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Recientemente me llamaron de diversos diarios y programas de radio para reflexionar sobre los jóvenes en su día internacional, frente a la pandemia. ¿Cuántos tipos de jóvenes existen? ¿Son un bono generacional? ¿Son felices? ¿Son vulnerables? ¿Cómo viven la violencia? ¿Cómo viven la Pandemia? ¿Cómo será su futuro?

Como sociólogo, desde el principio de mi carrera sólo tengo una pregunta que va y viene, a través de los años y que siempre regresa a mi mente: ¿Para qué sirve un sociólogo? Sabemos que un arquitecto construye casas. Que un doctor mantiene nuestra salud. Que un ingeniero construye puentes y carreteras.
Por eso me pregunto: ¿Para qué demonios sirve un sociólogo además de dar clases, escribir libros, redactar ensayos y dictar conferencias?

Si hablamos de los jóvenes, hay dos tipos de sociólogos que trabajan con ellos. El primero podría etiquetarse como “los juvenólogos”, que centran su atención en la elaboración de encuestas; en la construcción de modelos de intervención estatal; y que elaboran una larga lista de “datos duros” y estadísticas.

Sin duda, es importante valorar las cifras y los números juveniles para conocer su dimensión y su presencia. Pero existe otra forma de trabajo con los jóvenes, que implica el desarrollo de estrategias de Intervención Social. Que favorece la participación directa de los grupos juveniles. Que facilita la creación de nuevas formas de organización social juvenil.

Los dos tipos de trabajo son útiles, pero sus resultados son muy distintos. Los primeros se inclinan por la cuantificación. Los segundos trabajan en el desarrollo de nuevas actividades. Unos producen cifras. Los otros crean Modelos de Intervención Social.

Mi trabajo se centra más en la segunda opción. Por ello en 1987, cuando iniciamos en el IISUNAM este trabajo, surgió la agrupación “Circo Volador” para desarrollar una parte central de este trabajo.

Juventud y sociología

En 1987, cuando iniciamos el trabajo de intervención con los jóvenes y la violencia en la Ciudad de México, la población estaba “bombardeada” por los medios de comunicación en torno a la violencia juvenil y las “bandas”. “Drogadictos, asesinos, rateros, violadores, alcohólicos, vagos o pandilleros”, eran algunos de los calificativos que, tanto el gobierno como los medios, atribuían a los jóvenes de las zonas populares, propiciando la estigmatización de los jóvenes en plural.

Nuestro objetivo fue valorar la situación de los jóvenes de las clases populares identificados como bandas, para frenar la violencia creciente y buscar los mecanismos que permitieran reintegrarlos a una sociedad que los veía como “adversarios”. Y a partir del acercamiento con ellos, encontramos 5 hipótesis que, por desgracia, siguen vigentes 30 años después en muchas ciudades y poblaciones de la república y en muchos otros países de América Latina.

Las presentamos a continuación de forma muy breve, con una visión que refleja algo de sus sueños y aspiraciones.

1.) La escuela que anteriormente generaba expectativas de movilidad social ascendente, muestra en los hechos una limitada capacidad para lograr ese objetivo. Los datos duros nos dicen que actualmente cerca del 50 por ciento de jóvenes abandonan la escuela a los 15 años…
Pero quieren estudiar.

2.) El empleo no ofrece un amplio abanico de opciones ocupacionales, por el contrario, presenta barreras para que aquellos con escasa o nula calificación manual u ocupacional estén en posición de disputar un lugar. Actualmente en México, de cada 10 empleos, 6.7 por ciento se generan en el sector informal…

Pero ellos quieren trabajar.

3.) La familia se encuentra debilitada frente a la posibilidad de ofrecer a sus miembros jóvenes un espacio de socialización primaria fuerte, contenedor, capaz de orientar, como lo hizo tradicionalmente, una de las etapas más difíciles del ser humano: la juventud…
Pero aspiran a tener una familia.

4.) La cultura, los valores, los comportamientos tradicionales de la sociedad ya no son los suyos, ya no los incorporan como lo hicieron las generaciones anteriores. Crean sus propios códigos de identidad y de cultura…

Pero les gusta agruparse y desarrollan muchas formas de convivencia entre ellos.

5.) Y el concepto de Autoridad era prácticamente inexistente. La “Ley” y las “Instituciones” eran simples palabras asociadas siempre a la policía (que era su primer contacto) y debido a la corrupción normal de la policía, se generaba una percepción perversa de un indispensable concepto de integración social.

Pero no son apolíticos y generan muchas formas nuevas de participación comunitaria.

¡Vivan los jóvenes!

Un golpe de ánimo apareció entre los jóvenes. Ante los desastres, los mexicanos acostumbramos solidarizarnos. Nos unimos.

Aprendemos de la nada para encontrar una energía colectiva.

Un ánimo que se transforma en una fortaleza real, llena de vida.

Nuestros jóvenes son parte vital de esta movilización.

Así fue en 1985 y así se repitió en el terremoto del 19 de septiembre de 2017.

Miles de jóvenes organizaron el tránsito. Formaron cadenas humanas para retirar los escombros. Muchos más reunieron víveres, medicinas, herramientas y todo lo que hiciera falta para apoyar a los damnificados.

El objetivo central fue rescatar con vida al mayor número de gente.

Intervinieron en algo que el gobierno no podía resolver solo. Pero siguieron sus órdenes… Fueron útiles.

Los jóvenes se dedicaron a poner en pie a la Ciudad.

Descubrieron que la suerte de uno y los problemas de otros, nos importan a todos.

“México es una familia de desconocidos, sin apellidos”.

Esa es la fuerza de nuestro pueblo.

Igual que en el terremoto y con la epidemia actual, resurge en los jóvenes con su frase: “Todos somos nosotros”.

¿Qué pasará con esta lección?

La cueva del delfín

Los Millennials nos dan una gran lección… Tienen su fuerza y su inteligencia… Debemos aprender a ver el futuro… Antes de ver el pasado. ¡Vientos huracanados!, si no me mandan a buscar Millennials nos veremos por acá el próximo sábado…

Comentarios, quejas y lamentaciones: Facebook Héctor Castillo Berthier / Email berthier@unam.mx Página de Circo Volador.

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