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El sábado 12 de noviembre la Comisión Ambiental de la Megalópolis (CAMe) declaró contingencia ambiental por ozono en la capital, la cual continúa el día de hoy, lunes 14 de noviembre.
Las temperaturas más altas de la media estacional –a causa del cambio climático– y las demás condiciones atmosféricas reportadas en los comunicados de prensa indican la causa de la imposibilidad de la dispersión de los contaminantes atmosféricos, sin embargo, la razón del porque estamos nuevamente en contingencia ambiental es porque no hemos disminuido la emisión de gases contaminantes.
La nueva normalidad está contaminada
Antes de la pandemia tuvimos contingencias muy frecuentes y largas, sobre todo en primavera (por ejemplo, en mayo de 2019) y se destacó el efecto dañino de la contaminación en la salud. Durante la pandemia, cuando las actividades económicas se tuvieron que reducir la contaminación disminuyó, pero al retomar las actividades presenciales y la producción industrial, la contaminación volvió a subir y a afectar nuestras vidas y nuestra salud.
La pandemia de Covid-19 nos enseñó que las crisis se tienen que enfrentar colectivamente, e, idealmente, tendríamos que aprender de ellas. Entre las recomendaciones de la CAMe se puede leer “Facilitar y continuar el trabajo a distancia y realizar compras y trámites en línea para reducir viajes”, –actividades que aprendimos en la pandemia y que podrían ayudarnos a disminuir la contaminación–. Sin embargo, no podemos limitar la respuesta a la crisis socioambiental a recomendaciones que se hagan a las y los ciudadanos, sin promover cambios estructurales que permitan actuar colectivamente y sin perjudicar a las personas más vulnerables. De hecho, la insistencia en el cambio de hábitos individuales es criticado por movimientos sociales y ciudadanos, sobre todo porque no es acompañado por un esfuerzo a nivel institucional. Por ejemplo, entre las (muchas) críticas a la actual COP27 que circularon en redes sociales, hay mapas del transporte aéreo a Egipto acompañadas con frases como “Han ido 800 jets privados a Egipto a decirte que tú vayas en bicicleta al trabajo, que te estás cargando el planeta”.
Las contingencias ambientales son el resultado de un sistema de desarrollo que es insostenible tanto ambiental como socialmente, siendo caracterizado por injusticias y desigualdad. El pasado viernes, 11 de noviembre, en la mesa plenaria del Congreso Nacional de Ciencias Sociales se platicó de las dimensione sociales de la crisis ambiental (vídeo), y se destacó la importancia de comprender las respuestas sociales a la crisis, para poder construir alternativas.
La inercia social y la eco parálisis
Las ciencias sociales, y en particular la sociología y la psicología, están contribuyendo a comprender cómo y por qué no estamos siendo capaces, como sociedades e individuos, a responder de manera eficaz a la crisis socioambiental.
Por un lado, se habla de inercia social cuando se observan comportamientos –a nivel micro, meso y macro– que reproducen viejos patrones, como si no hubiera crisis. Esta respuesta se puede resumir en la actitud del business as usual, e implica seguir con el mismo sistema de producción industrial, con los mismos patrones de consumo, y con los mismos hábitos y cultura. La inercia social se basa en seguir actuando sin poner en discusión el modelo de desarrollo y sus efectos de en el medio ambiente y la salud humana y de los ecosistemas.
La idea que legitima la inercia social es la denominada TINA, acrónimo que en ingles significa “There is no Alternative”, no hay alternativa. La TINA fue la idea promovida por el neoliberalismo, desde los años setenta y ochenta, y está tan radicada en la cultura dominante que induce a pensar que es más probable -y deseable- el fin del mundo que al fin del capitalismo. Esto se refleja en que las muchas películas, libros, y otros productos culturales, que tratan de futuros postapocalípticos, y en los escasos ejemplos que muestran alternativas al colapso del planeta y las sociedades (un ejemplo, en inglés, en este sentido es este concurso de cuentos para todas las edades).
La inercia social, promueve el seguir adelante sin hacerse preguntas y sin poner en discusión cómo estamos avanzando como sociedades. Enseña a aceptar lo inevitable.
Esta respuesta también se apoya en formas de negación del problema, que podemos ver reflejadas en la creencia de que la contaminación y el cambio climático no son TAN peligrosos, o que no nos van a hacer daño en el breve periodo, que solo afectan a los más vulnerables, o solo es problema de otros países o realidades, y de todos modos con un poco de lluvia o viento se resuelve, y mientras nos ponemos colirio.
La inercia social es un mecanismo muy complejo –que las ciencias sociales tendríamos que comprender más en profundidad– que obstaculiza cualquier cambio que se promueva para construir sociedades con una huella ecológica inferior a la actual, y ofrece argumentos a las personas para no sentirse culpables y seguir con el mismo estilo de vida.
A pesar de que la inercia social es la respuesta dominante a la crisis socioambiental, los datos sobre percepción de los problemas muestran que la población está preocupada, por ejemplo, una encuesta internacional muestra que también en México el 68% está preocupado por el cambio climático. Sin embargo, muchas veces la sola preocupación no es suficiente para movilizarse, porque hay que tener capacidad de agencia, saber qué hacer, tener con quién organizarse, etc. También, la información sobre cambio climático genera emociones incómodas como miedo, culpa e impotencia que inhiben la respuesta al problema (Poma, 2018). La falta de respuestas en personas que perciben el problema se puede comprender gracias al concepto de eco parálisis que el sociólogo Glenn Albrecht, – autor del libro Earth Emotions: New Words for a New World (Cornell University Press, 2019)– definió como la incapacidad de actuar ante los desafíos ambientales debido a la percepción de que son intratables.
Todavía necesitamos estudiar mucho más estas respuestas para comprenderlas en profundidad donde estamos fallando como sociedad, y en este sentido las ciencias sociales son centrales para construir alternativas a la crisis socioambiental.
El activismo como motor de cambio
Desde el laboratorio sobre activismos y alternativas de base (www.lacab.org.mx) estamos promoviendo proyectos de investigación y formando a jóvenes investigadores para contribuir a comprender cómo desde las distintas formas de activismo se está contribuyendoa construir un mundo más justo y en armonía con la naturaleza.
Estudiar la experiencia y trayectoria de les activistas permite comprender como salir de la inercia social o superar la eco parálisis. También permite aprender cómo estas personas superan las emociones que paralizan a la mayoría, como el miedo o la impotencia, o conocer cómo superar o convivir con la culpa que se genera al vivir en un sistema económico y cultural en el cual es difícil poder actuar siempre en base a valores altruistas y biosféricos. Les activistas son centrales para comprender cómo construir alternativas porque han enfrentado muchas de las contradicciones o barreras que alimentan la eco parálisis, además de promover espacios o prácticas que pueden ayudar a otras personas a sumarse al esfuerzo de disminuir la huella ecológica de nuestra sociedad (lo cual implica esfuerzos a todos los niveles, no solo de la ciudadanía).
Estudiar el activismo permite también ver cómo el cambio no solo es difícil, sino que genera emociones agradables como satisfacción, orgullo, sentimientos de empoderamiento, o vínculos afectivos con otras personas afines. Muchos movimientos sociales a lo largo de la historia pusieron en evidencia la importancia de disfrutar de los procesos de cambio, así como de mostrar que un mundo menos desigual y más ecológico genera beneficios a nivel individual y social. Para poder enfrentar la crisis socioambiental necesitamos entonces enfrentar el miedo al cambio, más allá de buscar recetas y soluciones puntuales.
En la conferencia del viernes también se destacó que necesitamos un cambio cultural que acompañe los demás cambios, sean estructurales –del sistema de producción– o de conductas (desde repensar lo que comemos, cómo nos desplazamos o aplicar las tres erres: reducir, reciclar, reutilizar). Repensar y reconstruir la relación con la naturaleza es un paso necesario para poder enfrentar la emergencia socioambiental y climática, de la cual las contingencias ambientales e incluso las pandemias son una de las muchas expresiones. En este sentido empezar con poner en discusión la centralidad del ser humano (antropocentrismo) y valorar y respetar a las demás especies y la naturaleza, considerándolas unos habitantes más del planeta en lugar de recursos para nuestro desarrollo, sería un primer paso hacia una nueva forma de convivir con los demás seres vivientes. Promover el amor hacia las demás especies, y considerar inaceptable su sufrimiento, es parte también de un cambio cultural.
Este cambio ya se está dando, y podemos identificar rasgos de una nueva cultura en las experiencias de activistas y grupos. Sin embargo, se trata todavía de una cultura en la que se reconoce una minoría de la población, aunque importante y con la posibilidad de generar profundos impactos, y tenemos que pensar cómo poderla difundir.
En este sentido los movimientos sociales y les activistas desarrollan estrategias, que desde las ciencias sociales podemos contribuir a conocer, analizar y difundir.
Conclusiones
Para cerrar, esperamos que la conferencia del viernes (vídeo), así como otros esfuerzos que se están dando para platicar de crisis ambiental (https://fb.watch/gLXMKC_sdE/) contribuyan a multiplicar las reflexiones sobre estos temas para que les ciudadanes de la Ciudad de México, así como de otros lugares donde haya contingencias u otros efectos de la crisis socioambiental y climática, empezamos a considerar estos eventos no solo como una complicación pasajera a nuestra rutina, sino como un problema que nos afecta en primera persona.
La emergencia climática y ambiental es una amenaza para todas las especies y de nuestra respuesta a ella depende el futuro que vivirán las futuras generaciones de la especie humanas y las no humanas. Aunque tenemos que aceptar que hasta cierto punto somos parte del problema, lo más importante es tomar conciencia de que podemos ser la solución, y que muchas personas, grupos y organizaciones que están promoviendo formas de vida en armonía con las demás especies que priorizan la justica social y ambiental, para superar el actual modelo ecocida basado en desigualdad y explotación.
México es un país muy vulnerable por el cambio climático y se está observando un aumento de la temperatura más alta de otros países: https://www.gaceta.unam.mx/mexico-ya-rebaso-los-1-6-grados-de-aumento-en-la-temperatura/
https://www.gaceta.unam.mx/21-mil-muertes-al-ano-asociadas-a-la-contaminacion/
https://www.gaceta.unam.mx/ante-contingencia-tomar-precauciones/
Otras de las críticas se dirigieron a que la Coca Cola destacó entre los patrocinadores de la reunión, así como a la falta de derechos humanos y derechos de expresión en Egipto, donde se llevó a cabo la reunión.
Investigadora del Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM
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