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Hay un solvente film titulado On the Basis of Sex (EE.UU., 2018), dirigido por Mimi Leder, sobre Ruth Bader Ginsburg (1933-2020), notoria jueza del Tribunal Supremo de EE.UU. (también hay un buen documental, RBG (EE.UU., 2018), de las directoras Betsy West y Julie Cohen).

Nótese la palabra sex del título porque cuando lo tradujeron al castellano, lo trasmudaron en género: Una cuestión de género y descartaron la palabra sexo que es la que parece que le correspondería. La traducción libre se practica en otros momentos; por ejemplo, cuando traducen una asignatura que Ginsburg imparte, Sex Discrimination and the Law como Discriminación de Género y Ley. El mundo al revés: habitualmente se arguye que en inglés se usa gender y no sex, y que, por tanto, el inglés traduce la palabra sexo, frecuente en las lenguas románicas, por gender. Cuando posteriormente subtitularon el film en catalán, se tradujo así su título: Per raó de sexe (Por razón de sexo); es decir, respetaron la palabra sexo.

El uso de la palabra sex en el título del film no debe extrañar; recordemos con qué palabra termina la decimonovena enmienda (1920) de la Constitución de EE.UU.: «The right of citizens of the United States to vote shall not be denied or abridged by the United States or by any State on account of sex»; es decir, «…por razón de sexo». No es del todo cierto, pues, que nuestro sexo sea su gender, que es el argumento que habitualmente se utiliza cuando se habla de la proliferación de la palabra género para sustituir palabras específicas y ajustadas a los diferentes contextos. Es evidente que en las encuestas no te preguntan de qué género eres sino de qué sexo. Otra cosa es que la encuesta carezca de una o más casillas para cubrir varias posibilidades.

El título de On the Basis of Sex es un sintagma extraído literalmente del escrito de Ginsburg para defender una de las múltiples causas que llevó a los tribunales y en la que se basa la película. El momento crucial respecto a la cuestión que nos ocupa, es cuando, de repente, la secretaria que pasa en limpio el alegato hace notar a la jueza que en cada página está escrita no sé cuántas veces la palabra sex, palabra un poco fuerte y malsonante —tabú, vaya—, puesto que remite a hormonas desatadas y a meterse mano en el asiento trasero de un coche, y que tal vez sería mejor cambiarla; se entiende que para no incomodar al tribunal y para que se la tomen en serio. Así lo hicieron, y la escogida fue gender. Literalmente, un eufemismo.

Habitualmente se argumenta que la palabra género respecto a las expresiones estudios de género, perspectiva de género, etc., es un calco del inglés, y en parte es así; pero es que, además, evitan —al mundo académico, en el ámbito político, etc.— otra palabra fuerte y «malsonante» como sería, para estos dos casos, feminista (estudios feministas, perspectiva feminista). Una eufemística sustitución similar a la de gender por sex, como en el alegato de la jueza Ginsburg. Una táctica, pues, para usar una lengua neutra (ni chicha ni limoná) que pase desapercibida y que no moleste a nadie. Por otra parte, que la palabra feminismo y derivadas lastimen los oídos de según quien, explica su vigencia y su extrema necesidad.

A ello debe sumársele el complejo de inferioridad y el generalizado embeleso papanatas hacia todos los términos que provienen del inglés, aunque no sean necesarios, aunque destierren palabras genuinas. Dos ejemplos podrían ser fake o password; o que una expresión como sin azúcar se sustituya por una de menos económica como libre de azúcar.

Este es el contexto amplio en que se enmarca la discusión sobre la bondad o la maldad de la palabra género, que tiene repercusiones obvias en la denominación de la violencia perpetrada por hombres contra mujeres debido a su sexo; es decir, por culpa del machismo o la misoginia.

A menudo se fecha la polémica hacia el 2003-2004, a raíz de la Ley Orgánica 1/2004, de 28 de diciembre, de medidas de protección integral contra la violencia de género pero, en realidad, empieza mucho antes.

En 1995 se celebró la Conferencia de Pekín, y fue entonces (aunque hacía ya como mínimo tres años que la denominación se estaba fraguando) cuando se empezó a popularizar entre muchas feministas la palabra género, puesto que fue el término que se pactó para compartir a escala mundial una denominación que identificara la diferente posición de mujeres y de hombres, históricamente y hoy, así como las diferentes situaciones y posibilidades que se derivan de ella.

A partir de ese momento se detecta la palabra en muchos documentos distintos —por ejemplo, en 1997 en el número 30 de la revista Archipiélago e, incluso antes, en 1993 en un documento del Ecuador (RAE, CREA)—; pero es a raíz de un artículo de Cristina Alberdi del 18 de febrero de 1999 en El País que se desata la tormenta. Lo firmaban también Carmen Romero, Micaela Navarro, Esther Peña, Florentina Alarcón, Ana María Pérez del Campo, Ana María Ruiz-Tagle y Carmen Olmedo. Se titulaba «La violencia del [sic] género». La expresión violencia de género se repetía once veces.

El artículo desencadenó dos artículos del entonces defensor del lector [sic] de El País, Camilo Valdecantos, publicados durante el mes siguiente. A Valdecantos le parece que el sintagma «chirría en español». Otros personajes opinan sobre la cuestión. Vicente Molina Foix encuentra que es de una «literalidad sin duda anómala y chirriante» y de una «fealdad intrínseca», una crítica no muy científica. Álex Grijelmo cree que es una «pésima traducción del inglés: meliflua y blandurria además»; propone violencia machista y formas similares, y menciona, no sin razón, el complejo de inferioridad ante el inglés —aunque Alberdi explicó las razones de la opción de traducir un término que sustituía formas genuinas—. Se añadieron un montón de voces, por ejemplo, Fernando Lázaro Carreter.

De hecho, justo después de la conferencia de Pekín, el libro de estilo de la Agencia EFE distribuyó una nota a todas sus redacciones para conminarles que en las noticias de la Agencia «Debe evitarse a toda costa esta imposiciones artificial».

Cuando te ves obligada a utilizar una expresión del estilo «a toda costa», estás reconociendo que ya has perdido la partida, y, así, no hemos visto más que florecer la palabra género, tanto en la expresión violencia de género como en otras emparentadas; basta recordar la cantidad de universidades del Estado español que tienen lo que se ha convenido denominar estudios de género, tanto en castellano y catalán como en otras lenguas peninsulares.

Las voces contrarias al término aducen que género es una palabra ligada a la gramática, a la literatura y poco más. No es verdad; basta recordar que el género humano es la humanidad o que la RAE define así las tres primeras acepciones de la palabra:

Género.
Del lat. genus, -ĕris.
1. m. Conjunto de seres que tienen uno o varios caracteres comunes.
2. m. Clase o tipo a que pertenecen personas o cosas. Ese género de bromas no me gusta.
3. m. Grupo al que pertenecen los seres humanos de cada sexo, entendido este desde un punto de vista sociocultural en lugar de exclusivamente biológico.

O las páginas que le dedicó Victòria Sau en su Diccionario ideológico feminista, I (Barcelona: Icaria, 1990).

Si no fuera porque es la reacción habitual, podría sorprender la irritación y el rechazo que provocó el poco, en realidad, provocador sintagma violencia de género. El mal tono y pésimo humor de siempre —más propios del sentimiento y la pasión que del conocimiento lingüístico y de una ponderada reflexión intelectual— que muestran ante cualquier innovación que venga, o que les parezca que venga, del feminismo o de las mujeres, por mucho que después se introduzca en la lengua como pez en el agua sin causar ningún trastorno ni estropicio y al poco tiempo parece que siempre haya existido; por citar una ya antigua, la denominación ministra. Lo que hace pensar que violencia de género prosperará. Como siempre, quien lo decidirá serán las y los hablantes.

En realidad, aunque el 19 de mayo de 2004, la RAE emitió el Informe de la Real Academia Española sobre la expresión violencia de género, en el que se manifestaba en contra de que la expresión constara en la Ley, en julio del 2019 planteó incluir el maldito sintagma en el diccionario normativo. Ya lo habían incluido en el Diccionario del español jurídico y en el Diccionario panhispánico del español jurídico. En 2004, sin embargo, la Real Academia proponía básicamente el sintagma violencia doméstica. Expresión eufemística que tiende a minimizar el crimen, a limitarlo y a cerrarlo en el ámbito privado.

También plantean inconvenientes sintagmas como violencia conyugal (porque excluye un montón de casos) y violencia intrafamiliar (que quiere decir algo muy diferente, y no tiene en cuenta la violencia perpetrada por hombres contra mujeres debido a su sexo).

Hay que añadir que en catalán no ha habido mucha polémica, y la cuestión ha levantado mucha menos polvareda que en castellano. Aunque se utiliza el equivalente a violencia de género, la expresión que parece que se está consolidando es violència masclista. No puedo estar más de acuerdo: soy poco partidaria de usar eufemismos o expresiones neutras que esconden la realidad.

En este sentido es ejemplar, de cabo a rabo, el título de la Ley que la detalla —paso imprescindible— y la combate: la Ley 5/2008, de 24 de abril, del derecho de las mujeres a erradicar la violencia machista. El artículo 3 dedicado a las definiciones establece:

A efectos de la presente ley, se entiende por:

a) Violencia machista: la violencia que se ejerce contra las mujeres como manifestación de la discriminación y la situación de desigualdad en el marco de un sistema de relaciones de poder de los hombres sobre las mujeres y que, producida por medios físicos, económicos o psicológicos, incluidas las amenazas, intimidaciones y coacciones, tenga como resultado un daño o padecimiento físico, sexual o psicológico, tanto si se produce en el ámbito público como en el privado.



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