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Hoy, cuando festejamos la nueva ley de la eutanasia, es de justicia recordar el acoso que sufrió la figura de Montes, quien agitó la bandera en favor de la muerte digna y soportó hasta 73 denuncias falsas elevadas hasta la Fiscalía por la administración Aguirre.
os aplausos en el Congreso, los abrazos a la ex ministra de Sanidad, María Luisa Carcedo, y los vítores de los activistas a las puertas de la cámara alta tras la aprobación este jueves de la ley sobre la eutanasia. Todos estos reconocimientos eran, en muy buena parte, para Luis Montes, quien fuera el estandarte en la lucha por una muerte digna. El médico del hospital Severo Ochoa (Leganés) —Luis ó Montes, jamás doctor porque prefería un trato cercano— fiero defensor de la sanidad pública y presidente de la Asociación Derecho a Morir Dignamente, soporto las mentiras y las manipulaciones del PP, en los medios y en los juzgados en un intento de embarrar su lucha.
En 2004 una fuente anónima denunciaba 400 casos de eutanasia irregular en el Severo Ochoa y la administración Aguirre, con Manuel Lamela a la cabeza de la consejería de Sanidad, utilizaba este sospechoso chivatazo para llevar a Montes hasta los tribunales. Así, hasta la Fiscalía fueron remitidas 73 denuncias por sedaciones practicadas sobre pacientes terminales en el servicio de urgencias, coordinado por su figura. En 2007 la justicia daba carpetazo a la causa y la Audiencia Provincial consideró que deberían suprimirse del auto del archivo cualquier referencia “a la mala práctica médica”. Pero durante esos tres duros años, Montes sufrió una enorme presión mediática que la justicia no fue capaz de subsanar. Presión que no terminó con el archivo de la causa, pues Lamela, en un empeño por derribar a un defensor de lo público, empezó a crear comisiones ad hoc para analizar las supuestas negligencias. Pero Luis nunca desistió en su empeño.
Había que defender la muerte digna, pero también la sanidad pública, que se enfrentaba a los planes privatizadores de Lamela, y contra los que Montes siempre mostró oposición. Lamela, ese ejemplo de ética y moralidad que fue finalmente imputado junto a su sucesor, Juan José Güemes, por malversación de caudales públicos durante la privatización de la sanidad madrileña. Lamela, fiero defensor de su bolsillo, que durante esta pandemia, hoy como abogado, se ofrecía a la sanidad privada para demandar indemnizaciones al Estado por “incautación de material”.
Mientras el ruido contra Montes era atronador, se construían ocho hospitales de gestión privada, se cedía terreno público a gestores privados y se ponía la sanidad en las manos de empresas como Acciona, Dragados y Sacyr. Mientras agitaban la bandera contra la eutanasia, Lamela diseñaba la cláusula del 1% para desviar fondos para su partido, tal y como consta en su imputación. El PP madrileño lograría así desviar cerca de tres millones de euros de la construcción de hospitales y centros de salud a su caja ‘B’ valiéndose de esta cláusula que hacía pagar a las entidades concesionarias, acusación que se inserta dentro de la trama Púnica. La campaña contra las sedaciones irregulares supo tapar muy bien el sonido de la caja registradora.
Pero no, Luis Montes jamás practicó una eutanasia en el Severo Ochoa, tal y como demostró la justicia. Nunca actuó de manera irregular, porque las leyes caminaban muchísimo más lentas que su lucha. Luis defendía el derecho a morir dignamente y que este fin estuviera algún día contemplado en nuestra legislación; tal y como podemos festejar desde este jueves, hito que nos sitúa entre los cuatro primeros países europeos en aprobar la regulación de esta práctica.
“El médico debe curar cuando se pueda pero aliviar y confortar, siempre. Especialmente cuando la enfermedad no tiene solución y que nos llevará indefectiblemente a la muerte”. Con frases como estas, Luis hizo reflexionar a toda una generación de vecinas y vecinos de Leganés, quienes abríamos debate sobre la eutanasia en bares, parques, tertulias y charlas de manera recurrente. Especialmente durante los peores años de la represión aguirrista. Montes era nuestro doctor de referencia, pero también nuestro mayor profesor en el arte de morir dignamente.
Es por eso que el tejido social del pueblo se volcó con el Severo Ochoa durante esa extraña caza de brujas en la que llovían acusaciones y circulaban miles de bulos que intentaban poner contra las cuerdas la actuación del servicio de urgencias, mantra con el que se consiguió reunir a un lado de la población. Los compañeros y compañeros de Montes hicieron piña en torno a su figura y muchos secundaron sus enseñanzas, hoy impresas en cada esquina de DMD.
“El acoso y derribo al que fue sometido nuestro compañero Luis Montes y varias decenas de profesionales supuso un antes y un después en el devenir, no solo del Hospital Severo Ochoa, sino de la Sanidad Pública madrileña. Y a pesar de las sentencias a favor de los médicos de la urgencia del Severo Ochoa, nadie de la Consejería ni de la caverna mediática pidió perdón, dimitió ni subsanó el daño ocasionado”, contaba su compañera de hospital Mercedes Condés Obón en El Salto.
El 19 de abril de 2018 Luis Montes perdía la vida por un infarto repentino de camino a un acto en defensa de la muerte digna. Luis moría sin dolor y nos dejaba a todas y todos una tarea pendiente. Hoy parece que la tarea ya ha florecido y por eso, mientras escribo estas líneas, le imagino más vivo que nunca, agitando con dignidad la bandera que nos hará libres hasta el último de nuestros días.
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