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Ángeles Álvarez Banciella fundó hace cincuenta años la Galería Amaga, en la calle José Manuel Pedregal de Avilés. «Hace seis o siete que la dejé en manos de mi hija Angélica García», cuenta antes de iniciar el dictado de la primera parte de sus memorias.

Nacimiento

«Me llamo Ángeles Álvarez Banciella, nací en Oviedo en 1950, así que tengo 73. Nací en casa de mis abuelos, en donde estuvo el hospital. Aquello lo llamaban El Truébano. No tengo hermanos: soy hija única».

El Cristo

«Donde está el antiguo Hospital General, allí tenían mis abuelos un terreno todo de vacas, una granja. Luego les expropiaron para hacer el hospital y marcharon para El Cristo. Allí también tenían fincas, un poco más abajo de la iglesia, y pusieron un bar, el bar Montaña. Allí estaba un tío mío con ellos. Mi abuelo era Víctor Banciella, que se casó con mi abuela María. Tuvieron siete hijas y un hijo: la más pequeña era mi madre: Eloína Banciella, que ahora tiene 96 años. Ahora mismo. Mis abuelos son, por tanto, del siglo XIX».

La familia

«Mis padres fueron Joaquín Álvarez y, ya digo, Eloína Banciella. Mi padre pintaba coches. Dibujaba muy bien, sobre todo letras. Luego tuvo un taller de coches. A los cincuenta años le dio un cáncer de laringe y se retiró. Vivieron bien porque eran muy modernos para la época: eran de los moteros que se dice ahora. Ellos tenían su Vespa y se iban los fines de semana por Asturias: todo el día un montón de moteros. Mi madre fue de las primeras en vestir pantalones. En su época, además, no había chaquetas de moto. Compraban género de esto… tipo cuero, aunque no era cuero tampoco. Napa, escay… y hacían unas chaquetas. Pero mi madre llevaba una falda siempre cuando iban en la moto porque cuando entraban, por ejemplo, a Covadonga, o a otro sitio de esos, no les dejaban a entrar a ellas de pantalones por eso ponían una falda por encima. Eran los años. Ellos eran ya muy modernos, sí».

Ángeles Álvarez abraza a su hija Angélica García.


Oviedo de posguerra

«La modernidad es una cosa con la que naces. Mi padre, como andaba con lo de los garajes y todo eso, pues conocía a mucha gente. También es verdad que en Oviedo, entonces, nos conocemos todos».

Los primeros estudios

«Mi padre tenía el garaje en la zona de La Tenderina. Como decía, iba en moto a trabajar. Por entonces, vivíamos en Buenavista, donde la plaza de toros, exactamente. Mi padre me bajaba al instituto en la moto cantidad de veces. También al colegio, que yo fui a las dominicas, en Pérez de la Sala. Hice la comunión y todo allí. Cuando empecé el bachiller, nos fuimos al instituto. En aquella época no habían terminado el de chicas –entonces estábamos separados los chicos y las chicas–. Nos metieron donde la antigua Escuela de Comercio y nos dejaron unas aulas para nosotras. El primer piso todo. No me acuerdo si hacíamos primero, segundo y tercero. Debimos estar un año o dos, no sé, y ya nos fuimos para el instituto, para el Aramo. Aquella zona, lo que es hoy es Llamaquique, era una explanada, no era lo que es ahora, no había nada».

Ángeles Álvarez con su hijo Amancio en brazos junto a Angélica García.


Madre recta

«Siempre fui callada, una persona que me adapté a todo porque yo fui hija única, pero mi madre, en esto de la educación, era muy recta. Si hacía algo mal, bueno… quería que su hija fuera por un camino… Como decía, siempre fui una persona dócil. De estudiar, pues bien, bien. Cuando terminé el Bachiller, yo quería hacer Enfermería. Por entonces habían hecho el hospital y también, la Escuela de Enfermería. Convencí a todas mis amigas para hacer Enfermería, pero no lo sé por qué, porque tampoco es que tuviera una cosa seria por esto de la Enfermería. No, no. Pero, bueno, empecé a convencerlas y se matricularon y yo me matriculé también con ellas, pero cuando llegué a casa mi padre dijo que de enfermera que nada y, entonces, perdí un año. Eran otras épocas. Como la escuela estaba en El Cristo y no había muchos más bares que el de mis abuelos, las estudiantes de Enfermería, las enfermeras, los médicos, hacían comidas, iban mucho por allí y a mi padre no le gustaba que las chicas se juntaran con los chicos, tuvieran allí sus juergas. Me lo prohibió totalmente. Entonces yo no hice Enfermería, aunque estaba allí con ellas. Perdí el año en casa hasta que a mi padre le hablaron de unos cursos en Madrid de Informática y como me veía muy mal me dejó ir. Eran aquellas máquinas grandes, enormes. Estamos hablando de 1967, de cuando yo tenía diecisiete. Era el momento en que empezaron a venir los de IBM y todo aquello. Por mediación de gente a la que conocía mi padre, me mandaron para allá. Mi padre era muy inteligente y pensó que todo esto de la informática podía darme un futuro. Y marcho a Madrid sola».

Ángeles Álvarez, en Pajares.


Madrid

«Me buscaron una casa por mediación de unos amigos de mis padres en Madrid, una casa de una señora viuda, una casa preciosa, un sitio muy bueno, por Cuatro Caminos. E iba todos los días a clase, que estaba en la Castellana. Caminando o en Metro

Algunas veces. Siempre fui muy tratable con la gente. Los asturianos somos dados a ser expansivos. Encontré a una chica que también era de Asturias, de la cuenca minera. Era mayor que yo. Hacía Medicina y estaba con la especialidad. Nos llevábamos muy bien y ella me cuidaba. Casi como quien dice. Me llevaba a sitios a tomar unas copas, vamos, copas, cocacolas. Siempre fui una chica buena. Tras terminar allí, volví a Asturias, pero allí no había nada de eso de informática. Bueno, había una. Que yo supiera, porque a lo mejor había más. Habían comprado un ordenador de esos de entonces, de los enormes. Llamarían a IBM, pedirían algún currículo, no sé, el caso es que empecé a trabajar con ellos».

Primer trabajo

«Estuve en aquel primer trabajo no sé si llegaría a seis meses porque no me gustaba nada. En aquellas naves hacía un frío… yo me congelaba. Siempre era lo mismo: aquello de perforar las tarjetas».

Amancio García y Ángeles Álvarez con sus hijos Amancio y Angélica.


Oviedo de la juventud

«Aquel Oviedo de mi juventud era maravilloso porque nos conocíamos todos. Me acuerdo, por ejemplo, de haber visto los osos del campo de San Francisco. Mi madre y las amigas que tenían hijas como yo nos venían a recoger a las dominicas y luego nos llevaban al parque y allí merendábamos. Siempre patiné muy bien, era una cosa que me gustaba mucho. Así como no soy nada deportista, los patines, desde siempre. Nos daban los bocadillos, marchábamos con los patines, saltábamos escaleras, saltábamos todo. Tendría siete u ocho años. Aquel tiempo no era el presente. Ahora a los niños los llevas con 12 años al colegio. Porque tienes miedo. Me acuerdo de ir andando a las dominicas desde donde yo vivía, en Buenavista. Me acuerdo de que cogíamos unas mojaduras tremendas cuando se ponía a llover. Pero íbamos solas».

La Herradura

«A los dieciocho años era la época de La Herradura. Yo salía poquísimo, nunca fui de mucho salir, pero la fiesta empezaba allí, en La Herradura, en el parque. La Herradura era una especie de baile que había que pagar para entrar. Esto era en septiembre, cuando las fiestas de San Mateo, las fiestas de Oviedo. La juventud andábamos por el centro de Oviedo: era la época de los discos bares. Había cuatro o cinco. Era la época de que a tal hora venían los chicos que nos gustaban. A unas horas sabías que tenías que ir al bar Pelayo, pero no tomábamos nada. Mi juventud fue la época de pasear por la calle Uría arriba y abajo, unos a la derecha y otros a la izquierda. Nos conocíamos todos: los de la Escuela de Comercio, los de no sé qué».

Cristamol

«Dejé la informática y al poco entré en una empresa que se llamaba Cristamol, que era de Madrid y que se dedicaba al vidrio. Estaba donde la iglesia de San Juan El Real, donde está ahora la Caja Rural. En el año que había perdido mi padre me metió a estudiar como secretaria, es decir, contabilidad, mecanografía,taquigrafía, que de eso ya no me acuerdo de nada. Lo aprendí. Iba todos los días. Necesitaban una secretaria para el jefe. A mi padre eso de que fuera secretaria no le gustaba nada, pero bueno, hubo exámenes para entrar allí. Esos exámenes, casualidades de la vida, los hacía una empresa en la que trabajaba Rubén Suárez, en crítico. Allí lo conocí, siendo una niña. Nos hicieron exámenes a unas cuantas y me dijeron que tenía que entrar pronto. Tenían una sala de exposiciones. Así empezó todo».

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