuestro ámbito de influencia, puede aportar mucha salud practicando el cuidado, la bondad y la solidaridad, el reconocimiento y el respeto hacia el otro… 

–El entorno, a veces, ayuda poco…

–Cierto, pero con una cultura del esfuerzo, y con estos valores firmemente integrados en todos los ámbitos de nuestra vida y secundados por el compromiso de los poderes públicos para atajar las situaciones de desigualdad, violencia e incertidumbre, habremos dado un gran paso para contribuir a la salud mental de nuestra sociedad.

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