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Vacunar consiste en enseñar al sistema inmunitario qué es lo que debe detectar y atacar. El objetivo es hacer que el sistema inmunitario aprenda a detectar a los patógenos sin tener que sufrir la enfermedad que éstos producen. Sin embargo, las vacunas son, de largo, la terapia clínica que más recelos produce en la población.

Uno de los principales recelos contra las vacunas contra el SARS-CoV-2 se basa en que se han desarrollado en tiempo récord. Este motivo no tiene sentido si se tiene en cuenta que las condiciones tecnológicas actuales y los ensayos clínicos que se han podido realizar, al encontrarnos en una situación de pandemia, lo han permitido así. Si las vacunas fuesen coches, sería como comparar el proceso de fabricación de un Fort T –modelo de 1908– con el de cualquier coche actual.

Todo fármaco aceptado por los organismos reguladores y ya en el mercado pasa a lo que se llama fase IV, o farmacovigilancia. En esta situación se encuentran todas las vacunas aceptadas por la Agencia Europea del Medicamento (EMA, por sus siglas en inglés). Y debido a eso se origina la presión sobre la vacuna de Astrazeneca, por la posibilidad de que cause trombos en una proporción ínfima de la población, tan solo de 2-3 casos entre 1 millón de personas vacunadas.

¿Debemos bloquear una vacuna por esta posibilidad? Muchas voces tienen claro que no.

¿Qué es una trombosis y cuáles son sus causas?

La trombosis consiste en la formación de coágulos en el sistema circulatorio que, cuando se mueven, bloquean el flujo sanguíneo y originan ictus o infartos cerebrales o de miocardio.

La formación de coágulos es un proceso natural que impide que nos desangremos cuando el sistema circulatorio se ve dañado. El problema surge cuando la coagulación se produce sin que haya daño en los tejidos.

La vacuna de Astrazeneca ha sido asociada a ciertos casos (222 por el momento) de trombosis venosas profundas. Estas trombosis se producen por anomalías que afectan al flujo sanguíneo en venas centrales del sistema circulatorio. Se pueden deber al sedentarismo o la obesidad, a pasar demasiado tiempo en un avión (síndrome de la clase turista), reposo en cama, factores genéticos, fracturas, embarazos o haber dado a luz, tomar anticonceptivos, etc… Es decir, múltiples actividades cotidianas.

¿Puede la activación del sistema inmunitario originar trombosis?

Sí, es posible. La producción de coágulos con bajada del número de plaquetas (Trombocitopenia) es un fenómeno raro, pero puede darse de forma natural. De hecho, en enfermos de COVID-19 es el tipo de trombosis más habitual. Es decir, la infección vírica ya, de por sí, produce fenónemos de trombosis con reducción de plaquetas.

Dentro de esta categoría encontramos la inmunotrombocitopenia con descenso de plaquetas, una respuesta autoinmune. Es decir, la causa de los trombos y la bajada de plaquetas es el propio sistema inmunológico que, por alguna razón, genera anticuerpos que activan las plaquetas originando trombos.

Beneficio/riesgo, la balanza normal en la medicina actual.

El organismo humano es un conjunto de células y factores que actúan de manera armónica durante la mayor parte del tiempo. Los problemas surgen cuando este equilibrio se rompe por cualquier factor. En condiciones normales, sin vacunas ni pandemia de por medio, la incidencia de la inmunotrombocitopenia es de 3-4 casos entre 100.000 habitantes/año. Es lo que se suele considerar, por lo general, una enfermedad rara. En España, la media sería de unos 1.410 casos al año.

En lo que llevamos de vacunación, a la EMA le han llegado 222 casos de trombosis(sin especificar) entre 34 millones de vacunados, un total de 0,65 casos por 100.000 vacunados. Esto indica 4,61 casos menos de lo esperado en esta enfermedad en la población adulta. ¿Hay, por tanto, motivo para preocuparse?

No, estos son los argumentos: las vacunas están formadas por los antígenos contra los que queremos que el sistema inmunitario actúe y los coadyuvantes que ayudan a activar al sistema inmunitario. Si la producción de trombos dependiense de los coadyuvantes muchas más personas habrían sufrido el mismo problema, pero no ha sido así. Se puede, por tanto, descartar un efecto de los adyuvantes de las vacunas.

A la EMA le han llegado 222 casos de trombosis entre 34 millones de vacunados, un total de 0,65 casos por 100.000 vacunados

Queda el antígeno. En este caso se podría pensar que hay una predisposición de las personas más afectadas por las vacunas a responder al antígeno (vacunal o natural) de forma exagerada y producir anticuerpos contra las plaquetas por similitud molecular. Es decir, de alguna manera los antígenos del virus harían que el sistema inmunitario generase anticuerpos que activarían las plaquetas. Si esto fuese así, estas personas sufrirían coágulos igualmente al infectarse con el virus natural. Por tanto, no vacunarse no sería una opción válida ya que su respuesta inmunológica sería más grave frente al virus natural.

Sea como fuere, la relación causa-efecto es tan difícil de establecer y puede que dependa de tantos factores que nunca podamos llegar a una relación clara, como ocurre con la mayoría de las enfermedades autoinmunes.

Dejar de vacunarse es ponerse en riesgo y poner en riesgo a los demás.

Las alarmas han provocado que muchas personas tengan miedo a vacunarse con esta vacuna en especial. Eso pone en peligro a estas personas y a quienes se relacionan con ellas, no solo por contraer la COVID-19, sino por las secuelas que puedan producir, de las que bastante se ha hablado.

Se han realizado estudios de riesgo con la vacuna de Astrazeneca y todos ellos han indicado el alto beneficio de la vacunación especialmente en situaciones de alto riesgo de contagio. Es decir, la posibilidad de enfermar y morir por el contagio con el SARS-CoV-2 es entre 1.000 y 10.000 veces mayor que la de sufrir una trombosis, que puede ser solucionada clínicamente, por la vacuna.

Pese a eso, el alarmismo se ha extendido. Es más, pacientes con inmunotrombocitopenia ya diagnosticada antes de la pandemia han sufrido carencias en la asistencia sanitaria adecuada durante ésta, que han puesto en peligro su vida aún sin contagiarse ni vacunarse. Está claro que la vacunación es la única estrategia posible ante un virus contra el que no hay fármacos eficientes.

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*Guillermo López Lluch es Catedrático del área de Biología Celular en la Universidad Pablo de Olavide e investigador asociado del Centro Andaluz de Biología del Desarrollo. Esta nota apareció originalmente en The Conversation y se publica aquí bajo una licencia de Creative Commons.

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