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FAMILIA VERDADERA

En cuanto pudo tener conciencia de los movimientos que se producían a su alrededor empezó a descubrir sus primeras realidades existenciales. Y lo que tenía más a la mano era la familia a la que pertenecía: una pertenencia tan débil que por momentos llegaba a ser inexistente. Sus padres se divorciaron cuando él era un bebé, que ni siquiera balbuceaba sus primeras palabras; y ellos se le convirtieron en sombras, cada uno en lo suyo.

Se quedó a vivir con su abuela materna, que estaba sola, dedicada a la enseñanza del idioma inglés. Y la soledad de ella con la soledad de él se pudieron entender de manera totalmente espontánea. Y así fueron pasando los años. Ya él estaba entrando en los terrenos de la adolescencia, y ella seguía en la labor incansable de enseñar.

El joven, tocado por el arte desde niño sin que nadie se enterara, mantenía su cuaderno de apuntes poéticos como si fuera un secreto.

–¿Qué escribís tanto en ese cuaderno? –le preguntó un día su abuela.

–Nada –balbuceó sorprendido–: cosas que se me ocurren.

–¿Podías enseñármelo? –le preguntó ella, intrigada.

–No puedo, porque mis mayores no me lo permiten…

–¿Tus mayores? ¿Y quiénes son?

–Los que están conmigo siempre. Les pido permiso y se lo enseño. Así usted se va a volver uno de ellos. ¡Mi familia verdadera!

EN EL CORREDOR DE SIEMPRE

Él era un niño curioso al máximo, aunque casi nunca lo revelara con palabras.

Por ejemplo, todas las mañanas lo que hacía al levantarse era ir a la esquina del corredor exterior donde estaba colgada una hamaca desde siempre, para ver si alguien había dormido ahí. No buscaba ninguna señal, sino una simple sensación que le alimentara la fantasía.

–¡Otra vez ahí! –le reclamó su madre, que sólo para eso le hablaba siempre.

Él se escabullía cada vez que sonaba el reclamo, y se iba a buscar la compañía más entrañable, en verdad la única: sus perros pastores, a los que entonces llamaban perros-lobos o perros-policías.

Aunque a aquella edad los detalles de la experiencia vital no se expresaran como problemas, para él lo verdaderamente problemático era sentir que a su alrededor no se daba ningún gesto de comprensión y mucho manos de cariño.

¡Cuánto hubiera dado por que alguien de su familia lo tratara siquiera con un mínimo de consideración afectuosa! Y entonces empezó a dibujársele en la conciencia la imagen protectora y envolvente del arte. Sus primeros poemas comenzaron a ser la mejor compañía.

Fue pasando el tiempo, y él fue desplegando su creatividad innata. Su nombre se hizo notorio, y cuando ganó su primer Premio Internacional, así agradeció:

–¡Gracias, hamaca de entonces y de siempre, por recordarme cada amanecer que eres el único hogar que reconozco: ahí me duermo y me despierto a diario!

DESVELO DEL TRAPECIO

–¿Qué película de entonces quieres que veamos antes de dormirnos?

–Pues hoy estoy nostálgica, y para no dormirme temprano quisiera ver aquella con Gina Lolobrigida, Tony Curtis y Burt Lancaster…

–Ah, te refieres a «Trapecio», de los años 50, ¿verdad?

–¡Perfecto!

Y en ese mismo instante pareció que se habían trasladado emocionalmente, con cuerpo y todo, a la entrada del Cine Apolo, sin fijarse en qué película estaban exhibiendo. Entraron sin más, porque la función estaba por iniciar.

Muy pronto se apagaron las luces y se iluminó la pantalla. Y ahí se dieron cuenta de que era «Trapecio». Cuando apareció la lista del elenco descubrieron quiénes eran, y ambos estuvieron a punto de aplaudir. Eran adolescentes, y eso los hacía más espontáneos; pero hoy, tantos años despues, aún lo eran

–¿Qué te parece, Luz de María? Como muchachos éramos audades y gozosos; y como mayores no sólo seguimos siendo así, sino que la nostalgia nos alienta.

Se pusieron a ver «Trapecio» con atención absorbente, hasta el punto que el tiempo y el lugar dejaron de estar presentes. No se dieron las «buenas noches» ni apagaron ninguna luz. ¿Qué pasó?

–Nada, sólo que estamos aquí, y que –¡mira!— la pantalla sigue encendida, y lo único que se ve en ella es un trapecio vacío, balaceándose…

El misterio, pues, se había revelado: la vida es un trapecio que no cesa.

EL TREN REAPARECE

¿Cuánto tiempo hacía que había desaparecido de todos los entornos? Años, muchos. Y ocurrió sin dar previo aviso, como si hubiera estado esperando aquella oportunidad de desaparecer. Él lo recordaba de sus días de infancia, de adolescencia y aun de juventud temprana. Era su medio favorito de transporte, sobre todo cuando viajaba solo en las mañanas o en las tardes.

Lo más grato era hacerlo cuando el sol estaba por salir, porque era como si el cielo y el aire se le acercaran con gran familiaridad.

Los años pasaron, como siempre ocurre, y la nostalgia por el tren ausente se le fue diluyendo como si tal ausencia fuera algo irreversible. Él creció, y su vida evolucionó en todos los órdenes, con los formalismos de la edad adulta.

Concluyó su carrera universitaria, tomó impulso para formar su propia familia, montó negocio propio de distribución de productos químicos, y empezó a ver el futuro con distintos ojos. Todo parecía ir sobre ruedas, y entonces le volvió el ansia de ir sobre rieles. El tren de los remotos entonces recobró su imagen.

–¿Qué te pasa, cariño? –lo llamó su esposa mientras él temblaba dormido.

No respondió, pero sin duda aquella reacción era gozosa. Al fin, sin despertar, comenzó a sonreír y luego a reír con entusiasmo, como un niño feliz.

Al fin, y sin que ella hiciera nada para ello, se incorporó y exclamó:

–¡Por fin volvió mi tren añorado! Ojalá pudiera quedarme en él viajando, viajando para siempre…

CUMPLEAÑOS AUSENTE

–A mí no me gustan los cumpleaños…

–¿Y por qué, mi niño?

–¡Yo qué sé! Pero no me gustan.

–Pues nosotros, que estamos tan felices de haberte traído a la vida, ya organizamos el de este año. Y qué bien que te lo decimos para que la sorpresa de ese día no te vaya a poner a la defensiva…

Como ya sabía lo del festejo, cuando llegó la fecha buscó la forma de escapar.

Al estar a punto de amanecer, le levantó sin que nadie lo advirtiera, y se fue de la casa sin hacer ruido.

Enfrente había un cerro al que él nunca había subido, y hacia ese lugar se dirigió. Al salir el sol, los padres se dieron cuenta de que él no estaba, e hicieron el gesto de siempre, que quería decir: «Éste así es».

Pero cuando empezó a caer la tarde, ya se preocuparon de veras, y salieron en su busca. Atardeció y anocheció sin ningún rastro. Y entonces acudieron a las autoridades más próximas. La búsqueda se emprendió.

Pasados los días, todos empezaron a temer que la búsqueda fuera inútil. Y así llegó el momento de dejar de buscar. Y él, desde alguna cueva del cerro, sonrió, ilusionado: –¡Qué rico que ahora ya no voy a tener que celebrar ningún cumpleaños!

Y las piedras presentes lo rodearon para acompañarlo de ahí en adelante.

¿CUÁNTO FALTA PARA QUE AMANEZCA?

La pregunta, que no se había manifestado en forma audible, parecía andar a la deriva, porque en esa latitud todo era desconocido. Al menos, desconocido para él, que era un inmigrante indocumentado que había cruzado la frontera sur sin mayores impedimentos, quizás porque su valor y su determinación eran los que lo guiaban.

Estaba hoy alojado en casa de un viejo amigo que estaba ahí desde hacía ya bastante tiempo. No era su casa, y por eso se sentía más extraviado. Esa mañana el cielo se hallaba crecientemente cubierto por cortinas de bruma densa, y de seguro por eso la ansiedad de que amaneciera se le volvía tan crispante. Sin embargo, un movimiento involuntario lo devolvió a la cama.

Ya ahí, las cosas parecieron volver a la normalidad: ningún ruido fuera de control, ningún resquicio por donde pudiera colarse alguna ráfaga, y de pronto, sin saber por dónde, apareció aquella sombra familiar:

–Ya va a amanecer, Adrián. Es hora de que te levantés, para que estés a tiempo para irte al colegio… No olvidés que hoy es lunes.

–¿Pero cuál colegio, por Dios, si yo soy adulto en vías de ser viejo?

El sol, entonces, se apareció de pronto detrás de todas las cortinas. Y cuando Adrián descorrió la suya, el hálito familiar lo invadió todo. El sol y el tiempo se mostraban como lo que eran: enviados por la Providencia para darle vida a la vida…



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