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EL SUEÑO DE AISHA

Sabes que no hay reinos ni dueños.

Sueñas con girasoles que giran sin saña
sobre los campos plomizos de los hombres,
sobre esos campos acabados en lija
donde los cuervos con sus picos escarban
y extraen extrañas semillas de los cuerpos,
balas enterradas dentro de la carne,
de cadáveres anónimos.

Arde la sombra de un ciprés, un ciempiés
ulula al cruzar un río seco. Nada rompe
tu soñar, los girasoles girovagos
giran sobre la tierra que gira
en su melodía sobre sí misma.
Tú duermes el fuego del mediodía
y calcinas los cantos de todos los insectos.

Tan solo el chirriar de los tallos, perdido
el aleteo de pétalos soterrados en el barro,
muerta la memoria de lo que fuiste un día.

Pero tú sueñas, y respiras quieta
como una mujer de estaño,
y eres paz en la pesadilla,
corazón que arrojar contra los acorazados,
muerte para la guerra,
respiración que inyecta su motín
a los que giran sudorosos en sus camas:
cabizbajos girasoles ya marchitos.

Tú sueñas lo que ellos, sin reinos ni dueños,
soñar pudieran. Tú sueñas
para aquellos que los sueños son solo sueños;
para aquellos que año tras año sobreviven al daño
de este combate diario, profundamente despiertos.

(David Trashumante)


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