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¿Quién no escuchó hablar alguna vez de las cualidades del aloe vera para tratar, por ejemplo, quemaduras y heridas en la piel? Una planta que, adicionalmente, tiene el beneficio de crecer y reproducirse fácilmente en casi cualquier lugar, sin precisar de demasiados cuidados y que, incluso, abunda en veredas, jardines, espacios públicos. Pero, ¿sus propiedades están probadas o son solo un mito popular?

 

Sabina Palma, graduada en Genética de la Universidad Nacional del Noroeste de la Provincia de Buenos Aires (UNNOBA) en Argentina y doctora en ciencias Biológicas, emprendió un proyecto de investigación, como parte de su posdoctorado, que busca contribuir a los escasos conocimientos que la ciencia tiene hoy sobre las cualidades del aloe. Específicamente, ella y el equipo que dirige la doctora Virginia Pasquinelli intentan determinar los efectos que produce la planta en una infección intestinal puntual, así como su impacto sobre el sistema inmune.

 

“En la historia de la humanidad, nos hemos valido de las plantas medicinales para poder tratar distintas patologías”, fundamenta Palma. “Durante cientos de años, ciertas comunidades originarias las han usado para distintos fines. Por ejemplo, el aloe vera se utilizó y utiliza para quemaduras, cortes, cicatrices. Pero, si vas a buscar un estudio que te diga qué porcentaje de efectividad tiene, qué compuestos están actuando, en qué dosis y plazos lo tenés que aplicar, no lo vas a encontrar. ¿Por qué? Sencillamente, porque la información científica es escasa o está incompleta”.

 

Así y todo, como observa Sabina, aunque muchas de las aplicaciones de las plantas medicinales no están probadas científicamente, “la población las usa porque sabe que funcionan”. De esta manera, la iniciativa no solo intenta aportar más conocimientos, sino también reconciliar dos tipos de saberes que, históricamente, estuvieron en disputa: “El conocimiento científico no tiene por qué desestimar los saberes populares. La ciencia puede reconfirmar, revalidar y también recuperar aquellos saberes ancestrales, así como darles valor”.

 

La perspectiva de Sabina es científica, pero se sitúa lejos del “cientificismo”, aquella mirada que considera que la ciencia es el único camino para hallar una verdad: “La ciencia es una respuesta tremendamente valiosa que, sin duda, deberíamos usar mucho más para tomar decisiones en todos los ámbitos. Sin embargo, no es la única manera de acceder a un saber”. Mediante el empleo del método experimental, entonces, los integrantes del grupo dirigido por la doctora Pasquinelli pretenden probar cómo actúa el aloe vera en una infección intestinal causada por Clostridioides difficile.

 

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Las propiedades medicinales del aloe vera merecen ser estudiadas a fondo. (Foto: Facundo Grecco)

 

Uno de los aspectos que otorgan relevancia al estudio desarrollado en el Centro de Investigaciones Básicas y Aplicadas (CIBA) por investigadoras e investigadores del CITNOBA (Centro de Investigación y Transferencia del Noroeste de Buenos Aires) está dado por la incidencia creciente de la enfermedad. De hecho, la infección causada por la bacteria Clostridioides difficile fue señalada como una “amenaza urgente” por parte de los Centros de Control de Enfermedades de Estados Unidos, ya que es la causa más común de diarrea intrahospitalaria. Sin embargo, a nivel regional, los estudios son escasos: “En Estados Unidos está muy caracterizada la epidemiología de la enfermedad, pero en la Argentina hay pocos reportes. Se sabe que la infección ha crecido mucho, aunque en esta región no está claramente determinada su frecuencia”.

 

Según se especifica en el proyecto de investigación presentado, la tasa de éxito de los tratamientos para enfrentar a la C. difficile ha disminuido. Por eso, se considera que “generar nuevas estrategias terapéuticas es una necesidad urgente”. En este sentido, la iniciativa emprendida desde el Laboratorio de Inmunogenética de las Infecciones podría redundar en un aporte para los tratamientos futuros.

 

La sintomatología de la enfermedad puede ir desde una diarrea leve hasta una severa. En casos graves, la infección causa megacolon tóxico y la persona podría ser intervenida quirúrgicamente. Puede, incluso, provocar una respuesta en todo el organismo (sepsis) y conducir a la muerte de la persona.

 

La gran mayoría de las infecciones por C. difficile ocurren en el contexto de los nosocomios (por eso se la considera una enfermedad intrahospitalaria) en personas que consumieron antibióticos previamente. Sabina Palma, quien también es docente de Biología en la Universidad Nacional de San Antonio de Areco, explica a Argentina Investiga el vínculo entre el empleo de agentes antimicrobianos y la infección: “En el intestino tenemos mucha flora comensal, normal, benéfica. El problema es que cuando uno consume antibióticos, esa flora normal también se ve afectada, ya que los agentes antimicrobianos matan a todas las bacterias, tanto a las benéficas como a las patógenas. Entonces, cuando flora benéfica baja, me refiero a esa flora que es capaz de controlar a los patógenos, aparece un nicho para que la Clostridioides difficile lo colonice. Por eso, las personas que consumieron antibióticos previamente son más propensas a contraer la enfermedad”.

 

Otro de los puntos fundamentales para combatir la infección es promover socialmente un consumo responsable de antibióticos, ya que luego de la ingesta de este tipo de medicamento la bacteria encuentra las condiciones ideales para desarrollarse. “Esto ocurre porque esta bacteria intestinal es resistente a la mayoría de los antibióticos de amplio espectro que se usan, por ejemplo, para tratar una faringitis”, aclara Sabina.

 

La solución que causó el problema

 

Con el descubrimiento de la penicilina hace casi cien años, comenzaba la llamada “era de los antibióticos”. Gracias a este primer hallazgo, la longevidad humana se incrementaría significativamente y la incidencia de las infecciones en las muertes disminuiría de manera drástica. Sin embargo, este hito brillante de la ciencia también tiene su lado oscuro. Como señala Sabina: “A partir de la penicilina, empezaron a fabricarse muchos tipos de antibióticos. A la par, comenzaron a aparecer bacterias resistentes a esos antibióticos. Lamentablemente, en la actualidad, muchos de los patógenos que antes podían combatirse con un antimicrobiano determinado ya no se pueden controlar de esa misma forma”.

 

Para combatir a las bacterias resistentes, surgieron, entonces, una tercera, una cuarta y hasta una quinta generación de antibióticos. Los datos son alarmantes para las próximas décadas. Según evaluaciones de la ONU, las enfermedades farmacorresistentes podrían causar 10 millones de muertes anuales en 2050 y ocasionar serios perjuicios económicos. Para 2030, de acuerdo a lo que el informe asegura, la resistencia a los antimicrobianos podría “sumir en la pobreza extrema a hasta 24 millones de personas”.

 

En esa línea, la investigadora ilustra un posible panorama, como consecuencia de la resistencia antimicrobiana: “A muchas prácticas de las que llevamos adelante hoy en el sistema de salud, como cirugías o tratamientos oncológicos, no vamos a poder implementarlas de la misma manera. Si, por ejemplo, no podemos tratar una infección luego de una intervención quirúrgica, el éxito de la intervención va a disminuir significativamente. Lo mismo se aplica a los tratamientos oncológicos, que reducen la capacidad del sistema inmune y hacen a la persona mucho más propensa a infecciones”.

 

Para enfrentar el problema que se avecina en las próximas décadas, la Organización Mundial de la Salud (OMS) lanzó el “Plan de Acción Mundial sobre la Resistencia a los Antimicrobianos” que, entre otras acciones, se plantea mejorar el conocimiento de la población a partir de campañas educativas, implementar medidas eficaces de saneamiento para reducir la incidencia de las infecciones, emplear de manera óptima los medicamentos en salud (tanto humana como animal) y, por último, incrementar los conocimientos a través de la investigación científica.

 

Precisamente, este es otro de los aspectos por los que el proyecto de investigación cobra relevancia: estudios preliminares sugieren que el aloe vera inhibe la proliferación de bacterias patógenas y promueve el crecimiento de bacterias benéficas. Combinado con antibióticos empleados para tratar la enfermedad causada por C. difficile podría constituirse en una estrategia terapéutica alternativa que incremente la eficacia de los antimicrobianos.

 

La investigación, dirigida por Virginia Pasquinelli, se desarrolla en el ámbito del Laboratorio de Inmunogenética de las Infecciones, dentro del CIBA de la UNNOBA. Además de Palma, que desarrolla su beca posdoctoral sobre este tema, el equipo está integrado por el doctor Rodrigo Hernández del Pino, la doctora Ángela Barbero y Nicolás Moriconi (tesista de la Licenciatura en Genética).

 

El trabajo que realiza Sabina Palma, como parte de su beca posdoctoral, se dirige a dos tipos de aloe que son cultivados en el Campo Experimental “Las Magnolias” de la UNNOBA: Aloe Barbadensis Miller y Aloe Saponaria. “Aloe Barbadensis Miller es una variedad con muchas propiedades asociadas: se ha demostrado su capacidad antibacteriana frente a algunos grupos de bacterias, además de su capacidad antiinflamatoria. Nosotros quisimos estudiar también un tipo de aloe poco caracterizado, pero que es muy común en la región, el Aloe Saponaria. Esta variedad tiene la ventaja de ser empleada por la población local para tratar, por ejemplo, quemaduras en la piel. La idea era, justamente, estudiar algo que estuviera en la región y que la población consumiera”.

 

Los ensayos preliminares desarrollados en el CIBA sugieren que ambos tipos de aloe inhiben el crecimiento de la bacteria intestinal, a la vez que potencian los efectos de los antibióticos empleados para tratar la enfermedad (vancomicina y metronidazol). Algunos indicios marcan, incluso, que el tipo de aloe que predomina en la región (saponaria) es todavía más eficaz.

 

Otro de los objetivos de la investigación es estudiar la capacidad del aloe para reducir la inflamación intestinal. Esto está motivado porque uno de los mayores problemas en cuadros severos de la enfermedad es la excesiva inflamación y el daño a células intestinales propias, ambos generados por las toxinas de la bacteria y el mismo sistema inmune para combatirla. La investigación, entonces, apunta a comprender la capacidad del aloe, no solo para combatir la infección, sino también para proteger la flora intestinal benéfica y evitar la inflamación excesiva.

 

La investigadora profundiza: “La inflamación es un proceso que el sistema inmune ‘activa’ cuando se encuentra con un agente extraño. Esto le permite ‘indicarle’ al resto del cuerpo que ese agente extraño está ahí, ‘reclutar’ a todos los intermediarios y combatirlo. El problema es que cuando esa inflamación ocurre, no sólo ‘combate’ a la bacteria, sino también a las células vivas, es decir, que ataca los tejidos propios del organismo. Muchos patógenos usan ese daño que se genera en el tejido hospedador para invadirlo. Ese daño es un nicho para el patógeno”.

 

Lograr, entonces, un correcto equilibrio entre el “ataque” certero hacia la bacteria y la protección de los tejidos propios se vuelve crucial. “El balance entre una respuesta inflamatoria y una respuesta antiinflamatoria muchas veces permite combatir a un patógeno de una manera exitosa, sin generar mucho daño del tejido”, resume Sabina.

 

–¿Puede ser peligroso que al disminuir la inflamación disminuya también la capacidad de nuestro organismo de defenderse ante un patógeno?

 

–Sí, obviamente, en esa inflamación está involucrada la posibilidad del organismo de combatir la infección. Sobre esto se estudia muchísimo en todas las infecciones en general. El desafío es encontrar el punto en que el sistema inmune trabaja de la manera óptima. Es decir, que el nivel de inflamación sea el adecuado para combatir al patógeno, pero sin que sea exacerbado y termine perjudicando a la persona.

 

Si bien los estudios previos y los ensayos preliminares sugieren que el aloe vera puede servir para combatir infecciones y regular la respuesta del sistema inmune, Palma advierte: “Todas las plantas medicinales tienen componentes activos y efectos sobre el estado de salud de una persona. Por eso, no se recomienda en absoluto consumirlas sin supervisión profesional, sin la dosificación adecuada y durante tiempos indeterminados”.

 

“Es necesario perder el miedo al consumo de las plantas medicinales, pero, a la vez, ser responsables, ya que tienen efectos concretos. Por ejemplo, la manzanilla, el tilo, el romero, la lavanda, el tomillo tienen efectos medibles y muchos de ellos demostrados científicamente”, alerta. (Fuente: Ana Sagastume / Universidad Nacional del Noroeste de la Provincia de Buenos Aires / Argentina Investiga)

 

 

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