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Agujeros negros, quásares, magnetares, estrellas errantes… el Universo está plagado de extraños objetos astronómicos cuyo descubrimiento y observación expanden cada día un poco más nuestro conocimiento sobre el Cosmos. Uno de estos objetos, los cuales habían permanecido ocultos a la intuición humana hasta el año 1967, son los llamados púlsares o estrellas de neutrones, detrás de cuyo descubrimiento se encuentra en nombre de una científica brillante: hablamos de Jocelyn Bell Burnell. 

Jocelyn Bell Burnell nació el 15 de julio de 1943 en Belfast, Irlanda del Norte, donde creció y se crio junto a sus tres hermanos en una pequeña casa de campo. Su amor por el cosmos se fraguó durante su infancia, posiblemente durante los años en que su padre, arquitecto de profesión, trabajó en la ampliación del observatorio de Armagh, donde la pequeña científica en ciernes creció rodeada e influida por los libros de astronomía. 

Tras dos intentos de ingresar a la escuela, uno de ellos a una edad demasiado temprana, Bell Burnell iniciaría su vida académica en el colegio privado para niñas Mount School, en la ciudad de York. Prosiguió con sus estudios superiores en la Universidad de Glasgow, donde se licenciaría en física a la edad de 22 años, en 1965. Posteriormente ingresaría en la Universidad de Cambridge, donde se doctoró en radioastronomía en el año 1969, y fue precisamente en esta época en la que Bell contribuiría de forma notable a algunos de los descubrimientos más importantes de la época en su campo. 

De hecho, el trabajo de doctorado de Bell consistiría en la construcción de un radiotelescopio que tenía el objeto de estudiar los quásares, unas fuentes de radiación celeste muy intensa que pueden pasar por estrellas, pero que en realidad son algunas de las galaxias más luminosas y alejadas de nuestra posición en el Universo.

Los cuásares habían sido descubiertos tan solo unos años antes, en 1950. Bell Burnell se hallaba trabajando en los datos obtenidos por su telescopio cuando, por primera vez, un día de 1967, descubrió una serie de pulsos de radio extremadamente regularesDesconcertada, consultó a su director de tesis,  el radioastrónomo Antony Hewish, tras lo cual pasaron los meses siguientes eliminando las posibles fuentes de los extraños pulsos de radio hallados, de muy corta duración y extremadamente regulares. 

De hecho, las señales detectadas por Bell resultaron tan exóticas para los científicos de la época que, tanto ella como Hewish, por su exactitud y regularidad, pensaron que podrían hallarse ante la señal de alguna forma de vida extraterrestre, por lo que se sintieron tentados a bautizar a su fuente de radiación como LGM, acrónimo de «Little Green Men«, u hombrecitos verdes en su traducción al español; es decir, pensaron que podría tratarse de las señales de una civilización extraterrestre. 

Sin embargo, al continuar analizando los datos descubrieron tres nuevos focos que emitían en radio a diferentes frecuencias, por lo que pronto concluyeron que debía ser un fenómeno natural. De hecho, este fenómeno era producido por lo que hoy conocemos como un púlsar, es decir, una estrella de neutrones que gira muy rápido y que se encuentra altamente magnetizada.

Jocelyn Bell en el radio-laboratorio de Mullard, 1967.
Courtesy of the Cavendish Laboratory.

El descubrimiento de Jocelyn Bell Burnell y Antony Hewish quedó recogido en un artículo en la revista Nature que tuvo un profundo eco en el campo de la astronomía, y lo que comenzó hace 50 años como una anotación en un papel hoy se ha convertido en uno de los campos de la astrofísica más fascinantes.

De hecho, la revelación de este nuevo tipo de estrellas, los púlsares, le valió a los que en su momento fueron reconocidos como sus descubridores, Antony Hewish y Martin Ryle, otro de los radiastrónomos que integraban el equipo de Hewish, el premio Nobel de Física en el año 1974. 

Jocelyn Bell Burnell, no obstante, fue excluida del galardón debido a su condición de estudiante, algo que suscitó una gran controversia, así como la protesta de muchos de sus colegas dentro de la comunidad científica.

Bell, sin embargo, se ha mostrado de acuerdo durante los años siguientes con la decisión tomada por la academia y en cierta ocasión declararía que «degradaría a los Premios Nobel si fueran otorgados a estudiantes de investigación, excepto en casos muy excepcionales, y no creo que este sea uno de ellos», una postura en la cual muchos han querido ver el llamado síndrome del impostor, un fenómeno psicológico en que el sujeto es incapaz de aceptar sus logros por miedo a resultar ser descubierto como un fraude. 

Tras acabar su doctorado, la astrofísica contraería matrimonio con el diplomático Martin Burnell, lo que la retirará de la primera línea de la investigación científica. Durante los años siguientes su carrera académica se desarrollaría entre las universidades de Southampton, el University College de Londres y el Real Observatorio de Edimburgo, donde se especializaría y destacaría en varios campos de la astrofísica. En 1986, se convirtió en la gerente de proyectos del Telescopio James Clerk Maxwell en Mauna Kea, en Hawái, tras lo cual pasó por varias universidades y llegó a convertirse en la presidenta de la Real Sociedad Astronómica de Londres en el año 2002, cargo que desempeño hasta el 2004. 

Pese a no recibir el Premio Nobel, el reconocimiento de Bell por parte de sus colegas de profesión ha sido una constante durante el desempeño de toda su carrera, y así ha quedado patente con decenas de premios entre los que destacan algunos de tanto prestigio como la Medalla Herschel de la Royal Astronomical Society o la Medalla Copley, y numerosos títulos honoríficos, como el de Comandante de la Orden del Imperio Británico o miembro de la Royal Society. 

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