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¿Cómo funciona el entendimiento humano? ¿Cómo se forma cada uno de nosotros su particular visión, por definición, sesgada, de la realidad? Una vez que hemos asumido que las cosas son de cierta manera ¿Por qué es tan difícil cambiar de opinión? Se trata sin duda de preguntas con cientos de posibles respuestas y multitud factores a tener en cuenta. Sin embargo no erraríamos al decir que parte de este mecanismo que conforma el modo que en vemos el mundo se fundamenta en lo que a efectos de este artículo llamaremos el etiquetado rápido.

¿Por qué es tan difícil cambiar de opinión?

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El etiquetado rápido nos ayuda a simplificar la realidad, es decir, a crear categorías o etiquetas con la información que disponemos y que en el futuro, según recibamos nuevos paquetes de información, nos serán útiles a la hora de identificar donde o ante que, o quien, nos encontramos. Esta manera de operar tiene sus ventajas. Los seres humanos no podemos andar sopesando a cada paso que damos los pros y los contras de tomar una decisión o el abanico de grises que se puede derivar de cada cuestión, y el etiquetado rápido supone un atajo cognitivo que se presenta como una solución aceptable para bregar con la realidad en nuestro día a día.

Por ejemplo, imagínese llegar al supermercado y tener que elegir entre 20 marcas distintas de tomate frito, cada uno en su formato, tamaño, color de etiquetado o propiedades nutritivas. Probablemente la decisión mas inteligente estaría basada en cuestiones del tipo: ¿Para cuántas personas voy a cocinar?¿Cuándo voy a volver a hacer la compra? ¿Cuál de estas marcas contiene menos azúcar? ¿Cuál de ellas ha sido elaborada con tomates ecológicos o recogidos por agricultores locales? o ¿Cuál tiene la mejor calidad precio? Sin embargo, algo que en parte debemos agradecer, no funcionamos así. De hecho, es probable que elijamos la marca de tomate en base a cuestiones mucho más sencillas, a veces inconscientes, tales como, que sea la que hayamos visto en nuestras casas durante toda la vida o simplemente porque nos gusta su sabor. Nuestro cerebro en cierto momento ya creo la etiqueta de «esta marca de tómate y no otra, es la buena». Y en gran parte, así es como funcionamos en otros muchos ámbitos de nuestro día a día; de otra manera acabaríamos mentalmente exhaustos.

El centro supone un territorio inhóspito que rara vez se incluye en el discurso y que incluso se excluye activamente

Así pues, tendemos a etiquetar la información, y esto sucede en todos los aspectos de nuestras vidas. También en la política. Quizá especialmente en la política. Y es que cuando las personas hablan del espectro político a menudo lo hacen en referencia a lados opuestos, siendo común la contraposición entre conservadores y liberales; republicanos y demócratas; o entre izquierda y derecha. El centro supone un territorio inhóspito que rara vez se incluye en el discurso y que incluso se excluye activamente. O al menos eso es lo que se desprende la última investigación liderada por la matemática del Instituto Santa Fe en Nuevo México, Vicky Chuqiao Yangque se publica esta semana en la revista Plos One, y en la que junto a la socióloga Tamara van der Doesy el científico cognitivo Henrik Olsson, ha construido un modelo matemático sobre cómo las personas se categorizan entre sí a lo largo de un espectro ideológico.

O eres de los míos, o estás contra mí

La hipótesis fundamental de su trabajo procede de la psicología cognitiva y asume que cuando las personas forman categorías es para diferenciarse de otras personas con la mayor precisión posible. Sin embargo recordar dónde posicionar a cada una de las personas en un espectro ideológico continuo (elegir la marca de tomate en base a una variedad de criterios) supone un autentico desafío, «por lo que las personas usamos un atajo por el cual dividimos a los demás en dos categorías: «nosotros» o «ellos» » explica Yang, y donde los que están dentro del mismo grupo quieren ponerse de acuerdo sobre los límites que nos separan a «nosotros» de «ellos». «La categorización hace que sea más fácil para las personas pensar en las cosas. Solo tenemos cierta capacidad mental», añade la autora.

Cuando las personas forman categorías es para diferenciarse de otras personas con la mayor precisión posible. «Dividimos a los demás en dos categorías: «nosotros» o «ellos»»

«Estamos tratando de entender por qué tendemos a crear categorías para las cosas en nuestra vida cotidiana. Lo hacemos en todo tipo de ámbitos: opiniones políticas, género, sexualidad, raza. Lo hacemos incluso aunque en realidad estas cosas están en un espectro continuo», declara van der Does. «Específicamente, lo que queremos analizar en nuestro trabajo son los beneficios que subyacen de estas categorizaciones para comprender cuándo surgen». En el artículo, los autores exploran estas preguntas a través de un modelo de sistema dinámico: un método matemático aplicado usado frecuentemente para estudiar sistemas naturales o de ingeniería. Al combinar componentes cognitivos y sociales en las ecuaciones del modelo, Yang dice que pueden «resolver» dónde aparecen los límites sociales.

Reacios a la equidistancia

Para ello, y con el objetivo de comprender cómo los demócratas y republicanos que se autoidentificaban en los extremos del espectro político percibían a los políticos independientes más centrados, los investigadores aplicaron su modelo a un gran conjunto de datos de encuestas electorales estadounidenses de la década de 1980. ¿Darían los extremos la bienvenida a los equisdistantes como aliados cercanos? ¿Los enmarcarían en el otro bando? ¿O los percibirían en posiciones verdaderamente centradas? El modelo predijo que cuando se forman dos bandos, ambos buscan excluir a los que se encuentran en el medio; al menos eso es lo que se desprende de la dinámica nacida de los datos de la encuesta.

«La categorización hace que sea más fácil para las personas pensar en las cosas. Solo tenemos cierta capacidad mental»

«Al encontrarse entre dos aguas, los equidistantes son vistos tan desfavorablemente como si fueran del otro partido por ambas partes, y son excluidos», explica Yang. «Es así que los equidistantes obtienen lo peor de ambos mundos, con sus consecuencias posteriores». Esta idea también la desarrolla Juan Soto Ivars en su último libro, La casa del ahorcado, un ensayo en el que a través del tabú el autor nos ofrece un recorrido por los pantanosos terrenos de la tribalidad humana. En lo que se refiere a este ejercicio de autoidentificación tribal y categorización del disidente, Soto ofrece una acertada distinción entre infieles y herejes. Según desarrolla el autor con nutridos ejemplos, el tabú es en ocasiones una cuestión fronteriza donde los mayores conflictos surgen más de la fricción que del choque; y donde desde las posiciones situadas en los extremos ideológicos, la herejía, una desviación, aunque sea de pocos grados, en la doctrina, puede ser en ocasiones incluso peor castigada que la posición del infiel, cuyas ideas chocan de manera frontal, directa y opuesta, con las creencias de la tribu.

Por su parte, la principal conclusión del trabajo de Yang radica en que las ideas más centradas se caen por las grietas del propio proceso de categorización, y no solo en la política. El modelo de los investigadores, según los mismos, también podría aplicarse para comprender cómo se forman las categorías sociales alrededor de otros atributos, como el color de la piel.

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«Una posible consecuencia de pasar desapercibido es que las personas de ideas más centradas son susceptibles de aparentar pertenecer a uno de los dos bandos, pese a la falta de alineación en las posiciones políticas», explica Yang. «Esto crea un ciclo de retroalimentación en el cual, en última instancia, la moderación tiende a volatilizarse y acaba por desaparecer, por lo que al final te quedas con dos bandos de identidades opuestas cuya hostilidad mutua es muy acentuada».

«No muchos estudios científicos se han centrado en esta dinámica» declara la investigadora. «Por ejemplo, en la encuesta nacional que analizamos se dejó de preguntar sobre las actitudes hacia los políticos independientes después de la década de 1980, lo que podría habernos proporcionado muchas pistas sobre un tema a que deberíamos prestar más atención». Más, cuando asistimos diariamente a una polarización cada vez más acusada que se manifiesta en los cada vez más habituales delirios nacionalistas, identitarios o religiosos: un panorama en el que la moderación, antes una virtud, se está convirtiendo en el nuevo pecado. Quizá uno de los más graves.

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