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«Ni más» ,»Ni menos». Así se rotulan los platos de la balanza que pesa pecados y virtudes en Finis gloriae mundi, una vanitas pintada por Juan de Valdés Leal en 1672 que hoy sigue luciendo en el Hospital de la Caridad de Sevilla. Una alusión al juicio final de las almas en la que la mano de Cristo sostiene neutral una balanza, la cual, al hombre con sus actos, es a quien corresponde inclinar hacia un lado u otro.

Aunque con una iconografía religiosa destilada a través del cristianismo, la obra encierra la idea aristotélica del aurea mediocritas, «el dorado término medio», que es la expresión latina para designar la capacidad de alcanzar la llamada concordia opositorum o el «punto intermedio», entre dos términos opuestos. O lo que es lo mismo, la justa medida entre dos excesos.

Finis Gloriae Mundi - Juan de Valdés Leal- Hospital de la Santa Caridad, Sevilla

Finis Gloriae Mundi – Juan de Valdés Leal- Hospital de la Santa Caridad, Sevilla


Foto: Cc

Antaño recogidas por la filosofía o la religión, hoy esta idea sobre el equilibrio entre dos opuestos, la de que entre el blanco y el negro existen una gran variedad de grises que resultan un mejor reflejo de la realidad, continúa estando presente en nuestra sociedad. Así, por ejemplo, más allá de la religión o la filosofía, si hablamos de ciencia, podríamos enmarcar en el ámbito de la psicología o la sociología el estudio de cómo los seres humanos se ubican en el espectro que se despliega entre dos posturas opuestas, ya sean ideológicas, políticas, sociales o religiosas.

Es precisamente en este sentido en el que se ha desarrollado un nuevo estudio llevado a cabo por investigadores de la Universidad de Cambridge. En él, sus autores han tratado de reconstruir un mapa psicológico de lo que sucede dentro de la mente de las personas que sitúan sus posturas en los extremos radicales del pensamiento, predispuestas a tener actitudes sociales, políticas o religiosas extremas, y que apoyan la violencia en nombre de la ideología.

Pobreza intelectual, violencia y extremismo

El nuevo trabajo, publicado en la revista Philosofical Transactions of the Royal Society B bajo el titulo The cognitive and perceptual correlates of ideological attitudes: a data-driven approach, sugiere que una combinación particular de rasgos de personalidad y cognición inconsciente -las formas en que nuestro cerebro capta información básica- actúan como un fuerte predictor de la potencial inclinación hacia puntos de vista extremistas en una variedad de creencias.

Según los investigadores, entre las características mentales detectadas que influyen en la radicalización ideológica se incluirían una memoria de trabajo más pobre, la cual alude a los procesos cerebrales implicados en el almacenamiento temporal de información o en la memoria a corto plazo; una mayor lentitud en cuanto al procesamiento inconsciente de estímulos cambiantes, como la forma y el color, al que los investigadores se refieren como una merma en las «estrategias de percepción»; así como tendencias hacia la impulsividad y la búsqueda de sensaciones. Una combinación de atributos cognitivos y emocionales que, según el presente trabajo, predice el respaldo de la violencia en apoyo de la tribu ideológica.

Psicología de un dogma; el camino a la radicalización

El estudio también mapea las firmas psicológicas en las que se sustenta el dogmatismo, entendiendo este como la tendencia hacia una cosmovisión fija o una manera invariable de interpretar el mundo que se resiste al cambio incluso ante la evidencia. De este modo, los cerebros de las personas más dogmáticas son más lentos para procesar la evidencia perceptiva, y sin embargo más impulsivos en cuanto a personalidad. La firma mental del extremismo en todos los ámbitos es una mezcla de psicologías inmovilistas y dogmáticas, según los autores.

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Hasta ahora, los enfoques adoptados para el estudio de la radicalización se habían basado de manera general en una información demográfica básica como la edad, la raza y el género. Así por ejemplo, un hecho que ha llamado la atención de los estudiosos de la cuestión es que los autores del ataque sufrido en Nueva Zelanda a una mezquita en el que fallecieron 51 personas en 2019, la masacre de la isla de Utoya en la que perdieron la vida 77 personas en 2016, o la mayoría de ataques terroristas en nombre del islamismo radical, por citar algunos de los ejemplos más drásticos de radicalización llevada al extremo de la violencia, tengan como protagonistas a varones de mediana edad con altos niveles de testosterona y en riesgo, o directamente víctimas de exclusión social.

Ahora sin embargo, al agregar evaluaciones cognitivas y de personalidad, los psicólogos han creado un modelo estadístico entre 4 y 15 veces más poderoso que la demografía a la hora de predecir las diferentes visiones ideológicas del mundo. «Estoy interesado en el papel que desempeñan las funciones cognitivas ocultas en la escultura del pensamiento ideológico», declara Leor Zmigrod, investigadora del Departamento de Psicología de la Universidad de Cambridge y autora principal del artículo. «Mucha gente conocerá a quienes dentro de sus comunidades se han radicalizado o han adoptado puntos de vista políticos cada vez más extremos, ya sea de izquierdas o de derechas», añade. «Queremos saber por qué algunos individuos en particular son más susceptibles a esta radicalización».

Dificultades sutiles en el procesamiento mental de información compleja pueden empujar inconscientemente a las personas hacia doctrinas extremas que brindan explicaciones, por simples, más claras y definidas del mundo, haciéndolas susceptibles a ideologías tóxicas, dogmáticas y autoritarias.

«Al examinar la «cognición emocional en caliente» junto con la «cognición inconsciente en frío» del procesamiento de información básica, podemos ver una firma psicológica para aquellos en riesgo de involucrarse con una ideología de una manera extrema«, continua la autora. «En este sentido, dificultades sutiles en el procesamiento mental de información compleja pueden empujar inconscientemente a las personas hacia doctrinas extremas que brindan explicaciones, por simples, más claras y definidas del mundo, haciéndolas susceptibles a ideologías tóxicas, dogmáticas y autoritarias».

El cerebro impermeable

El presente estudio, el cual se publica como parte de una edición especial de la Royal Society dedicada al «cerebro político» compilada y coeditada por la misma Zmigrod, es el último de una serie de artículos en los que la autora aborda la relación entre la ideología y cognición. En trabajos anteriores la investigadora ya había hecho públicos algunos hallazgos sobre los vínculos entre la «inflexibilidad» cognitiva y el extremismo religioso o la voluntad de autosacrificio por una causa como un voto a favor del Brexit. Así, ya en 2019 de Zmigrod mostró que esta inflexibilidad cognitiva se encuentra en aquellos con actitudes políticas extremas a ambos lados del espectro político.

Su última investigación se basa en un trabajo de la Universidad de Stanford en el que cientos de participantes realizaron 37 tareas cognitivas diferentes y realizaron 22 encuestas de personalidad entre 2016 y 2017. Zmigrod y sus colegas, entre los que se incluye el psicólogo de la Universidad de Cambridge, el profesor Trevor Robbins, realizaron una serie de pruebas de seguimiento en 2018 de los 334 de los participantes originales a partir de 16 encuestas más para determinar las actitudes y la fuerza de los sentimientos hacia varias ideologías con el transcurso del tiempo.

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De este modo, por ejemplo, se identificó que ideologías como el nacionalismo se relacionaron con la «precaución» en la toma de decisiones inconsciente, un procesamiento de información estratégica ligeramente reducido en el dominio cognitivo, así como con el «descuento temporal», es decir, cuando se considera que las recompensas pierden valor si se demoran. Hasta el momento, como decíamos unas líneas atrás, la demografía por sí sola tenía un poder de predicción escaso, de menos del 8%, para estas ideologías, pero agregar la firma psicológica según los investigadores, aumentó al 32,5%. Por su parte en el caso del dogmatismo, el cual se ha relacionado con una disminución para percibir y asimilar la nueva evidencia, la predicción en base al método de Zmigrod ha aumentado del 1,53% al 23,6%.

Las personas con actitudes extremistas, para los cuales las tareas complejas que requerían pasos mentales intrincados se establecían como un auténtico desafío, tendían a pensar en el mundo en términos de blanco y negro

Entre los hallazgos clave se encuentran que las personas con actitudes extremistas, para los cuales las tareas complejas que requerían pasos mentales intrincados se establecían como un auténtico desafío, tendían a pensar en el mundo en términos de blanco y negro. La autora incide en la idea de que: «los individuos o cerebros que luchan por procesar y planificar secuencias de acción complejas pueden sentirse más atraídos por ideologías extremas o ideologías autoritarias que simplifican el mundo«.

Además en todas las ideologías investigadas, las personas que respaldaban la «acción extrema a favor del grupo», incluida la violencia motivada ideológicamente contra otros, tenían un perfil psicológico sorprendentemente concreto. La mente extremista, una mezcla de firmas psicológicas reacias al cambio y dogmáticas, es cognitivamente cautelosa, más lenta en el procesamiento perceptual y tiene una memoria de trabajo más débil. Algo que se combina con rasgos de personalidad impulsivos y que buscan sensaciones y experiencias de riesgo. «Parece haber similitudes ocultas en las mentes de quienes están más dispuestos a tomar medidas extremas para apoyar sus doctrinas ideológicas», declara Zmigrod. «Comprender esto podría ayudarnos a apoyar a las personas vulnerables al extremismo y fomentar la comprensión social a través de las divisiones ideológicas», concluye.

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