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París,

Dos décadas después de la antología que le brindara el Centre Pompidou, y nutriéndose de exposiciones temáticas recientes que han profundizando en aspectos pocos conocidos de su producción (en Antibes, Le Havre y Aix-en-Provence, en 2014 y 2018), el Musée d´Art Moderne de la Ville de París acoge una retrospectiva de Nicolas de Staël que cuenta con dos centenares de trabajos, entre pinturas, grabados, dibujos y cuadernos que han prestado fondos públicos y privados de Europa y Estados Unidos.

Junto a sus piezas casi icónicas, como Parque de los Príncipes, podremos ver trabajos menos conocidos y apenas expuestos; de hecho, aproximadamente una cuarta parte de las obras de la exposición nunca hasta ahora habían recalado en un museo francés. Cronológicamente dispuestas, repasan la evolución de su trayectoria desde sus primeros pasos figurativos hasta los dados en vísperas de su muerte prematura en 1955, pasando por sus lienzos matéricos y oscuros de los cuarenta. Esa andadura y las circunstancias históricas le llevaron de su San Petersburgo natal (de donde su familia tuvo que huir debido a la Revolución Rusa) a Polonia, Bruselas y París; residió también en Marruecos y Argelia, en Niza, de nuevo en París y finalmente en Antibes, donde terminó con su vida.

Su etapa fundamental de trabajo duró cerca de doce años, pero en ellos no dejó de explorar nuevos caminos, por la que él mismo calificó como una inevitable necesidad de romper con todo cuando la máquina parecía ir demasiado bien. Esas búsquedas constantes, la huida del afianzamiento, explican la riqueza y complejidad de su producción, en la que no podemos hablar de estéticas definidas: indiferente a las tendencias dominantes, alteraba intencionadamente las barreras entre figuración y abstracción y trataba de que su arte fuera cada vez más conciso y denso.

Tras su fallecimiento con solo 41 años, y una vida con mucho de trágica, se generó todo un mito popular en torno a su figura y su arte; esta exhibición no quiere descuidar la atención a esa dimensión más difundida, pero sobre todo quiere profundizar en las recientes investigaciones sobre su pintura y su gráfica; sobre su trabajo frente al paisaje o en la soledad de su taller. Quizá por su recuerdo del temprano exilio, Staël fue un gran viajero y se dejaba fascinar por los colores y luces de las visiones cotidianas: una mirada al mar, un partido de fútbol o la contemplación de fruta sobre una mesa.

Al igual que no dudaba en hacer virar sus estéticas, tampoco empleaba siempre las mismas herramientas, técnicas y formatos, que iban de pequeños tableautin a composiciones monumentales. Además, solía trabajar en varios lienzos de forma paralela, a partir de superposiciones y sucesivas alteraciones y empleando el dibujo en el proceso; una selección de trabajos sobre papel llama nuestra atención, en la exposición, sobre esa vertiente experimental de sus procedimientos y en ella nos permitirá adentrarnos aún más el documental Nicolas de Staël, La Peinture à vive, de François Lévy-Kuentz, que se proyecta constantemente en el Museo.

Nicolas de Staël. Fugue, 1951-1952. Washington, The Phillips Collection © ADAGP, Paris, 2023 The Phillips Collection, Washington, D.C. / Photo Walter Larrimore
Nicolas de Staël. Fugue, 1951-1952. Washington, The Phillips Collection © ADAGP, París, 2023 The Phillips Collection, Washington, D.C. / Photo Walter Larrimore

Hay que tener en cuenta que la producción de Stäel tiene como contexto fundamental el de una Francia de posguerra donde eran crudas las tensiones entre los partidarios de la abstracción y los defensores de la figuración; frente a esas rencillas, indiferente a ellas, este artista se negaba a etiquetarse, prefiriendo desarrollar su obra desde una perspectiva libre y personal y siempre sensible a lo que le rodeaba.

Viajes y encuentros marcaron sus años de formación. Estudió arte en Bruselas, pero trató rápidamente de ampliar sus horizontes: tras dos veranos viajando por el sur de Francia y España, recorrió durante un año Marruecos, donde conoció a Jeannine Guillou, pintora que se convertiría en su esposa. Trabajaba entonces mucho, con diligencia, destruyendo bastantes telas y dudando sobre el camino a seguir. Fue un periodo tan duro, en lo económico, como estimulante en lo creativo, y también marcado pronto por la guerra: sin patria, se unió a la Legión Extranjera en noviembre de 1939; desmovilizado en septiembre de 1940, vivió tres años en Niza y luego se trasladó a París. En 1942 su lenguaje se desplazó hacia la abstracción, que exploró en obras dominadas por tonos oscuros que Jeannine describiría como “incesantemente torturadas, repintadas, masacradas”.

Al final de la II Guerra Mundial, Staël expuso en la Galería Jeanne Bucher y su carrera se aceleró hasta el parón marcado, en 1946, por la trágica muerte de su mujer tras un aborto terapéutico.

Situada en las proximidades del parque Montsouris, la calle Gauguet se convertiría en 1947 en el punto de anclaje del pintor: el lugar donde este autor, que volvería a casarse, con Françoise Chapouton, encontraría un verdadero taller y un techo para su familia. Con sus ocho metros de superficie y sus techos altos, era, en palabras del crítico Patrick Waldberg, “como un pozo, una capilla y un granero”, por su “austera blancura y su atmósfera de intensa pero solitaria actividad”.

Apoyando sus lienzos contra la pared, Staël diseñaba varias obras al mismo tiempo, pasando del óleo a la tinta china y del lienzo al papel. A finales de los cuarenta, en este lugar inundado de luz, su paleta se iluminó y los colores oscuros de sus telas anteriores dieron paso a una forma de pintar menos violenta y más orgánica. Pese a aquella querencia por lo abstracto, y dando fe de lo lejos que se encontraba de encasillarse, aseguró que “las tendencias no figurativas no existen” y que “el pintor siempre necesitará tener ante sus ojos, cerca o lejos, la conmovedora fuente de inspiración que es el universo sensible”.

En 1950, podemos decir que su obra se hizo más densa: desarrolló masas más grandes y compactas sobre la superficie de los lienzos, meticulosos y de elaboración cada vez más lenta. Las pinturas parecen albergar su propia génesis: las capas de color se superponen, revelando en los bordes, de formas enigmáticas, otros colores subyacentes, como un secreto a medio revelar. Manejaba cepillos y cuchillos con fuerza y con un afán: hacerlo todo cada vez mejor y más sencillo.

Aunque formalmente abstractas, sus pinturas parecen habitadas por una presencia física del mundo. Ese año, el Musée National d’Art Moderne adquirió un primer cuadro suyo, mientras que Jacques Dubourg se convirtió oficialmente en su marchante y sus trabajos comenzaron a venderse en Estados Unidos.

Contempladas en retrospectiva, sus creaciones de 1951 parecen una reacción a las del año 1950, una puesta en juego de sus logros del año anterior. Tras la condensación, llegó la fragmentación: formas hechas de teselas de colores que remitían a mosaicos. Este nuevo vocabulario ofrece al artista una gran libertad: a veces recurría a su acumulación, a veces abría su pintura a una nueva espacialidad, casi aérea.

Las referencias al mundo exterior, latentes en las pinturas de 1950, emergen con mayor claridad: Staël, a pesar de las críticas, regresaba valientemente a la figuración y, a principios de 1952, una simple tesela, forma abstracta donde las haya, se convierte en una manzana, mientras que pequeños adoquines de color evocan de repente un ramo de flores. A su nuevo amigo René Char, para quien creó un conjunto de grabados en madera, le escribió: Me hiciste redescubrir inmediatamente la pasión que tenía, cuando era niño, por los grandes cielos, las hojas en otoño y toda la nostalgia del lenguaje directo.

Nicolas de Staël. Grande composition bleue, 1950-1951. Collection privée / Courtesy Applicat-Prazan, Paris © ADAGP, Paris, 2023 Courtesy Applicat-Prazan, París
Nicolas de Staël. Grande composition bleue, 1950-1951. Colección privada. Cortesía de Applicat-Prazan, Paris © ADAGP, París, 2023

Las referencias al mundo sensible se harían explícitas al año siguiente. Staël amplía en 1952 su campo visual, dejando a un lado el taller para disfrutar del paisaje y trabajar al aire libre. Entre la alegría y la urgencia, llevó a cabo más de doscientas cuarenta obras al aire libre, la mayoría en formatos pequeños o medianos y sobre cartón, desenvolviéndose directamente frente a la naturaleza, en Isla de Francia, Normandía y el sur. Cada lugar, cada región, generaba particulares impresiones y formas de hacer: si en Mantes-la-Jolie o Gentilly, el arte de Staël alcanzó un equilibrio entre observación y abstracción, en Le Lavandou, pintaba en la playa y se maravillaba ante la luz “voraz” y “deslumbrante” del sur, que le proporcionaba nuevas sensaciones. Explicaba: A fuerza de ser azul, el mar se vuelve rojo. En Normandía, sin embargo, sus paisajes se volvieron más atmosféricos, captando los sutiles matices del mar y el cielo.

En París, el 26 de marzo de ese año, asistió Staël al partido de fútbol Francia-Suecia en el Parque de los Príncipes; el cuadro magistral que derivó de ese encuentro se expuso en el Salón de Mayo y causó sensación. La atracción del artista por el paisaje se extiende a la fascinación por todo lo que constituye el espectáculo del mundo: como vemos, entre un concierto, un ballet y un partido de fútbol, ​​no establecía jerarquías, sino oportunidades para afrontar la vida como un juego de materiales coloridos y en movimiento.

El francés, que dibujaba incluso en la oscuridad de las salas de cine, estaba abierto constantemente a novedades visuales, táctiles y auditivas; ya en 1951 afirmó: El individuo que soy está hecho de todas las impresiones recibidas del mundo exterior desde y antes de mi nacimiento. Bajo esta mirada ultrasensible, un jardín adquiría el aspecto de un decorado teatral, mientras las botellas podían parecer bailarinas de ballet.

Nicolas de Staël. Paysage 1952. Colección privada. Cortesía de Applicat-Prazan, Paris © ADAGP, Paris, 2023
Nicolas de Staël. Paysage, 1952. Colección privada. Cortesía de Applicat-Prazan, Paris © ADAGP, Paris, 2023

Por consejo del citado René Char, en el verano de 1953 el pintor y su familia se instalaron en Lagnes, un pueblo cercano a Aviñón. Esa estancia en Provenza le llevaría a descubrir otra luz brillante, y se multiplicaron sus temas: retratos, desnudos, naturalezas muertas. La intensidad carnal de las sensaciones experimentadas junto a una nueva amante, Jeanne Polge, se traduciría ampliamente en sus telas, incluso en la textura de un mantel rosa colocado sobre una mesa.

El sur se le apareció como un paraíso de horizontes ilimitados, donde reconectar con los paisajes, los pequeños formatos, nuevas maneras de hacer y de captar la luz más cerca del mundo. Se fijó en las siluetas alineadas de los cipreses, los campos arados, las fachadas, un árbol rojo que en sí constituye una explosión lumínica. Confesaba encontrarse Staël, en estos lugares, conmovido hasta el mareo.

En agosto del mismo 1953, llevó a su familia de viaje a Italia, dirección Sicilia. Lo acompañó su esposa Françoise, embarazada de Gustave; sus hijos, Anne, Laurence y Jérôme; pero también Jeanne Polge y Ciska Grillet, amiga de René Char. Allí dibujó con rotulador las antiguas ruinas de Agrigento y Siracusa; en principio eran solo bocetos, las pinturas llegarían después, como ecos de esa experiencia. Lo había dicho tiempo antes: Nunca pintamos lo que vemos o creemos ver, pintamos con mil vibraciones el golpe recibido. Sería, por tanto, en Provenza, adonde regresó solo, donde llevó a cabo sus cuadros sicilianos, en los que su paleta ganó radicalidad y la composición se redujo a lo elemental.

Nicolas de Staël. Sicile, 1954. Musée de Grenoble
Nicolas de Staël. Sicile, 1954. Musée de Grenoble

1954 estuvo marcado para Staël por viajes constantes, siempre en busca de nuevas sensaciones. Aunque acababa de instalarse en Ménerbes, se desplazó a Uzès, Marsella, o incluso a Martigues, plasmando esas excursiones en dibujos y tablas. También regresó, en ocasiones, a su estudio parisino; fue un año muy fructífero, plagado de exhibiciones alabadas, en el que su obra se hizo más ligera, renunciando al espesor en favor de la fluidez, y dando cada vez mayor importancia al blanco.

En septiembre de 1954, para poder estrechar relaciones con Polge, Staël se instaló solo en una casa en las murallas de Antibes, frente al mar. Organizó su vida en torno a su taller y su aventura, pero ganó el primero: su amante tomaba distancias mientras él trabajaba sin descanso.

Buscando fluidez y transparencia, el pintor utilizaba algodón y gasas para difundir el color, pero sus tonos se oscurecían. Marinas y naturalezas muertas se suceden, captaba alternativamente los barcos que surcaban el Mediterráneo y los objetos su estudio, en escenas que aún testimonian su asombro ante el mundo. Muchas quedaron por acabar cuando decidió terminar con todo, falto de fuerzas.

Nicolas de Staël. Marine la nuit, 1954. Colección particular. © ADAGP, París, 2023
Nicolas de Staël. Marine la nuit, 1954. Colección particular. © ADAGP, París, 2023

 

 

Nicolas de Staël

MUSÉE D´ART MODERNE DE LA VILLE DE PARIS

11 Avenue du Président Wilson

París

Del 15 de septiembre de 2023 al 21 de enero de 2024

 

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